En la pila bautismal recibió el nombre de Nicolás. Aparte de haber sido en su juventud «muy ferviente en la práctica de sus deberes religiosos y de todas las virtudes», como afirma Alban Butler, tuvo sus momentos de debilidad, de tibieza y descuido en los primeros años de su vida e incluso se ha discutido si la mujer que vivía con él y que le dio una hija, era su legítima esposa. Pero lo cierto es que, cuando Nicolás tenía treinta años, tanto su mujer como su hija murieron, y aquella doble pérdida junto con una serie de enfermedades y quebrantos, le hicieron volverse hacia Dios. Por aquel entonces, había un gran número de monasterios de los monjes del rito bizantino en el sur de Italia y, en uno de ellos recibió Nicolás el hábito y el nombre de Nilo. En varias oportunidades vivió en alguno de los distintos monasterios, después de haber pasado un período como ermitaño y, por fin, fue nombrado abad en el monasterio de San Adrián, cerca de San Demetrio Corone.
La fama de su santidad y su sabiduría se extendió por toda la comarca, y eran muchas las gentes que acudían a él en busca de consejo espiritual. En cierta ocasión, el arzobispo Teofilacto de Reggio, con el doméstico Leo y muchos sacerdotes y fieles, fue a visitarle con el propósito de poner a prueba su famosa erudición y habilidad. El abad conoció de antemano las intenciones del arzobispo y, antes de saludar al prelado y los otros miembros de la comitiva, rezó con ellos algunas oraciones y dejó en manos de Leo un libro en el que estaban escritas ciertas teorías sobre el pequeño número de los elegidos, ideas éstas que parecieron demasiado severas a la concurrencia. El santo abad se propuso demostrar entonces que dichas teorías estaban fundadas en los principios establecidos, no sólo por san Basilio, san Juan Crisóstomo, san Efraín, san Teodoro el Estudita y otros padres, sino por los del propio san Pablo y los del Evangelio. Para terminar su discurso, agregó estas palabras: «Las declaraciones parecen duras y aún terribles, pero mirad bien que sólo condenan las irregularidades de vuestras vidas. A menos que lleguéis a ser enteramente santos, no escaparéis de los eternos tormentos». Uno de los presentes preguntó al abad si Salomón se había condenado o salvado, a lo que él repuso: «¿Qué necesidad tenemos de saber si se ha salvado o no? En cambio, conviene reflexionar en que Cristo pronunció palabras de condenación contra todas las personas que cometen impurezas». Eso lo dijo porque sabía que la persona que le había preguntado era adicta a ese vicio. Después añadió: «Tal vez yo podría saber si tú te salvarás o te condenarás. En cuanto a Salomón, la Biblia no hace mención de su arrepentimiento, como lo hace del de Manases».
Fuentes: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_3499
Fecha: Miércoles, 26 de Septiembre del 2018.
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