Triduo de preparación
DÍA DEL FORTALECIMIENTO DE LA FE CATÓLICA
17 octubre
Fiesta de San Ignacio de Antioquía.
PRIMER DÍA:
(Hacemos la señal de la cruz)
-Dios mío, ven en mi auxilio
-Señor, date prisa en socorrerme
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos. Amén.
Comenzamos el primer día de este triduo en honor de san Ignacio de Antioquía.
[en este momento cada uno puede pedir a nuestro Señor Jesucristo, por la intercesión de San Ignacio de Antioquía, una gracia especial que esté necesitando…]
Lector 1: Elogio a San Ignacio de Antioquía
Memoria de san Ignacio, obispo y mártir, discípulo del apóstol san Juan y segundo sucesor de san Pedro en la sede de Antioquía, que en tiempo del emperador Trajano fue condenado al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su glorioso martirio. Durante el viaje, mientras experimentaba la ferocidad de sus centinelas, semejante a la de los leopardos, escribió siete cartas dirigidas a diversas Iglesias, en las cuales exhortaba a los hermanos a servir a Dios unidos con el propio obispo, y a que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo.
Lector 2: Vida y Testimonio de San Ignacio de Antioquía:
San Ignacio, llamado Teóforo, «el que lleva a Dios», fue probablemente un converso, discípulo de san Juan Evangelista; los datos históricos fidedignos sobre sus primeros años son pocos. De acuerdo con algunos escritores antiguos, los apóstoles san Pedro y san Pablo ordenaron que sucediera a san Evodio como obispo de Antioquía, cargo que conservó por cuarenta años, y en el cual brilló como pastor ejemplar. El historiador eclesiástico Sócrates dice que introdujo o divulgó en su diócesis el canto de antífonas, hecho poco probable. La paz de que gozaron los cristianos al morir Domiciano (año 96), duró únicamente los quince meses del reinado de Nerva y bajo Trajano se reanudó lo persecución. En una interesante carta del emperador a Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, se establecía el principio de que los cristianos debían ser muertos, en caso de que existieran delaciones oficiales; y, en otros casos, no se les debía molestar. Trajano fue magnánimo y humanitario; pero la gratitud que lo vinculaba con sus dioses por las victorias sobre los dacios y escitas, lo llevó posteriormente a perseguir a los cristianos, que se negaban a reconocer estas divinidades. Desgraciadamente, no podemos confiar en la relación legendaria sobre el arresto de Ignacio y su entrevista personal con el emperador; sin embargo, desde época muy remota, se ha creído que el interrogatorio al que fue sometido el soldado de Cristo por Trajano, siguió aproximadamente este cauce:
Trajano: ¿Quién eres tú, espíritu malvado, que osas desobedecer mis órdenes e incitas a otros a su perdición?
Ignacio: Nadie llama a Teóforo espíritu malvado.
Trajano: ¿Quién es Teóforo?
Ignacio: El que lleva a Cristo dentro de sí.
Trajano: ¿Quiere eso decir que nosotros no llevamos dentro a los dioses que nos ayudan contra nuestros enemigos?
Ignacio: Te equivocas cuando llamas dioses a los que no son sino diablos. Hay un sólo Dios que hizo el cielo, la tierra y todas las cosas; y un solo Jesucristo, en cuyo reino deseo ardientemente ser admitido.
Trajano: ¿Te refieres al que fue crucificado bajo Poncio Pilato?
Ignacio: Sí, a Aquél que con su muerte crucificó al pecado y a su autor, y que proclamó que toda malicia diabólica ha de ser hollada por quienes lo llevan en el corazón.
Trajano: ¿Entonces tú llevas a Cristo dentro de ti?
Ignacio: Sí, porque está escrito, viviré con ellos y caminaré con ellos.
Cuando Trajano mandó encadenar al obispo para que lo llevaran a Roma y ahí lo devoraran las fieras en las fiestas populares, el santo exclamó «te doy gracias, Señor, por haberme permitido darte esta prueba de amor perfecto y por dejar que me encadenen por Ti, como tu apóstol Pablo». Rezó por la Iglesia, la encomendó con lágrimas a Dios, y con gusto sometió sus miembros a los grillos; y lo hicieron salir apresuradamente los soldados para conducirlo a Roma.
Lectura bíblica: De la Segunda Carta de san Pablo a los Corintios (1,3-5):
«¡Bendito sea Dios!, ¡Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo.»
[Luego de la lectura hacemos un breve silencio.]
Rezamos el Padre nuestro
Rezamos el Gloria al Padre
Rezamos la oración a San Ignacio de Antioquía:
Dios todopoderoso y eterno, tú has querido que el testimonio de tus mártires glorificara a toda la Iglesia, cuerpo de Cristo; concédenos que, así como el martirio que ahora conmemoramos fue para san Ignacio de Antioquía causa de gloria eterna, nos merezca también a nosotros tu protección constante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Y concluimos, mientras hacemos la señal de la cruz, con:
-Bendigamos al Señor.
-Demos gracias a Dios.
SEGUNDO DÍA:
(Hacemos la señal de la cruz)
-Dios mío, ven en mi auxilio
-Señor, date prisa en socorrerme
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos. Amén.
Comenzamos el segundo día de este triduo en honor de san Ignacio de Antioquía.
[en este momento cada uno puede pedir a nuestro Señor Jesucristo, por la intercesión de San Ignacio de Antioquía, una gracia especial que esté necesitando…]
Lector 1: Elogio a San Ignacio de Antioquía
Quedan solo dos días para la conmemoración el Día del Fortalecimiento de nuestra Fe Católica. Cada 17 de octubre la Iglesia Católica celebra el onomástico de san Ignacio de Antioquía, quien nació en el año 35 y murió en el martirio, el año 110 después de Cristo. Como vemos, la fecha de su nacimiento es casi que contemporánea con la muerte y resurrección de Jesucristo. De niño creció y acompañó a los apóstoles en su predicación; y, en su crecimiento, se hizo discípulo de dos grandes apóstoles: san Juan y san Pablo. Además, fue el segundo sucesor de san Pedro como obispo de Antioquía, ya que Pedro había dejado dicha sede para ocupar la sede del obispado de los cristianos en Roma. Allí, en Antioquía, la ciudad donde por primera vez a los discípulos de Cristo los llamaron CRISTIANOS, san Ignacio de Antioquía, el obispo titular de los cristianos en esa ciudad, los llamó CATÓLICOS. Nadie puede decir entonces: “¡Yo ya no soy católico; ahora soy cristiano!”, ya que, a la misma Iglesia que Pablo, antes de su conversión, perseguía, un discípulo suyo, Ignacio de Antioquía, la llamó ‘Católica’. Así lo declaró en su carta a los Esmirnas, numeral 8: Donde quiera que esté el obispo que se congregue allí en pueblo; y donde quiera que está Jesucristo, allí está la Iglesia Católica.
Lector 2: Los documentos escritos por San Ignacio demuestran que la Iglesia Católica es la única que viene de Cristo.
Celebrar la memoria de este gran santo es un momento extraordinario para cualquier católico común, y más aún, para los hermanos que dejaron la Iglesia y aman la verdad con todas las fuerzas de su corazón: porque los escritos de San Ignacio les abre el camino de regreso a la Iglesia que dejaron por ignorancia y desconocimiento de los orígenes del cristianismo y de la Iglesia Católica tienen una misma cuna, un mismo corazón, una misma Persona: JESUCRISTO.
Escuchemos algunos breves extractos de sus escritos: «El obispo tiene que presidir en lugar de Dios, mientras que los presbíteros han de actuar como el consejo de los apóstoles, y a los diáconos, que son para mí los más queridos, se les encomienda el ministerio de Jesucristo». En todas partes insiste en el respeto al obispo: “este representa a Cristo, y los presbíteros a los apóstoles; ha de haber unidad en torno al obispo, que celebra la única eucaristía; nada se puede hacer sin la aprobación del obispo. Pero Ignacio no habla de sí mismo ni de los otros obispos como «sucesores de los apóstoles».[1]
Según reseña el Diccionario de Teología Católica, de Christopher O´Donell y Salvador Pié-Ninot, suele decirse que Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, después de Pedro y Evodio. En su carta a Policarpo afirma que la paz ha llegado a Antioquía, afirmación difícil de comprender con los datos de que se dispone: quizá se trataba de una Iglesia en la que se habían superado las divisiones; quizá había acabado allí la persecución. Ignacio ha sido enviado a Roma para ser martirizado. Por el camino visita varias comunidades cristianas de Asia Menor, y escribe antes o después del encuentro a dichas comunidades o a sus jefes; escribe también a la Iglesia romana. Seis de estas cartas se consideran por lo general auténticas, así como la carta destinada a Policarpo, obispo de Esmirna. Sufrió el martirio en Roma bajo el reinado del emperador Trajano (98-117), quizá hacia el 107.
En todo lo que se va a decir sobre San Ignacio de Antioquía, no perdamos de vista que estamos siendo testigos vivientes de documentos fidedignos, auténticos e irrefutables que datan históricamente de comienzos del siglo II, justo inmediato a la era post apostólica. Siempre que San Ignacio, tercer obispo de Antioquía después del apóstol Pedro, se expresa sobre la iglesia de Roma y el obispo de esa ciudad, la señala como «la que preside en el país de la tierra de los romanos», y habla de su «presidencia en el amor».[2]
Según describe el Diccionario de Teología Católica, en Propiedades esenciales de la Iglesia, “El primero que unió el término «católica» a la mención de la Iglesia fue san Ignacio de Antioquía: «Donde aparece el obispo, allí está reunida la comunidad, lo mismo que donde está Cristo, allí está la Iglesia católica» (Así se encuentra escrito en su carta a los Esmirnas, 8, 2, del año 107 d. C.). La expresión o la palabra ‘católica’ parece tener aquí el sentido de «verdadera Iglesia», ya que Ignacio se propone prioritariamente afirmar que sólo es legítima la comunidad que está reunida en torno a su obispo.
“En todas sus cartas encontramos indicaciones fundamentales sobre la unidad de la Iglesia y sobre su estructura jerárquica. De modo que la organización jerárquica del ministerio sacerdotal que tiene la Iglesia Católica, no es modalidad acomodada por alguno de los Papas recientes o de algunos siglos anteriores, sino que se remonta desde los mismos orígenes de la cristiandad, y las cartas de San Ignacio de Antioquía nos dan abundancia de evidencias. La figura de un obispo que ocupa el primer puesto en una tríada ministerial con los presbíteros y los diáconos está ya presente en los primeros años del siglo dos con Ignacio de Antioquía.”[3]
La estructura de las Iglesias en sus cartas consiste en un obispo, varios presbíteros (presbyteroi) y varios diáconos (diakonoi). Habitualmente, se ha caracterizado este modelo como «episcopado monárquico», pero el término no es exacto porque el obispo no actúa solo, sino siempre con los presbíteros y diáconos, y muy especialmente, en comunión y obediencia con el obispo de Roma. Por otro lado, es patente en Ignacio la función del obispo como centro de unidad, unidad que se funda y nutre primariamente en la eucaristía.[4]
Si los hermanos adventistas estudiaran con celo por la verdad la carta de san Ignacio a los, dejarían de considerar el sábado como día sagrado para los cristianos y no se perderían nunca una misa dominical. Veamos lo que San Ignacio le escribió a los cristianos de : «Si los que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a una nueva esperanza, no guardando ya el sábado, sino viviendo según el día del Señor(Domingo), día en el que surgió nuestra vida por medio de él y de su muerte”[5]; también está otra evidencia de su puño y letra: «los cristianos no observan ya el sábado, pero viven en consonancia con el día del Señor, día en el que nuestra vida ha sido elevada por medio de él y de su muerte» (Carta a los Magnesianos, 9, 1)
Lectura bíblica: De la Carta de san Pablo a los Efesios (2,19-22):
“Ya no son extranjeros ni huéspedes, sino ciudadanos de la ciudad de los santos; ustedes son de la casa de Dios. Están cimentados en el edificio cuyas bases son los apóstoles y profetas, y cuya piedra angular es Cristo Jesús. En él se ajustan los diversos elementos, y la construcción se eleva hasta formar un templo santo en el Señor. En él ustedes se van edificando hasta ser un santuario espiritual de Dios.”
[Luego de la lectura hacemos un breve silencio.]
Rezamos el Padre nuestro
Rezamos el Gloria al Padre
Rezamos la oración a San Ignacio de Antioquía:
“Dios todopoderoso y eterno, tú has querido que el testimonio de tus mártires glorificara a toda la Iglesia, cuerpo de Cristo; concédenos que, así como el martirio que ahora conmemoramos fue para san Ignacio de Antioquía causa de gloria eterna, nos merezca también a nosotros tu protección constante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.” Amén.
Y concluimos, mientras hacemos la señal de la cruz, con:
-Bendigamos al Señor.
-Demos gracias a Dios.
TERCER DÍA:
(Hacemos la señal de la cruz)
-Dios mío, ven en mi auxilio
-Señor, date prisa en socorrerme
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos. Amén.
Comenzamos el tercer día de este triduo en honor de san Ignacio de Antioquía.
[en este momento cada uno puede pedir a nuestro Señor Jesucristo, por la intercesión de San Ignacio de Antioquía, una gracia especial que esté necesitando…]
Lector 1: Elogio a San Ignacio de Antioquía
Decía san Ignacio: «Para mí es mejor morir por Jesucristo que ser rey de toda la tierra».[6] En su Carta a los Romanos relaciona estrechamente sus comienzos de discípulo (V) con su deseo de ser «un imitador de la pasión de mi Dios» (VI) (PG 5, 691.693). Asociado con los escritos de San Ignacio hay una obra titulada «Martyrium Ignatii», que pretende ser el relato de un testigo presencial del martirio de San Ignacio y los hechos conducentes al mismo. En esta obra, que críticos protestantes tan competentes como Pearson y Ussher consideran como genuina, se registra fielmente para edificación de la Iglesia de Antioquía la historia completa de ese accidentado viaje de Siria a Roma. Es ciertamente muy antigua y se reputa de haber sido escrita por Filón, diácono de Tarso y Rheus Agathopus, un sirio, que acompañó a Ignacio a Roma. Generalmente se admite, incluso por los que la consideran auténtica, que esta obra ha sido muy interpolada. Su versión más fiable es la que se encuentra en el «Martirium Colbertinum» que cierra la recensión mixta y se llama así porque su testimonio más antiguo es el Codex Colbertinus (París) del Siglo X.”[7]
Lector 2: El martirio de San Ignacio de Antioquía encienda también en nosotros el celo y la donación de ser capaces, como él, de dar la vida por Cristo como Cristo la dio por nosotros.
A continuación, algunos fragmentos de su carta escrita a los romanos antes de su muerte, mientras iba llevado a esa ciudad a su martirio:
Ignacio, que es llamado también Teóforo, a la iglesia que es amada e iluminada por medio de la voluntad de Aquel que quiso todas las cosas que son, por la fe y el amor a Jesucristo nuestro Dios (…); a la que tiene la presidencia en el territorio de la región de los romanos, siendo digna de Dios, digna de honor (…); iglesia a la cual yo saludo en el nombre de Jesucristo el Hijo del Padre.
…llevando cadenas en Cristo Jesús espero saludaros, si es la divina voluntad que sea contado digno de llegar hasta el fin; no quisiera que procurarais agradar a los hombres, sino a Dios, como en realidad le agradáis. Porque no voy a tener una oportunidad como ésta para llegar a Dios, (…) no me concedáis otra cosa que el que sea derramado como una libación a Dios (…)
Escribo a todas las iglesias, y hago saber a todos que de mi propio libre albedrío muero por Dios, a menos que vosotros me lo estorbéis. Os exhorto, pues, que no uséis de una bondad fuera de sazón. Dejadme que sea entregado a las fieras puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro (de Cristo). Antes atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré verdaderamente un discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ya no pueda ver mi cuerpo. Rogad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos pueda ser hallado un sacrificio para Dios. No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo soy un reo; ellos eran libres, pero yo soy un esclavo (cf. 1Co 9,1) en este mismo momento. Con todo, cuando sufra, entonces seré un hombre libre de Jesucristo (1Co 7,22), y seré levantado libre en Él. Ahora estoy aprendiendo en mis cadenas a descartar toda clase de deseo.
Desde Siria hasta Roma he venido luchando con las fieras (cf. 1Co 15,32), por tierra y por mar, de día y de noche, viniendo atado entre diez leopardos, o sea, una compañía de soldados, los cuales, cuanto más amablemente se les trata, peor se comportan. Sin embargo, con sus maltratos paso a ser de modo más completo un discípulo; pese a todo, no por ello soy justificado (1Co 4,4). Que pueda tener el gozo de las fieras que han sido preparadas para mí; y oro para que pueda hallarlas pronto; es más, voy a atraerlas para que puedan devorarme presto, no como han hecho con algunos, a los que han rehusado tocar por temor. Así, si es que por sí mismas no están dispuestas cuando yo lo estoy, yo mismo voy a forzarlas. Tened paciencia conmigo. Sé lo que me conviene. Ahora estoy empezando a ser un discípulo. Que ninguna de las cosas visibles e invisibles, sientan envidia de mí por alcanzar a Jesucristo. Que vengan el fuego, y la cruz, y los encuentros con las fieras (dentelladas y magullamientos), huesos dislocados, miembros cercenados, el cuerpo entero triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme. Siempre y cuando pueda llegar a Jesucristo.
Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir (cf. 1Co 9,15) por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra. A Aquél busco, que murió en lugar nuestro; a Aquél deseo, que se levantó de nuevo (por amor a nosotros). Los dolores de un nuevo nacimiento son sobre mí. Tened paciencia conmigo, hermanos. No me impidáis el vivir; no deseéis mi muerte. No concedáis al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcáis con cosas materiales. Permitidme recibir la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré un hombre. Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno le tiene a Él consigo, que entienda lo que deseo, y que sienta lo mismo que yo, porque conoce las cosas que me están estrechando (cf. Ap 1,23).
Que ninguno de vosotros que estéis cerca, pues, le ayude. Al contrario, poneos de mi lado, esto es, del lado de Dios. No habléis de Jesucristo y a pesar de ello deseéis el mundo. Que no haya envidia en vosotros. Aun cuando yo mismo, cuando esté con vosotros, os ruegue, no me obedezcáis; sino más bien haced caso de las cosas que os he escrito. (Porque) os estoy escribiendo en plena vida, deseando, con todo, la muerte. Mis deseos personales han sido crucificados, y no hay fuego de anhelo material alguno en mí, sino sólo agua viva (cf. Jn 4,10 Jn 7,38 Ap 14,25) que habla dentro de mí, diciéndome: Ven al Padre » (cf. Jn 14,12, etc.). No tengo deleite en el alimento de la corrupción o en los deleites de esta vida. Deseo el pan de Dios, que es la carne de Cristo, que era del linaje de David (Jn 7,42 Rm 1,3); y por bebida deseo su sangre, que es amor incorruptible.
Ya no deseo vivir según la manera de los hombres; y así será si vosotros lo deseáis. Deseadlo, pues, y que vosotros también seáis deseados (y así vuestros deseos serán cumplidos). En una breve carta os lo ruego; creedme. Y Jesucristo os hará manifiestas estas cosas (para que sepáis) que yo digo la verdad -Jesucristo, la boca infalible por la que el Padre ha hablado (verdaderamente)-. Rogad por mí, para que pueda llegar (por medio del Espíritu Santo). No os escribo según la carne, sino según la mente de Dios. Si sufro, habrá sido vuestro (buen) deseo; si soy rechazado, habrá sido vuestro aborrecimiento.
Mi espíritu os saluda, y el amor de las iglesias que me han recibido en el nombre de Jesucristo (cf. Mt 18,40-41), no como mero transeúnte: porque incluso aquellas iglesias que no se hallan en mi ruta según la carne vinieron a verme de ciudad en ciudad. (…)
Pasadlo bien hasta el fin en la paciente espera de Jesucristo.
Lectura bíblica: De la Carta de san Pedro (4,13-14):
“Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros, porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.”
[Luego de la lectura hacemos un breve silencio.]
Rezamos el Padre nuestro
Rezamos el Gloria al Padre
Rezamos la oración a San Ignacio de Antioquía:
“Dios todopoderoso y eterno, tú has querido que el testimonio de tus mártires glorificara a toda la Iglesia, cuerpo de Cristo; concédenos que, así como el martirio que ahora conmemoramos fue para san Ignacio de Antioquía causa de gloria eterna, nos merezca también a nosotros tu protección constante. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.” Amén.
Y concluimos, mientras hacemos la señal de la cruz, con:
-Bendigamos al Señor.
-Demos gracias a Dios.
Fuentes bibliográficas:
[1] Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiología, San Pablo, Madrid 1987; e-Sword – the Sword of the LORD with an electronic edge
[2] Idem.
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] Diccionario de Respuestas Católicas; Sábado o Domingo, ¿Qué día hay que guardar?; e-Sword – the Sword of the LORD with an electronic edge
[6] P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, San Pablo, Madrid 1990. e-Sword – the Sword of the LORD with an electronic edge
[7] The Catholic Encyclopedia, Volume I, Copyright (c) 1907 by Robert Appleton Company. Online Edition Copyright (c) 1999 by Kevin Knight; JOHN B. O’CONNOR; Transcrito por Charles Sweeney, S.J.; Traducido por Francisco Vázquez; e-Sword – the Sword of the LORD with an electronic edge