Erase una vez una señora de la Igles
ia, llamada Gertrudis; mujer de mucha Fe, todos los días rezaba el rosario, además iba a misa diariamente y se confesaba con regularidad; Un día frente al Santísimo le pidió a Jesús que el 24 de diciembre en la noche la visitara, que ella quería conocerlo en persona. Entonces un día se le apareció un ángel del Señor, diciéndole que Jesús la visitaría el día de Navidad. La señora preparó todo para ese día, compro velas blancas para adornar la mesa, compro el mejor vino e hizo los más exquisitos platillos típicos de la época para agasajar a Jesús.
Llegó el día y todo estaba listo para recibir a Jesús en aquella gloriosa y fantástica cena navideña. Entonces tocan a la puerta de la casa, cuando doña Gertrudis abre la puerta es un indigente que estaba medio desnudo sucio y con frío, le pregunta a la mujer, que si le puede regalar algo de ropa para el frío, pero ella se enoja mucho y le dice: «¡vete ya! estoy esperando a alguien importante y no te puedo atender»; le cerró la puerta con rudeza, pocos minutos después vuelven a tocar la puerta y esta vez es un forastero que ya no tiene combustible, por lo que le pide a la señora que le de posada por una noche, pues no tiene donde quedarse a dormir; pero doña Gertrudis ahora más enojada le dice que eso es imposible que ella esta esperando una visita y le deja afuera; entonces ya triste y preguntándose a que hora ira llegar Jesús, vuelve a escuchar que tocan a su puerta, al abrir, es un niño que al parecer estaba perdido y con mucha hambre. Le pregunta a la señora: «¿tendrá algo que me regale de comer?» Ella ya muy triste le dice no niño, estoy a la espera de alguien y ya debe estar en camino; la señora sentía pena por aquel niño; pero penso, alguien más lo ayudará, yo por mi parte esperaré a Jesús.
La señora esperó, esperó y esperó pero Jesús no apareció. Ella murió de pena y tristeza, al llegar a la eternidad pidió hablar con Jesús porque necesitaba preguntarle algo, entonces Jesús se le aparece y le dice: «¿Qué deseas preguntarme?» La mujer contestó: «Señor, yo hice una cena especial para ti el día de Navidad, tú enviaste a tu ángel para decirme que vendrías pero te esperé toda la noche y nunca llegaste… He muerto a causa de la tristeza, por eso estoy aquí. No cumpliste tu promesa». Entonces Jesús le contestó: «Hija mía, te equivocas. Yo sí llegué; te fuí a visitar ese día, pero tú me cerraste la puerta de tu casa 3 veces y ya no insistí más». La señora le preguntó: «¿Cuándo fuiste?» Jesús le respondió: «Yo era aquel mendigo que moría de frío y no me ayudaste; aquel extranjero que te pidió posada y también aquel niño que tenía hambre y te pedía solo un pedazo de pan». La señora sorprendida sólo pudo llorar desconsoladamente, por haber tenido la oportunidad de compartir en vida con Jesús pero no pudo verlo en su prójimo.
El Señor nos enseña en el evangelio de san Mateo 25, 31-46, que lo que hacemos con nuestro prójimo, lo hacemos también con él, es por eso que debemos preguntarnos ¿Cuántas veces ha tocado Jesús a mi puerta y yo no he sabido verlo? ¿Cuántas veces he podido compartir con Él un pedazo de pan y no lo he hecho?
Pidamos a Dios que este adviento y esta Navidad toque nuestro corazón y podamos ver a Jesús en el desnudo, en el hambriento, en el extranjero, en el preso, en el desamparado, en el humillado, en el herido, en el hermano y en todos aquellos que necesiten de nosotros.
-•-
Elaborado por: Ruth López, Mfc.
Fecha: Domingo, 09 de Diciembre 2018.
