Apologética en la Liturgia de la Palabra
Martes, IV Semana de Cuaresma.
Lecturas del día: Ez 47, 1–9. 12; Sal 45, 2–3. 5–6. 8–9; Jn 5, 1-3. 5–16.
Comentario:
«El agua que yo le daré se convertirá en él en un manantial que salta hasta la vida eterna» (Jn 4, 14).
Trataré de recoger en esta publicación todo el torrente que pueda, del caudal de maravillas que de Cristo y la Eucaristía están presentes en la Liturgia de hoy.
Ezequiel profetiza a Jesucristo como un torrente de agua viva que llena de salud y vida a todo ser viviente que encuentre a su paso; y esta es la promesa: «dará árboles cuyo follaje no se secará y tendrán frutas en cualquier estación» (cf. Ez 47, 9-12; Ap 22, 2). Cada estación representa cada siglo y generación; y los Santos, son el fruto de la vida en Dios que Cristo – Agua viva – trae a quienes se acercan a beber de Él para mostrarles el camino más seguro de encontrarle y recibirle; porque, quien va a Cristo debe enfrentar a su paso, cualquier tipo de ofertas engañosas hablándole de Cristo; pero, sin ir a la Eucaristía. Son falsos profetas que, ni beben ellos del manantial eucarístico de Cristo, ni dejan que sus seguidores se acerquen a beber de dicha Fuente. Los Santos, en cambio, todos ellos se sanaron y tomaron la vida de la Santa Eucaristía. Cualquiera puede indagar y encontrar que los Santos de la Iglesia Católica de cada siglo, lugar y generación, dieron abundantes frutos de vida gracias a que vivieron plenamente la Santa Eucaristía.
El agua salía por cuatro pórticos del templo hacia los cuatro puntos cardinales (cf. Ez 47, 1-2), indicando universalidad, catolicidad; y, coincide con los cuatro brazos del río que brotaban del Edén, del Paraíso (cf. Gn 2, 10) y regaban el jardín; es decir, a quienes acuden y hacen vida en las orillas de dichos cauces, en todos los rincones del mundo.
El libro del Apocalipsis revela que ese torrente nace del trono de Dios y del Cordero, de Jesucristo, (cf. Ap 22, 1-2), ubicado en medio de la ciudad; a la que se le entra estando en cualquier lugar, frontera o confín del universo. Todos, al acudir a dicha Ciudad, se congregan para rendirle culto al Cordero; esto es, al Sacrificio salvífico único y definitivo de toda la historia: Jesucristo inmolado en la Cruz, que se entrega – Él mismo en persona – a sus doce Apóstoles (ciudad-iglesia) en la intimidad de la Última Cena.
Cristo, el Agua viva, envió y ordenó a sus 12 primeros Ministros, llevar el Agua Eucarística a todas las naciones y a todos los tiempos, para alcanzar a todos el don de la Vida eterna (cf. Mt 26, 26-28; Jn 6, 51-68). En cada época y cada lugar, Ellos, convocan a todos celebrar el Memorial de su Sacrificio en la Última Cena, para que de Él se alimenten, se sanen, y le rindan culto de Adoración y Alabanza. Allí Cristo les espera para introducirles en la piscina de su Gracia (comer su cuerpo y su sangre) y darles la sanación y la vida eterna que prometió, en Antiguo, a nuestros primeros padres cuando fueron expulsados del Paraíso (cf. Gn 3, 22-24; Lv 17, 11).
Para compartir:
1.- ¿Qué frutos y beneficios te ha dado la Eucaristía?
2.- ¿Por qué los preciosos misterios de la Eucaristía yacen tan ocultos a la vista de las mayorías?
Elaborado por:
P. Héctor Pernía, mfc
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