Hospitalitos de la Fe

Mis pecados serán perdonados en el Sacramento de la Reconciliación.

(Diálogo inspirado en el encuentro 
entre el Etíope y Felipe en Hch 8, 26)

ETÍOPE: Yo tengo un tío que siempre dice: “YO ME CONFIESO DIRECTAMENTE CON DIOS”. ¿Qué piensas sobre eso?

FELIPE: Aquellas personas que acostumbran a decir: “Yo me confieso directamente con Dios” deben tener mucha prudencia, pues están procediendo a cuenta propia con un poco de soberbia y rebeldía; incluso están poniendo en riesgo la salvación de su alma por despreciar la oportunidad y la gracia de este sacramento. Además, quien ataca el sacramento de la confesión empleando Jer 17,5,manipula la Biblia y actúa temerariamente contra Dios, pues anula y elimina tanto lo relatado en Mt 18,18 y lo señalado en Stgo 5,16Para llegar a ser auténticos discípulos de Jesucristo toda persona tiene que estar dispuesta a renunciar a su manera humana de ver las cosas para adquirir la manera de pensar de Dios (2Cor 5,18-20).

ETÍOPE: Todo sería más sencillo si hiciéramos lo que Jesucristo dijo que se hiciera.

FELIPE: Bastaría que fuésemos discípulos suyos. Cuando no se cree en el Sacramento de la Confesión es porque aún no hemos aceptado plena y verdaderamente a Jesucristo. La Biblia enseña en Lev 5,25-26 que cada uno debe hacer expiación de sus pecados ante el sacerdote, quien a su vez hará la debida expiación por nosotros ante Dios y nos serán perdonados nuestros pecados. Este ministerio de los sacerdotes del Antiguo Testamento no fue eliminado ni anulado por Jesucristo, al contrario; Él mismo lo asumió y haciendo uso de su poder les dio a sus Apóstoles la autoridad de perdonar los pecados en su nombre. Sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.” (Jn 20,22-23).

Muchos utilizan como pretexto decir que no se confiesan con pecadores. Veamos lo que dice Hb 5,1-6: Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres, y los representa en las cosas de Dios; por eso ofrece dones y sacrificios por el pecado. Es capaz de comprender a los ignorantes y a los extraviados, pues también lleva el peso de su propia debilidad; por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus propios pecados al igual que por los del pueblo”. En este pasaje el Señor nos invita a acercarnos con confianza al sacerdote sin temor a ser rechazados o a no ser comprendidos, ya que por su misma condición humana y su debilidad está en condiciones de comprender a los ignorantes y a los extraviados.

ETÍOPE: Yo no entiendo entonces por qué muchos dicen que no se confiesan con un hombre tan pecador como ellos y luego van a contarle sus asuntos personales y hasta pagan dinero para que siquiatras y psicólogos los escuchen y les orienten en sus problemas. ¿Ellos nunca pecan? Ah, y por cierto; ¿qué hay de los que van y lo hacen con brujos, santeros y espiritistas y pagan, además, elevadas sumas de dinero por eso? ¿Cuántas personas en medio del efecto de bebidas alcohólicas cuentan todo a los demás sin medir lo que dicen ni quien los está escuchando?

FELIPE: El sacerdote no cobra dinero a nadie por escucharles y puede darles a las personas algo que ningún siquiatra o psicólogo, o ningún santero, espiritista o brujo les puede ofrecer. Esto es: dar la absolución de sus pecados, ganar las almas para Cristo.

ETÍOPE: ¿NO ES SUFICIENTE CON QUE UNO SE ARREPIENTA DE LOS PECADOS?

FELIPE: No basta con arrepentirse, la Palabra de Dios dispone en Hch 19,18-19 que, además de arrepentirnos, debemos confesar los pecados.

ETÍOPE: Felipe, me imagino que llevar guardado el pecado por dentro sin confesarlo es algo parecido a tener dentro de los órganos un fuego que está ardiendo produciendo dolor y se calma sólo cuando sale del cuerpo.

FELIPE: Has entendido bien, amigo. Así mismo, el salmista dice: “Hasta que no confesaba mis pecados, se consumían mis huesos, gimiendo todo el día…” (Sal 31,3-5).  Por su parte, el hijo pródigo, estando lejos, ya se había arrepentido; sin embargo en su alma sentía el vacío y el dolor del pecado cometido, que sólo logró calmar al recibir el abrazo, el reconocimiento y el perdón  de su padre (Lc 15,20-24). Ese abrazo simboliza el trato de perdón que el sacerdote da a quien se confiesa y la absolución representa la decisión que toma Dios Padre de dejar atrás la página del error cometido y hacer todo nuevo; es por esto que la paz vuelve al corazón.


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