¿Sacarle filo a la mente?
La metáfora de «sacarle filo a la mente» se inspira en la historia de un hombre que contrató a dos leñadores para que cortaran leña diariamente, proporcionándoles hachas nuevas y de estreno. Los contrató para trabajar durante ocho horas diarias.
Uno de los leñadores era incansable; desde que llegaba por la mañana, no paraba de cortar leña. Sólo paraba unos minutos durante el almuerzo. Tras un breve descanso, volvía a su tarea hasta que se completaba la jornada. Al final del día, se sorprendió al ver que el pilón de madera cortada por su compañero era mucho más grande que el suyo. Se preguntaba: “¿Por qué, si yo no descanso ni un minuto? ¡Él debe estar robándome!”. Entonces decidió poner atención en su compañero y espiar lo que hacía cada vez que se sentaba a descansar.
Al observarlo, se dio cuenta de que, mientras tomaba un descanso, su compañero se dedicaba a afilar su hacha con la lima que también había recibido del patrón. Su sorpresa fue doble: no solo había acusado a su compañero de ser un ladrón, sino que también había ignorado una herramienta que le podría haber hecho más eficiente en su trabajo. La reflexión que le surgió fue profunda: “Si no cuido mi herramienta, ¿cómo puedo esperar ser productivo?” Desde ese día, decidió cambiar su enfoque, dedicando 50 minutos a cortar leña y 10 minutos para afilar su hacha.
Este relato no sólo ilustra la importancia de cuidar nuestras herramientas, sino que también sirve como analogía de cómo gestionamos nuestras mentes y cuerpos.
A menudo, las personas no padecen de insomnio simplemente por la dificultad de dormir, sino que su auténtico motivo radica en que no se toman el tiempo para cuidar de su salud mental. La comparación entre el hacha y la mente es muy reveladora; así como el leñador debe afilar su hacha para mejorar su eficacia, nosotros debemos «sacarle filo a nuestra mente» para ser más eficientes en nuestra vida diaria.
Esto puede comenzar por establecer límites en nuestras actividades, reduciendo el tiempo que dedicamos a pantallas de teléfonos y ordenadores. Muchos se ven atrapados en la rutina de trabajar o quedarse hasta muy tarde de madrugada pensando cómo solucionar un asunto, o pegados a un vicio, o participando en fiestas o distracciones, y luego se enfrentan a las consecuencias de esa falta de descanso. Estos patrones de comportamiento no sólo agotan nuestra energía física, sino que afectan nuestra estabilidad emocional y espiritual.
Es esencial aprender a gobernar nuestra mente. Cuando el frío nos afecta, no siempre salimos corriendo a buscar con qué cubrirnos para agarrar calor, sino que decidimos esperar un poco y soportar un rato el frío mientras nos abrigamos; cuando tenemos deseos de comer, a veces esperamos con paciencia. Así deberíamos hacer con nuestra mente: gobernarla y no que ella nos gobierne; darle órdenes que nos ayuden a recuperarnos y descansar, en vez de dejar que nos lleve hacia la ansiedad y el estrés.
Los verdaderos causantes surgen cuando, al irnos a la cama, comenzamos a pensar insistentemente en la falta de dinero, en conflictos laborales o familiares, y esto nos roba el sueño. Acumular preocupaciones solo fortalece el desánimo y la frustración. Lo que debemos recordar es que la solución no radica en preocuparnos, sino en ocuparnos. Invertir tiempo en actividades que nutran nuestra mente y nuestro espíritu traerá paz y descanso.
En resumen, así como el leñador aprendió a cuidarse, también debemos aprender a cuidar de nosotros mismos. La clave está en reconocer que es fundamental «sacarle filo» a nuestra mente para vivir plenamente, logrando un equilibrio en nuestras responsabilidades, emociones y espiritualidad.
Para compartir:
1.- ¿De qué manera la falta de descanso mental ha afectado tu vida diaria, tus relaciones y tu bienestar espiritual, y qué pasos puedes tomar para mejorar esta situación?
2.- Al igual que el leñador se dio cuenta de la importancia de afilar su hacha, ¿qué acciones puedes comprometerte a realizar para mantener tu mente en forma y así aumentar tu productividad y satisfacción personal?
Elaborada por:
P. Héctor Pernía, mfc