(Diálogo inspirado en el encuentro
entre el Etíope y Felipe en Hch 8, 26)
ETÍOPE: ¡Sabes qué, Felipe! Mi papá y mi mamá tienen años viviendo juntos, pero ellos no se han casado por la Iglesia. Dicen que eso no lo necesitan; que eso no hace falta.
FELIPE: El matrimonio tiene su origen en Dios, quien al crear al hombre lo hizo una persona que necesita abrirse a los demás, con una necesidad de comunicarse y que necesita de compañía. “No está bien que el hombre esté solo, hagámosle una compañera semejante a él (Gn 2,18). “Dios creó al hombre a imagen de Dios, lo creó varón y mujer, y los bendijo diciéndoles: procread y multiplicaos y llenad la tierna” (Gn 1,27-28).
ETÍOPE: Mi mamá le dijo a papá para casarse por la Iglesia; pero él le contestó que no, que las cosas se hacían a su manera. A mí no me gustó esa forma de responderle a mamá.
FELIPE: Habría que ver si tu papá es o no discípulo de Jesucristo. El discípulo hace las cosas a la manera de Cristo y no a su propia manera (Mt 19,6; Ef 5,23-33). El amor es hermoso, pero es frágil; no obstante es la columna vertebral de la relación de un hombre y una mujer que desean por toda la vida permanecer unidos en matrimonio. No se confían a sí mismos la garantía de la durabilidad en la relación porque saben que son humanos y fallan; por eso se consagran y le piden a Dios a través del Sacramento que su GRACIA sea la que los proteja siempre unidos y en fidelidad. Aunque son adultos, viven aún como niños dependiendo de Dios, su apoyo y su seguridad.
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