Diálogo inspirado en el encuentro entre
el Etíope y Felipe en Hch 8, 26-40
ETÍOPE: ¿Cómo es eso, Felipe? Suena muy interesante. Explícamelo, por favor.
FELIPE: El bautismo cristiano no es el bautismo de Juan el Bautista, el cual sólo se hacía dentro de las aguas del río Jordán. Si tomamos al pie de la letra el bautismo de Juan significaría que el único bautismo válido es el realizado en el río Jordán y con adultos.
ETÍOPE: Uff… pero eso queda muy lejos…! ¿Y quién podría ir para allá si los pasajes están tan caros? Y a mí me dejarían por fuera, pues apenas soy un niño.
FELIPE: Tranquilo, Etíope; no tienes de qué preocuparte. Los cristianos ya no seguimos ese bautismo que era sólo en agua y un símbolo externo de conversión y Jesús participó de él solamente como un acto de anonadamiento; es decir, sin ser pecador “se sometió voluntariamente al Bautismo de Juan, destinado a los pecadores, “para cumplir toda justicia”[1] (Mt 3,15). El nuestro es un bautismo en el Espíritu Santo, es nuevo (Hch 11,16); y es un bautismo instituido por el mismo Jesucristo: “Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y consíganme discípulos de todas las naciones. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28,18-20). Siguiendo fielmente el mandato de Jesucristo, en el año 70 d. C, la Didajé[2] estableció que todo bautismo se debía hacer diciendo las palabras: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Advertimos ante el hecho de que en muchísimos bautizos de grupos protestantes los pastores no obedecen esta fórmula sino que inventan otras frases de su propia elaboración; como ésta por ejemplo: “yo te bautizo en el nombre de Jesucristo para el perdón de todos tus pecados”.
ETÍOPE: Eso es verdad, Felipe. Hace unos días cuando fui con mi abuela al culto evangélico estaban bautizando a varias personas. Y esas fueron las palabras que el pastor utilizó.
FELIPE: La Biblia nos da prueba de la transición del bautismo de Juan al de Jesucristo (Jn 1,30-33). Veamos un caso: unos doce hombres que ya habían sido bautizados por Juan, se hicieron bautizar después por Pablo(Hch 19,4-7); ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo.
El error de muchos grupos evangélicos está en considerar que el bautismo es sólo para perdonar pecados y olvidan lo que respecto a este Sacramento está escrito en las Sagradas Escrituras y que el Catecismo de la Iglesia Católica se lo recuerda:
“El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del recién bautizado «una nueva creación» (2Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7) que se ha hecho «partícipe de la naturaleza divina» (2P 1,4), miembro de Cristo (1Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1Co 6,19).”[3]
ETÍOPE: Como dicen por ahí, Felipe. “Más claro no canta un gallo”.
FELIPE: Eso no es nada, amigo Etíope. Escucha esto que dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“La Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento”[4]. Yo diría que si priváramos a los niños del Bautismo seguramente Jesucristo nuevamente se indignaría para reclamarnos diciendo: “Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. En verdad les digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.” (Mc 10,14; Lc 18,16).
[1] CIC, 1224.
[2] Didajé es una expresión griega que significa <<enseñanza>>. Se refiere a un documento llamado <<Instrucción del Señor a los gentiles por medio de los doce Apóstoles>> o también <<Instrucciones de los Apóstoles>>. En un primer momento los Apóstoles se dedicaron anunciar las enseñanzas del Maestro Jesús como Evangelio (Kerigma), es decir como Buena Noticia; pero muy pronto, debido, tanto a las inquietudes y necesidades de las primeras comunidades cristianas, como a la expansión del Evangelio, empezaron a dictar normas morales, litúrgicas y de la organización de la Iglesia. Su composición es casi contemporánea a algunos libros del Nuevo Testamento, pues data en torno al año 70 d. C.
[3] CIC, 1265.
[4] Cf CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1.
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