Pbro. Héctor Pernía, mfc
A la Iglesia Católica se le ha de mirar más allá de lo visible.
(510) Quien no lo haya hecho aún no la ha conocido; incluso, aunque tenga muchos años yendo a Misa o prestando algún servicio dentro de ella. No hemos caminado de la puerta hacia dentro si apenas hemos llegado hasta lo que nuestros sentidos reciben y perciben al estar en una Misa, al confesarnos, al ver una imagen, al rezar el santo Rosario, al mirar el agua bendita, al hablar del Papa, los Sacerdotes, la Virgen María o los Santos, etc. Sin limpiar el corazón será difícil ver lo que es de Dios. Cristo dijo: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).
Hoy debemos aprender que al igual que la religión yoruba, la religión cristiana tiene su credo, su doctrina; pero que ambas tienen una diferencia abismal y no se les puede estar equiparando o igualando creyendo que se abrazan entre sí. La doctrina y la fe cristiana no proviene de invención humana alguna, como bien lo dijo Pedro, el primer Papa de la Iglesia: “ninguna profecía ha venido por iniciativa humana, sino que los hombres de Dios han hablado movidos por el Espíritu Santo” (2Pe 1,21), o de pueblo alguno en la tierra, como en el caso de la religión yoruba que proviene de un pueblo de África: los yorubas. La fe cristiana tiene un origen muy diferente: fue personalmente revelada por nuestro Dios y salvador Jesucristo (cf. 2Tim 3,16).
A años luz de la Iglesia Católica viven quienes creen saber todo de ella mirando tan sólo las sombras de su lado humano. Lo hermoso y radiante de ella no es lo que está al alcance de los ojos, o de los oídos de la carne: no son canciones, emociones, lo visible de sus ritos, franelas o adornos en el cuerpo, estructuras físicas colosales o de exuberante arquitectura. Lo necesario y más valioso de la Iglesia es celestial, es espíritu, ya que su origen no es de este mundo sino que viene de junto a Dios, de Jesucristo su Fundador. Como dice en Ap 21,2: “Vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo”. O como dice el apóstol Pablo en 2Cor 4,18: “Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; porque las cosas visibles duran un momento, pero las invisibles son para siempre.” Tan desconocida es esta Iglesia por los hombres, que la mayoría de los mismos católicos aún sabemos muy poco de ella. Un día, al estar fuera de este mundo, muy probablemente la veremos tal cual ella es, y no habrán palabras para poder describirla. Su gloria y belleza nos sobrepasará; gloria y belleza que recibe del verdadero Sol que nace de lo alto: JESUCRISTO.
Lo invisible es lo más importante de la Iglesia Católica.
(511) Lo visible en la religión yoruba lleva a lo que no se ve…; y lo visible en la religión cristiana lleva también a lo que no se ve. Pero, lo que no se ve en la religión yoruba es totalmente incompatible, y además, adversario, con lo que no se ve en la religión cristiana. Y perdemos el tiempo, tanto católicos como los miembros de la religión yoruba, mientras nos decimos cosas de un lado y del otro quedándonos tan sólo en la superficie de lo que vemos de ambos lados.
Necesitamos ir al fondo, a la base, a la fuente y raíz última, al soporte de ambas teologías: la teología cristiana y la teología yoruba; y saber, cada uno, en qué camino se encuentra y de qué lado está viviendo: unos encontrarán a Dios y otros, al mismo Satanás vestido de blanco como ángel de luz (cf. 2Cor 11,14).
Para conocer a la Iglesia Católica hay que cerrar los ojos de la cara y abrir los del alma.
(512) El que se queda en la forma (las imágenes cristianas y los rituales católicos) y no llega o no va al fondo (los hermosos misterios de nuestra fe), es como quien yendo a una ciudad detiene su vehículo en la carretera para estacionarse y se queda en uno de los avisos de tránsito que señalan la ruta hacia la ciudad. No vaya a pensar que ya llegó a la ciudad; lo que allí vemos es sólo un aviso. Así sucede con la Misa, con los demás Sacramentos, con los Santos y las imágenes cristianas; lo visible en ellos son sólo avisos y señales que nos dirigen y trascienden a lo que hay más allá de lo terrenal y lo carnal; nos llevan a lo real, a lo hermoso y verdadero que, que en este caso, no es que está más adelante o más allá, sino que realmente subyace y permanece allí de forma oculta, pero que no es visible a nosotros porque es espiritual.
Tanto es que, de alguna forma, Dios se puede acercar a sus hijos a través incluso de una imagen que represente a Jesucristo, a la Virgen María o a alguno de los Santos, que el propio Satanás no soporta tenerlas al frente. Quienes conocen y tienen experiencia en materia de exorcismos saben bien de lo que estoy hablando. Podrán imaginarse entonces, quienes usan las imágenes cristianas en ritos de la religión yoruba, la grave ofensa que le hacen a Dios cada vez que están profanando lo que simbólicamente representa la presencia, no precisamente de sus orishas, sino del Dios verdadero. Es tan semejante como agarrar un látigo y estar allí torturando al mismo Jesucristo atado a la columna.
Tal vez nunca te dijeron esto de la Iglesia Católica.
No se es católico por las imágenes, por usar los nombres de los santos, o por asistir a actos o ritos de católicos. Se es católico por creer y vivir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo; y es probable que también, los dirigentes en la religión yoruba, digan algo semejante respecto de su religión.
En los asuntos que están ligados a la trascendencia y el más allá, el prudente y sensato, antes de avanzar va más allá de las cosas que observa y toca. Va a lo espiritual. Los superficiales, en cambio, se quedan apenas en la forma (lo visible) y son precipitados al proceder. Los primeros van siempre de pie; los segundos tropiezan y se lastiman fácilmente.
Esto fue lo que Cristo dijo acerca de la Iglesia que fundó: “Adorarán al padre en ESPÍRITU y VERDAD” (Jn 4,23). No dijo que sería “en lo que se ve”, “en lo que está ante nuestros sentidos”. El cristiano aprende que aquello que ve lo lleva al misterio que no ve. Es decir, pasa más allá la frontera de lo superficial y lo terrenal. Existe el peligro de permanecer toda la vida sin atravesar la frontera de lo que nuestros sentidos y nuestra razón nos dice; atrapados en la ceguera del materialismo pensando como el apóstol Tomas: “Si no veo no creo” (cf. Jn 20,25). Por eso el mismo Pablo dejó escrito: “Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; porque las cosas visibles duran un momento, pero las invisibles son para siempre” (2Cor 4,18). Muchos se metieron a la religión yoruba porque creían que allá seguían siendo católicos; eso fue el discurso que recibieron. Pero luego, estando dentro, descubren lo que ocultan y son en realidad. En ese momento no todos deciden igual: unos deciden retirarse y estar con Dios, y otros deciden por el diablo y se quedan.
Renuncian a ser hijos de Dios para ser hijos de ‘orishas’.
Los cristianos siempre se confiesan hijos de Dios, pero no así, los miembros de la religión yoruba. Algo así como el camaleón que cambia de color según la ocasión. Ante católicos usan el disfraz de decir que son hijos de Dios, pero una vez que están en lo suyo y entre ellos, el disfraz se lo quitan para mostrarse quienes son en verdad. El sacerdote venezolano Rafael Troconis, en su libro, la ‘Santería un desafío para nuestra fe’ nos da un ejemplo de ello por una anécdota que le sucedió. Verán en el texto el uso frecuente de la palabra ‘santería’, ‘santero’ o ‘santo’. Aun cuando en este libro sostengo que tales términos no deben ser acuñados a esa religión, los expongo tal cual para mantener íntegra la fuente de donde fue tomada la referencia:
“En una ocasión escuché la conversación de dos santeros que no se habían percibido mi presencia sacerdotal. Uno le decía al otro que tenía en la religión santera varios años y que era hijo de Elegguá. El otro se había hecho el santo en data reciente, y era hijo de Ochún. Nótese que ya no se consideraban hijos de Dios. El rito de iniciación a la santería parecía haber suprimido el bautismo”.[1]
¿Qué diferencia tiene esta forma de tratar a Dios, con la infidelidad de alguien que luego de decirle a su esposa que la ama, en sólo cosa de minutos, en la misma casa introduce a su amante, la esposa lo ve, se lo reclama y luego su esposo lo niega y la ofende diciéndole que no lo juzgue o que no esté inventando cosas?
No hay dos o más dioses, pues sólo un Dios existe y nada más: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sí los yorubas se declaran hijos de otros dioses, ¿qué dioses son esos? Todo otro que se insinúe en lugar de Dios sin ser Dios viene del diablo y quienes lo invocan cometen el grave pecado de idolatría.
En la religión yoruba el libre albedrío no existe. Pero en la vida verdadera sí.
Enfrentar abiertamente a Dios, desafiarlo, es igual a destruirse a sí mismos para siempre. Y no se puede luego, al estilo de la religión yoruba, salir a buscar en otros la culpa de que las cosas nos van de mal en peor.
Porque somos libres, somos responsables de nuestra salvación o nuestra condenación; pudiendo elegir la vida eterna y el cielo con Dios, la necedad nos lleva a veces a ir detrás de lo que nos conduce a la eternidad en el infierno. Todo esto nos pasa cuando nos oponemos rotundamente a reflexionar, a pensar, a escuchar a quienes tratan de ayudarnos, a orar, a acercarnos a Dios, a buscar ayuda.
Por encima de todos los errores hay una gran noticia para todos quienes están dentro de la religión yoruba: somos obra de Dios y no del maligno; y si estamos aún vivos, lo mejor es detenerse ya, hoy mismo, usar bien la libertad, optar por Cristo, apartarse de las tinieblas y entrar nuevamente en la luz de la alegría mediante el Sacramento de la Reconciliación
Si estás en la religión yoruba, cuídate de eludir la verdad.
Es un absurdo tomarse esto con ligereza y evadir la reflexión para no verse de frente con la verdad de las cosas, y excusarse como de costumbre con la desgastada cortina del sincretismo cultural o religioso para justificar la mal llamada ‘santería’ y mantenerse dentro de ella.
No se puede bendecir ni lo uno ni lo otro; ni el modo equivocado de obligar a las personas a hacerse cristianas que se empleó en tiempos de la Colonia, ni tampoco el modo equivocado de los yorubas que vinieron a América, de mentir, de engañar, de actuar a escondidas, y de usar lo de Dios para rendirle culto de adoración a lo que no es de Dios ni proviene de Dios. Ni se puede vestir de demonios a los evangelizadores del tiempo de la Colonia, ni tampoco se puede estar vistiendo de santos e inmaculados a los yorubas con lo que estaban haciendo. Engañar es mentir y la mentira es del diablo.
A la lista de pueblos mencionados en la Biblia que tenían muchos dioses: filisteos, cananeos, egipcios, asirios, griegos, amorreos, hititas, se suman actualmente los yorubas; y, de tales, Dios ordenó a su pueblo: “Yo soy Yahvé, tu Dios, el que te sacó de Egipto, país de la esclavitud.No tendrás otros dioses fuera de mí” (Ex 20,3; Dt 5,6). La desobediencia a Dios y el desafiar a Dios con la idolatría, es la principal causa de la propia destrucción de una nación.