Quien mejor ayuda a descubrir lo que nos impide ver a Dios, y nos da el camino para encontrarlo, es el prójimo. Solo podrá hablar con propiedad acerca de Dios quien lo conoce personalmente, pero para esto hay un obstáculo y una distancia a quitar de por medio: por obstáculo, el pecado y, por distancia: el desconocimiento del modo de pensar y actuar de Dios, que es muy distinto al nuestro.
¡Así nos hizo Dios! Fuimos creados para lo que Dios es: el bien, la perfección y la verdad. En eso consiste que fuimos creados a Su imagen y semejanza. Para eso, no tuvimos que poner nada de nuestra parte. ¡Todos hemos nacido así! Pero, para ser a semejanza suya, debemos lograrlo con nuestro esfuerzo y trabajo, siempre dóciles y unidos a su Guía y Señorío, ya que, sin nuestro Hacedor, no podremos conocer jamás, cómo llegar a ser semejantes a Él.
Para conocer a Dios y ser como Él necesitamos ir a un campo de entrenamiento y formación, tal cual como lo hacen el soldado, el deportista, el cantante, el médico, el enfermero, el bombero, el agricultor y el educador para su respectivo oficio. En el caso de conocer y ver a Dios, el trato con el prójimo es ese campo, ese “lugar”. Los demás son como un filtro para el agua sucia en eso de querer ver a Dios. El filtro quita lo sucio del agua y la deja limpia, cristalina y pura. El trato con los demás descubre nuestros defectos, nos va limpiando y nos purifica de nuestras deficiencias en lo que nos distancia de ser a semejanza de Dios: hacer el bien, hacerlo bien, y decir y actuar siempre en la verdad.
Bien decía san Agustín: “Tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”. (1)
La convivencia con los demás puede ser comparada, también, con el río y agua de su cauce. A medida que el agua se mueve y corre por el río se va limpiando y va dejando atrás lo sucio que el agua lleva. Igual nos sucede si buscamos el trato con los demás y nos disponemos voluntariamente a practicar siempre la bondad, la perfección y la verdad. A medida que nos ejercitemos en la paciencia, la comprensión, la moderación, la escucha, el perdón, la misericordia, el compartir, la solidaridad, la ayuda mutua, el respeto y la prudencia en todo cuanto digamos o hagamos, seremos más limpios por dentro en todo cuanto somos…
Para compartir:
1.- ¿Qué beneficios aporta la convivencia al ser humano?
2.- ¿Cómo ha sido tu vivencia y crecimiento en el arte de aprender a convivir?
Autor:
Pbro. Héctor Pernía, mfc
Fuente:
(1) De los tratados de San Agustín, obispo, sobre el evangelio de San Juan; Tratado 17, 7-9. Oficio Divino, 3 enero de 2024.