Andy Rodríguez, mfc; Sandra Rodriguez, mfc
Sobre la transmigración de las almas y la reencarnación, la ley del karma y el darma.
(397) La doctrina de la transmigración de las almas y el buscar el vacío interior por la meditación interior constituyen dos aspectos comunes que las religiones hinduistas, budistas y doctrinas de la nueva era inculcan a sus adeptos.
La transmigración de las almas es una creencia de que el alma (en el hinduismo) o la naturaleza búdica o el yo verdadero (en el Zen budista) pueden reencarnarse no sólo en otro hombre de rango (casta) superior o inferior, sino también en un animal e incluso en una planta. Esa reencarnación se efectúa de acuerdo con el grado de mérito (darma u obras buenas) o demérito (karma u obras malas, castigo) acumulado en las existencias anteriores. Después de miles de años, cuando el alma o la naturaleza búdica consiguen purificarse del todo, se diluyen en el Uno Todo (Brahmá) o pasa al nirvana (aniquilamiento del deseo de lo sensorial), que es la aspiración del yoga y del zen budista[1].
¿Qué nos dice la palabra de Dios sobre la reencarnación? (Ver: GB, Nº 314-317).
(398) Los seres humanos somos creados a imagen de Dios (cf. Gn 1,27) y la resurrección física de nuestro cuerpo y su valor eterno tienen en el mismo Cristo su primicia y firme promesa: “…Cuando [Cristo] resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús” (Jn 2,18–22). La Palabra de Dios está en contra de esta creencia. En realidad, no habla de una vida anterior o posterior a la actual.
“Una sola es la entrada a la vida y una la salida” (Sb 7,6).
No hay ´reencarnación, ni transmigración de las almas, después de la muerte´. Dios nos ha establecido la resurrección para vida o para juicio: “No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio” (Jn 5,28-29).
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida” (Jn 3,36).
“Si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y quedamos como falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muerto no resucitan” (1Cor 15,12-14).
Mientras que en el hinduismo se habla de muchas reencarnaciones con cuerpos naturales, en la fe cristiana hay una sola resurrección con un cuerpo totalmente diferente del anterior: “Se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1Cor 15,42-44).
“Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10,9).
Por otro lado, se salva o condena cada persona, no un alma o un yo profundo vivificadores de un sin número de cuerpos a lo largo de sucesivas reencarnaciones. “Los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el juicio: los que hicieron bien saldrán y resucitarán para la vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación” (Hb 9,27).
“Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos”. (Mt 22,32).
“Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor” (2Cor 5,8).
“Murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro en su seno” (Lc 16,23).
Para engañar personas, dicen que la reencarnación si existe y que aparece en la Biblia.
(399) Utilizan para ello Mt 11,14; el cual Jesucristo dice: “Y, si quieren admitirlo, él (Juan Bautista) es Elías, el que iba a venir.”
Mienten con tal argumento. Jesucristo no se está refiriendo al cuerpo y el alma de Elías sino a su espíritu profético, el cual continúa presente en Juan Bautista. Esto se ve con toda claridad en este pasaje: “e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17). Esto se ve con más claridad en 2Re 2,9, cuando el profeta Eliseo le pidió al profeta Elías le concediera tres partes de su espíritu; o en 2Cor 12,16-18, cuando Pablo dice que él y Tito habían obrado ambos con un mismo espíritu. Está claro que estos pasajes refieren al Espíritu de Dios que obraba en sus siervos Elías, Juan el Bautista, Eliseo, Pablo y Tito.
El mismo San Juan negó explícitamente ser Elías: “Y le preguntaron: “¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?” Él dijo: “No lo soy.” “¿Eres tú el profeta?” Respondió: “No” (Jn 1,21).
En lugar de ir a parar en el cuerpo de otro, que es decadente, enfermizo y frágil, el ser humano tiene, ante sí, la promesa de Cristo que tiene todo poder y es fiel: “nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas.” (Fil 3,20-21)
[1] HELENA P- BLAVATSKY. Op. Cit.; “Evolución cíclica y Karma”. Páginas 385-390.
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