Jueves, XI Semana del T. Ordinario
Lecturas del día: Sir 48, 1–15; Sal 96, 1–7; Mt 6, 7–15.
Comentario:
Con la oración del Padre Nuestro, que Jesús nos enseña en el santo Evangelio, hoy abordaremos las objeciones protestantes a las oraciones católicas.
Un grandísimo error de la mayoría de las sectas protestantes es juzgar a los católicos diciendo que todas sus oraciones son vanas porque son, a parecer de ellos, pura repetidera vana de frases hechas por otros. Aseguran ellos que la única oración que debe hacerse es espontánea, la que libremente le salga a cada quien del corazón. De ahí que muchos de ellos se niegan incluso a orar el Padre Nuestro, porque es una de esas tantas oraciones que los católicos repiten. ¿Será, entonces, que nunca hacen oraciones con los Salmos?
¡Qué equivocados! Andan creyendo que las oraciones que hacemos los católicos son todas iguales, tal vez será porque, así como oran ellos, imaginan a todos los demás. Pues, como dice un viejo refrán, ¡el ladrón juzga por su condición! ¿Acaso no saben que la oración tiene modos muy distintos que responden a necesidades muy diferentes? No es lo mismo la oración de alabanza y adoración, o de agradecimiento; y la oración de súplica de misericordia, propia de quienes se reconocen pecadores, que es muy característica de la oración católica, y de ahí, las conocidas oraciones del ‘Acto de Contrición’, o del ‘Yo Confieso’.
No es lo mismo repetir una y muchas veces las mismas palabras mientras se alaba, solo para impresionar, cautivar y atraer nuevos prosélitos, cosa que muy repetidas veces hacen los mismos protestantes en sus reuniones – ¡Lástima que ellos no miran la viga de sus ojos!, – que derramar el corazón en gratitud y desde el fondo del alma para entregar a Dios rosarios de palabras hermosas, aunque éstas fueren repetidas; o insistir una y otra vez a Dios pidiendo compasión como el publicano en el templo por el dolor que le ocasionan en el alma sus pecados. Recordemos ese episodio del Evangelio. El primero, el fariseo, regresó a casa hundido en el fango del pecado; mientras que el publicano, que repetía una y otra vez, “Señor, Perdóname que soy un pecador”, sí regresó justificado (cf. Lc 18, 9-14).
Acerca de las oraciones extendidas, les entrego un escrito sumamente hermoso de San Agustín:
“No es orar hablando mucho, como piensan algunos, el orar largo tiempo. Una cosa es hablar mucho y otra cosa es un afecto prolongado. Del mismo Dios se ha escrito que pasaba las noches en oración (cf. Lc 6, 12), y que rezaba por mucho tiempo (cf. Lc 22, 39-46), para darnos ejemplo. (…) no debe violentarse el movimiento del alma para hacerlo durar mucho tiempo, ni interrumpirlo bruscamente si quiere continuar. Lejos de la oración las muchas palabras, pero no falte la oración continuada si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas. Orar mucho es pulsar con ejercicio continuado del corazón, a Aquel a quien suplicamos. Pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras.”(1)
Fuente:
1] San Agustín de Hipona, Ad Probam, epístola 130, 9-12. https://www.deiverbum.org/mt-06_07-15/
Para compartir:
1.- ¿Cuándo las oraciones repetidas son agradables a Dios, y cuándo le desagradan?
2.- ¿Qué texto de la publicación te llamó más la atención, y por qué?
Elaborado por:
Pbro. Héctor Pernía, mfc
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