Andy Rodríguez, mfc; Sandra Rodriguez, mfc
¿Son prácticas para apoyar la oración?[1]
(394) La palabra yoga sugiere a muchos la práctica regularizada de ejercicios físicos, gimnásticos y mentales, existiendo hoy día varias corrientes: la de liberación de la mente; la de concentración en el deber; la de entrega a la divinidad; el mantralizador; el enfocado a los ejercicios y control de la respiración.
La palabra zen (evolución del budismo), significa encontrarse, meditar, sentado. Los recursos psicotécnicos del zen pueden reducirse a: ciertas posturas (por ejemplo, la del loto); un método y ritmo respiratorio distinto del empleado en el yoga; un ejercicio de concentración (koan), consistente en una palabra desconocida repetida interiormente, una y otra vez (ejemplo, la palabra mu); el abandono de toda idea, imagen y recuerdo para producir el vacío interior y lograr la armonía con lo profundo del yo y del cosmos.
De las doctrinas del yoga y del Zen surgió Pilates y la meditación transcendental, caracterizada por la ausencia deliberada de todo esfuerzo interior, buscando el gozo y la calma sólo a través de unas palabras sagradas o mantrans a veces personales repetidas lentamente.
Es una constante que quien practique meditación, el yoga o el zen, se ve progresivamente introducido en ideas hinduistas de creencia en varios dioses, los ciclos cósmicos y la transmigración de las almas o reencarnación y del que derivan muchas corrientes místicas como Vishnuismo, Janismo, yoga, Harekrishna o seguidores de Krishna, Budismo, etc.
El budismo se diferencia de las otras en que no cree en la divinidad en cuanto causa eficiente o hacedora y conservadora de las cosas, e influyente en el mundo de la vida, sólo la ve como causa final. El nirvana budista es una especie de cielo sin Dios ni ángeles. El budismo admite los ciclos cósmicos y la transmigración de las almas aunque no cree en el alma sino en lo que denomina esencia o naturaleza búdica.
¿Qué nos dice la palabra de Dios respecto a esto?
(394) En el cristianismo, la meditación tiene un enfoque cristológico. El cristiano trata de dirigir su pensamiento a Dios, a Su palabra y a Su obra.
La meditación es una expresión de la oración cristiana que está siempre determinada por la estructura de la fe cristiana, en la que resplandece la verdad misma de Dios y de la criatura. El Espíritu Santo hace penetrar en estas profundidades de Dios y en el corazón de los creyentes, “Todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1Cor 12). Pero Jesús afirma, el Espíritu “no hablará por su cuenta sino que me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros” (Jn 16,13). Por esto, la oración cristiana, incluso hecha en soledad, tiene lugar siempre dentro de aquella “comunión de los Santos”[2].
En la Iglesia primitiva ya habían doctrinas anti-Cristo, extrañas, fábulas y genealogías extensas (cf. 1Jn 4,3; 1Tim 1,3-7). Poco después, aparecen dos desviaciones de las que se ocuparon los Padres de la Iglesia: la pseudognosis (busca lograr un estado superior de conciencia) y el mesalianismo (que identifica la oración con una experiencia psicológica subjetiva, sin Espíritu Santo). Estas corrientes son formas erróneas de oración opuestas a la meditación cristiana que busca captar, en las obras salvíficas de Dios, en Cristo y el Espíritu Santo, la profundidad divina, que se revela en el mismo Cristo siempre a través de la dimensión humana[3].
Falsos artificios de paz interior y de encuentro con Dios.
(395) No basta el ejercicio de estrictos regímenes alimenticios vegetarianos, relax muscular, vacío, calma o armonía con el yo o el cosmos.
La búsqueda de Dios, mediante la oración, debe ir acompañada de la ascesis y purificación de los propios pecados y errores; porque, según la palabra de nuestro Señor Jesucristo, solamente “los limpios de corazón verán a Dios” (Mt 5,8), pues de ello procede la caridad (cf. 1Tim 1,3-6). Por consiguiente, la doctrina de aquellos que recomiendan «vaciar» el espíritu de toda representación sensible y de todo concepto, deberá ser corregida.
El vacío que Dios exige es el rechazo del propio egoísmo, pecados y de las cosas que nos encadenan alejándonos de Él. Pues a Dios no se llega a base de concentración, esfuerzo físico, o psicotécnicas[4]; aunque sí se requiere esfuerzo, abnegación y ascesis.
El cristiano sabe que, más que lograr elevarse hasta Dios, es Dios quien por gracia y misericordia se adelanta, manifiesta y desciende a nosotros. Como el hombre está hecho a imagen de Dios (cf. Gn 1,26) y para Dios, la doctrina cristiana católica no rechaza lo que en otras prácticas y religiones hay de santo y verdadero, sino que se refiere a ellas en la medida en que recogen destellos de la Verdad – que es Cristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6). Por ello, las prácticas de meditación cristianas no tienen que desembocar en doctrinas o creencias politeístas hinduistas o budistas, ni en creencias monoteístas del Judaísmo y el Islamismo, sino en el “monoteísmo trinitario”, la Santísima Trinidad, que sólo puede ser conocida mediante revelación del mismo Dios (cf. Mt 11,17; Lc 10,22): Jesucristo[5].
[1] CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA. Op. Cit., Página 30.
[2] Cardenal J. Ratzinger. Prefecto. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. (15 de octubre de 1989) CARTA A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA MEDITACIÓN CRISTIANA. Capítulo II: La Oración Cristiana a la luz de la revelación. Párrafos 5 y 7.
[3] CARD. J. RATZINGER. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. (15 de octubre de 1989); en «Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana”. Capítulo III: Modos erróneos de hacer Oración. Párrafos 8 y 9.
[4] Ibid, Cap VI: Métodos Psicofísicos corpóreos. Párrafos 26, 27 y 28.
[5] Ibid, Cap IV El camino cristiano de la unión con Dios: Párrafos 14 y 15.
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