Pbro. Héctor Pernía, mfc
¿Dónde aparecen en la Biblia los santos?
(229) La santidad es un llamado de Dios para todos, pero no todos lo asumen de manera tan plena y radical como aquellos que la Iglesia ha reconocido como Santos. Este llamado está revelado en las Escrituras:
“Sean santos, porque yo soy Santo” (Lv 11,44; 1Pe 1,16). Hay hermanos que dicen que ya son santos. Tengamos cuidado: “el que se crea seguro que tenga cuidado de no caer” (1Cor 10,12).
Somos llamados a presentarnos ante Cristo: santos, intachables e irreprochables (cf. Col 1,22).
Son aquellos que alcanzaron ya con Cristo un cuerpo glorioso (cf. Flp 3,20-21).
Están a nuestro alrededor: “…teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos” (Hb 21,1)
Otras fuentes bíblicas (2Tes 1,10; 1Jn 3,2; Rm 8,30; Hb 6,10; Rm 11,16; Ef 2,19).
¿Para qué canonizan a los Santos?
(230) Hay grupos que acusan a la Iglesia Católica de ser una fábrica de hacer santos. Están muy equivocados. Los santos los hace Dios; la Iglesia lo que hace es reconocer dicha santidad.
En la Constitución Divinus Redemptoris de San Juan Pablo II (25-1-1983) dice que “desde tiempos inmemoriales la Sede Apostólica propone a la imitación, veneración y a la invocación, a algunos cristianos que sobresalieron por el fulgor de sus virtudes”. Todos los santos y beatos de la Iglesia realizaron una misión común: llevar a la perfección la “vida cristiana”. Perfección a la que todos estamos llamados por el mismo Señor cuando nos dijo: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
Que la Iglesia los reconozca santos, eso está anunciado en la Biblia.
(231) En Sb 6,10 dice: “Porque los que guarden las cosas santas serán reconocidos santos”. Ellos son para el pueblo de Dios en la Nueva Alianza, lo que para la Antigua fueron grandes siervos como Abraham, Jacob, Isaías, Jeremías, David, Ezequías, Tobías, Ruth, Ester, entre otros. Ellos fueron para los israelitas puntos de referencia y guías seguros para no perderse ni desviarse del Dios verdadero, ante la incontable multiplicación de ídolos que se iban sumando entre una nación politeísta y otra. Por eso decían: “Yahvé, Dios de mi padre Abraham y Dios de mi padre Isaac” (Gn 32,10).
Hoy, ante tanta proliferación de denominaciones protestantes y de falsos pastores, de nuevos movimientos pseudo religiosos y del auge de la superstición y la hechicería, y luego de varios siglos de avanzado el cristianismo, para ir por lo seguro al encuentro del Dios verdadero, los verdaderos discípulos de Cristo toman como referentes o guías a los siervos que el mismo Jesucristo a lo largo de estos siglos ha conquistado y coronado con la gloria de la santidad; y por eso pueden decir: ‘Yo creo en el Cristo de San Francisco de Asís, de San Juan Bosco, de San Juan Pablo II, de la beata Madre Teresa de Calcuta’.
Algunos dicen que sólo hay que seguir a Jesucristo y NO a los santos.
(232) Está bien que hay que seguir a Jesús, pero, ¿será que estos hermanos no leen la Biblia completa? Ya que parece no han leído lo que en los siguientes versículos dijo el apóstol Pablo:
“Les ruego, pues, que sean mis imitadores” (1Cor 4,16).
“A su vez ustedes se hicieron imitadores nuestros y del mismo Señor cuando, al recibir la palabra, probaron la alegría del Espíritu Santo en medio de fuertes oposiciones. De este modo pasaron a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya” (1Tes 1,6-7).
¿Qué sería de los cristianos sin los santos?
(233) Ante las fuertes exigencias del Evangelio y la acrecentada paganización del mundo actual, y teniendo solamente a Jesucristo como referente, tal vez muchos podrían decir: ‘¡Eso es imposible de vivirlo! ¡Sólo Cristo pudo porque es Dios y eso fue hace mucho tiempo! Pero ¿nosotros?, ¡No, qué va!
Un santo es como una linterna en la mano de Dios con la que disipa las tinieblas del pecado en cada época y nos lleva a ver con claridad el camino, la verdad, y la vida (cf. Jn 14,6). Con ellos, Cristo el buen pastor, auxilia y protege a las ovejas del peligro y los engaños de los falsos pastores.
De ellos el Papa Emérito Benedicto XVI dice: “Los que tenían y habían vivido la fe en Cristo resucitado, fueron llamados a convertirse en punto de referencia para todos los demás, poniéndolos así en contacto con la Persona y con el Mensaje de Jesús que revela el rostro del Dios vivo”[1].
El testimonio y la existencia de los santos en cada época son una confirmación y una buena nueva, un poderoso estímulo y anuncio de que aún hoy y siempre, es posible vivir el evangelio y alcanzar la santidad a la que Dios nos está llamando. El riguroso examen que hace la Iglesia para canonizarlos le da al cristiano garantía y seguridad de decir: ‘puedo imitar y seguir el ejemplo de tal santo porque ha sido exhaustivamente examinada y confirmada su santidad, nada más y nada menos que por los sucesores de los Apóstoles’.
La intercesión de los santos es bíblica.
(234) El príncipe del mal sabe del poder de la intercesión de los santos e intenta impedir que Job le pida ayuda a ellos. Le atacaba diciendo: “Grita ahora, a ver si te responden, ¿a qué santo vas a recurrir?” (cf. Job 5,1-2).
Dijo Yahveh: “consíganse siete becerros y siete carneros y vayan a ver a mi servidor Job. Ofrecerán un sacrificio de holocaustos, mientras que mi servidor Job rogará por ustedes. Ustedes no han hablado bien de mí, como hizo mi servidor Job, pero los perdonaré en consideración a él.”» (Job 42,8).
Aunque Moisés y Samuel ya estaban muertos, sin embargo, esto le dijo Yahvé al profeta Jeremías: “…Aunque Moisés y Samuel vinieran en persona a rogar por este pueblo, mi corazón no se compadecería de él. ¡Échalos de mi presencia, que se vayan lejos!” (Jr 15,1).
El arcángel Rafael le dice así a Tobías y a Tobit: “Sepan pues que cuando ustedes, tú y Sarra, estaban orando, yo fui quien presentó su oración delante de la Gloria del Señor. Y cuando tú enterrabas a los muertos, yo también estaba contigo” (Tb 12,12).
En Caná de Galilea, el milagro de convertir el agua en vino lo hizo Jesucristo; la intercesión fue de María. ¿Qué hubiera pasado en la boda si María no toma la iniciativa? (cf. Jn 2,3-9).
“Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos” (cf. Ap 5,8).
“Otro ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono” (Ap 8,3-4).
Los mártires interceden en el cielo por los que sufren injusticia en la tierra (cf. Ap 6,9-11).
Otras evidencias bíblicas (2Mac 15,14; Gn 20,17; Ef 6,18; Rm 15,30).
Los Santos, intercesores por Cristo, con Él y en Él.
(235) Es de gran ayuda leer Lc 6,39-46 y fijar la atención en el v. 40, el cual dice: “No está el discípulo por encima del maestro. Será como el maestro cuando esté perfectamente instruido”. ¿Acaso no es María la discípula perfectamente instruida por el propio Jesucristo Maestro y Mediador? ¿Acaso no lo fueron los Santos?
Si Jesucristo el Señor es el único y gran Mediador entre Dios y los hombres y lo más auténtico de todo fiel discípulo es hacer y continuar el oficio del Maestro, ¿cuál será entonces el oficio, la tarea, el deber de todo buen discípulo de ese Maestro Mediador si además es plenamente miembro de su cuerpo por el Sacramento del Bautismo? Piensa un momento y responde.
¿Pueden los santos hacer milagros?
(236) Dios puede hacerlos a través de ellos. Lo hizo a través de una serpiente de bronce (cf. Nm 21,7-9), ¿no lo va a hacer con mayor razón por medio de aquellos a los que hizo a su imagen y semejanza; más aún si esos siervos alcanzaron a llevar una vida en santidad? Incluso, hubo milagros con objetos y pertenencias que ellos usaban. Ellos entregaron sus vidas a Cristo, y Él, en ellos, hace sus obras admirables. El mismo Jesucristo anunció: “En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12). Veamos varios casos bíblicos:
- Elías concede algo a Eliseo (cf. 2Re 2,9-10).
- El manto de Elías fue utilizado por Eliseo para abrir las aguas (cf. 2Re 2,13-14).
- Los huesos de Eliseo resucitan un muerto (cf. 2Re 13, 20-21).
- Los pañuelos que Pablo había tocado sanaban enfermos (cf. Hch 19,11-12).
- Pedro sana un enfermo (cf. Hch 3,6).
- La sombra de Pedro sanaba enfermos (cf. Hch 5,15).
Dicen que la Virgen María y los Santos no pueden hacer nada porque están muertos.
(237) A Cristo destruyó la muerte para siempre (cf. Is 25,8; Hb 2,14-15; 2Tim 1,10). ¿Acaso estarán diciendo que esto es falso y que el cielo es un lugar vacío y que Jesucristo está allí sólo sin compañía de nadie? Muertos para Dios son los que están en el pecado, y justamente, los Santos, son aquellos que al pecado lo vencieron.
Ap 19,1 describe en el cielo una multitud incontable que rinde honor y gloria a Dios. ¿Es que acaso son puros muertos? ¿Está el cielo solo o lleno de muertos? Estos hermanos no miden las consecuencias de sus atrevidas afirmaciones. Si la madre de Cristo no está en el cielo, y los santos tampoco, ¿acaso insinúan que Cristo no ha logrado hasta la fecha llevar al cielo una sola de las almas? Y aun así se ufanan de decir que son cristianos o evangélicos. En realidad, lo que son, es el velo oculto del príncipe de las tinieblas oyéndole adversar la obra de Dios.
Véase esto con más evidencia en Mt 27,50-53; lo que ocurrió justo luego del momento en que Jesucristo exhaló su espíritu y murió en la cruz: “Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos”. ¿Qué dirán ahora? ¿Qué Cristo los mandó de nuevo a la muerte?
En Sab 3,4 dice: “La vida de los justos está en manos de Dios y ningún tormento les afectará. Los insensatos pensaban que habían muerto”.
Rechazan la intercesión de los santos porque aún no conocen a Cristo único mediador
(238) ¿Cómo ejerce Jesucristo su mediación entre Dios y los hombres? Uno sólo es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús (cf. 1Tim 2,5). ¡Pero a Cristo no intenten fracturarlo o decapitarlo! Su lucha será estéril. ¡Lo que ha sido revelado por Dios jamás lo podrán alterar y destruir los hijos de las tinieblas! (cf. Mt 16,18).
¿De qué está hecha la mediación de Cristo? De la intercesión y súplica a Dios de todos los miembros de su Cuerpo. Cuando Jesucristo hace de mediador no lo hace sólo con su Cabeza, aparte o divorciado de la Iglesia que fundó, que es su mismo Cuerpo (cf. Rm 12,4-5; 1Cor 12,26-27; Ef 1,22-23; 4,13-16; 5,23-30; Col 1,18).
Todo Cristo, Cabeza y Cuerpo, en singular y no dividido, actúa siempre como Mediador.
(239) Dijo San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20); así se podría decir de Jesucristo con la Virgen María y todos sus Santos.
Cuando dos o más se unen para elevar a Dios sus oraciones allí se hace presente Cristo vivo (cf. Mt 18,20), como Cabeza de su cuerpo, la Iglesia, actuando como mediador entre Dios y los hombres. ¿Cómo lo hace? A través de los miembros de su Cuerpo; y no porque los santos tengan, por sí mismos, la naturaleza de ser mediadores, sino porque a través del bautismo, Cristo los quiso incorporar y hacer participar con Él, en Él y mediante Él. Veamos: Col 2,19; Ef 4,15-16. Esto que ha revelado el Señor tiene repercusiones abiertas y directas con su naturaleza de mediador.
Cristo hace de Mediador no de la manera y la forma que nosotros le digamos que lo haga, sino como Él mismo lo ha dispuesto y revelado. Allí donde Él tiene su morada, en los suyos, Cristo mediador está vivo y actuando: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23). Por eso dijo también: “El que coma mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. (…) Él que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57)[2].
[1] BENEDICTO XVI, “Transformados por la fe”, Op. Cit, p. 26.
[2] Cf. Ver más en: CONC. ECUM. VAT. II. Const. Dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, n. 62.
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