Apologética en la Liturgia de la Palabra
Sábado, I Semana de Cuaresma, feria. Ciclo B / Año impar.
Lecturas del día: Dt 26, 16-19; Sal 118, 1-2.4-5.7-8; Mt 5, 43-48.
Comentario:
No es extraño en la actualidad ver a muchos que se dicen cristianos -incluso entre católicos- comportarse con una actitud de “exclusividad” y hasta de desprecio a quienes no piensen como ellos, ni pertenezcan a sus grupos (sean “iglesias”, “ministerios”, comunidades, grupos parroquiales, etc.). Estos, al parecer, se apropian de las palabras que les conviene de la primera lectura de hoy: “(…) Él Señor te ha elegido para que seas su propio pueblo (…) Él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y serás el pueblo santo del Señor (…)” (Dt 26, 18a.19).
No obstante, en medio de su orgullo, se olvidan que el mismo Moisés introduce aquellas palabras a los israelitas, diciendo: “Hoy Él Señor TE MANDA QUE CUMPLAS estos mandatos y decretos. Acátalos y CÚMPLELOS con todo tu corazón y con toda tu alma” (cf. Dt 26, 16). Es decir, hay una obligación de cumplir con los preceptos de Dios. Sólo así puede alguien sentirse “Dichoso”, tal como lo dice el salmo responsorial: “Dichoso el que, con vida intachable, camina en la Ley del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón (…)” (cf. Sal 118, 1-2).
Por su parte, el Señor, en el evangelio, nos aporta otros elementos para comprender que esa actitud de “exclusividad” es un error que nos aleja de Dios. En primer lugar nos dice: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro padre celestial (…)” (Mt 5, 44-45a). Hay allí una condición que muestra que la «pertenencia» a un pueblo (como el judío) o a una comunidad religiosa (como nosotros los cristianos) no es suficiente para SER HIJOS DE DIOS; debemos AMAR a nuestros enemigos y REZAR por ellos.
En segundo lugar, el Señor nos enseña que nuestras obras tienen un PREMIO. A esto la Iglesia lo llama MÉRITO, que bien podemos definir aquí como la retribución o recompensa que Dios nos otorga por nuestras buenas acciones, debido a su Gracia. Si bien, Él nos impulsa, nosotros somos libres de obrar lo bueno; si lo hacemos Él nos recompensa [1]. Esto lo corroboramos en las palabras de Jesús: “(…) si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? (…) si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?” (Mt 5, 46a-47a). Apliquemos para nosotros la enseñanza de Jesús y «seamos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto».
Fuente:
*[1]* Catecismo de la Iglesia Católica, numerales 2006 al 2011.
Para compartir:
1.- ¿Has sentido que algunos cristianos te traten como si fueses un ser inferior a ellos? ¿Cuál crees que es su error?
2.- ¿Qué haces para no creerte “más que los demás” sólo porque en estos momentos estés aprendiendo más de Dios, de la Iglesia y de sus enseñanzas?
Elaborado por:
Nelson Ledezma, mfc