Pbro. Héctor Pernía, mfc
Dicen: ‘Le estás robando a Dios si no pagas el diezmo’.
(332) Han creído por verdadero durante muchos años lo que no es cierto. El diezmo, tal como hoy es enseñado por la muchos, de dar el 10% del ingreso en dinero, no existe en las páginas de la Biblia; ya que nunca se pedía en dinero (cf. Gn 47,13-18), sino en comida (cosechas de siembra) y animales (cf. Gen 4,3-7; Lev 27,30-32). Ni siquiera se menciona dar algo de la minería, comercio, carpintería, o diversas ocupaciones profesionales.
Si alguno de estos que se presentan como pastores te exige en dinero el diezmo de tus ingresos, llévale entonces una carretilla o un saco, o un camión de cambures, de plátanos o naranjas, y habrás cumplido con el diezmo tal cual como en la Biblia dice que se ha de practicar. Y dile, además, que eso no es para él, ya que en la Biblia dice que eso no era para los pastores, sino para los levitas (cf. Lev 27,30-33; Nm 18,21-32; Dt 14,27-29), las viudas y para los pobres (cf. Dt 12,5-7; 14,22-29; 26,12-14). No olvides en preguntarles ¿Tú qué quieres, mis plátanos, mis gallinas o mi dinero? Allí verás la reacción y el verdadero personaje que se esconde detrás de tantos títulos que se auto confieren: profetas, apóstoles, evangelistas, etc.
La desinformación hace víctimas de robo a quienes pagan el diezmo protestante;
(333) …y, lo curioso, es que llaman ladrones a quienes no les pagan el diezmo. Ten esto presente: si te salen diciendo que en la Biblia está mandado que el diezmo era para los levitas y que ellos hoy los representan, sepan que en eso están mintiendo. Recuérdales que, aunque los sacerdotes del Antiguo Testamento eran levitas, solamente los descendientes de Aarón eran los que podían participar del sacerdocio y ellos eran, apenas, un porcentaje muy, pero muy pequeño, entre todos los levitas.
Diles que el diezmo era una especie de impuesto no dirigido a los que iban al culto o para mantener exclusivamente a quienes dirigían el culto, sino que más bien, se le pedía a toda la población israelita para el sostenimiento de todos quienes desempeñaban servicios públicos entre el pueblo. Los levitas eran funcionarios que ocupaban trabajos como: supervisión, mantenimiento, porteros, servicio al templo, jueces, entre otros. Para todos ellos era el diezmo, no sólo para los sacerdotes.
¿Por qué el diezmo protestante es una estafa?
(334) La ley del diezmo, tal como estaba mandado en el Antiguo Testamento, obligaba a quienes se beneficiaban de él a no poseer tierras ni propiedades porque su única herencia era el mismo Dios (cf. Dt 10,9; 12,12; Jos 18,7). Por eso, para su sustento, todos los israelitas debían dar el diezmo de sus cosechas y especies; y no en dinero, justamente, para que no incurrieran en corrupción.
Aplicándolo hoy, los pastores protestantes no tendrían permitido, por la ley de Moisés que de manera estéril insisten en reivindicar (dado que fue anulada), a adquirir con el dinero de los diezmos apartamentos, fincas, empresas, parcelas, vehículos u otras propiedades. Violentan la misma ley que falsamente dicen y mandan a cumplir. Eso se llama corrupción y extorsión. A ellos Jesucristo apuntó cuando habló de los ladrones y estafadores (cf. Jn 10,1), y el apóstol Pedro los denunció como traficantes de la fe (cf. 2Pe 2,1-2).
Tales personas están fingiendo ser pastores, porque no son almas para Cristo lo que buscan, sino su dinero para sus propias cuentas bancarias. Note usted que en el libro de Lv 27,30-31 dice que, si alguien quería recuperar algo en dinero, tenía que pagar el 20% más del valor real del animal o fruto; indicando con ello que el énfasis del diezmo no estaba en el dinero sino en la ofrenda de las especies dadas.
Imponer el diezmo es imponer nuevamente la esclavitud de las obras de la ley.
(335) Los sitios de culto donde a las personas les hacen caer encima todo el peso del mandato del diezmo del Antiguo Testamento, se convierten en súbditos de la Ley, y de ellos está escrito en el Nuevo Testamento: “todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.” (Ga 3,10).
Tales personas que eligen someterse nuevamente al yugo de la ley del diezmo han de saber las consecuencias: están devolviéndose al viejo pacto del Antiguo Testamento, lo que conlleva a renunciar al nuevo, que es lo mismo que separarse y renunciar a Cristo. Han de saber que según el pacto que escogieron andan bajo maldición, por no cumplir absolutamente toda la Ley como dijo Santiago: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Stgo 2,10).
Así que, ¿de qué les sirve ser tan celosos y fieles observantes del diezmo si no cumplen los completos los 613 preceptos de la Ley? El cristiano no vive bajo el peso de dicha ley porque Cristo la derogó: Cristo abrogó, suprimió, canceló el primer orden de las cosas para establecer el segundo (Hb 10,9).
El diezmo protestante, una doctrina contradictoria. (336)
Si tales hermanos que imponen el pago del diezmo para ser observantes de la ley de Moisés, son a la vez fieles discípulos de Martín Lutero en defender la doctrina de que ‘SÓLO LA FE SALVA’, ¿por qué entonces se devuelven a vivir de las mismas obras de la ley que Lutero y todos ellos condenan como inútiles?
La farsa del diezmo. Una ley que los falsos pastores dicen seguir pero que no cumplen. (337)
Otro dato curioso y que no cumplen los que piden el diezmo, y lo reconoce uno de los mismos pastores protestantes llamado Jesús María Yépez, de Puerto Ordaz, Venezuela: “… por dos años, el diezmo debía ser llevado al tabernáculo, y guardarlo en el alfolí, pero al tercer año el diezmo de ese año debía ser entregado directamente en las aldeas locales, y ponerlo a disposición, no sólo de los Levitas, sino también de los “extranjeros, los huérfanos, y las viudas” (Dt 14,28-29; 26,12-14), de lo cual no cumplen, y casi me atrevo a asegurar en un gran porcentaje de las iglesias que cumplen el diezmo no lo realizan; no estaría mal que las iglesias hicieran compartir el diezmo con la comunidad formada por los extranjeros, huérfanos y viudas que hubiera en la población alrededor de la misma. ¡Aunque fuese cada tres años! Recordemos que en el Nuevo Testamento tenemos instrucciones respecto a cómo las iglesias y los creyentes deben cuidar de las viudas y los huérfanos.”[1]
La Ley del diezmo del Antiguo Testamento fue quitada cuando Cristo murió en la cruz y no antes
(338) “Anuló el comprobante de nuestra deuda, esos preceptos que nos acusaban; lo clavó en la cruz y lo suprimió” (Col 2,14).
“Cristo nos liberó para ser libres. Manténganse, pues, firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud” (Gál 5,1).
“Pues bien, si la perfección se alcanzara por el sacerdocio levítico – pues de él recibió el pueblo las leyes -, ¿qué necesidad había ya de que surgiera otro sacerdote a la manera de Melquisedec, y no «a la manera de Aarón»? Porque, cambiado el sacerdocio, necesariamente se cambian las leyes” (Hb 7,11-12). En este último pasaje dice muy claramente que el diezmo era de la Ley y que ahora, en la gracia, no existen los sacerdotes levitas, porque hubo un cambio de sacerdocio y de ley.
Nunca, ni Jesucristo, ni sus discípulos, le pidieron o exigieron el diezmo a las personas que querían hacerse cristianas. El diezmo es parte de la Ley de la Antigua Alianza, y los cristianos no vivimos ya bajo el peso de esa ley. Así lo dejó bien claro San Pablo en Gál 4,21-26. Si desean tomarse a pecho de nuevo la ley derogada, que la sigan entonces por completo y se aparten de llamarse cristianos. En lugar de pedir diezmos, Jesucristo incluso fue más radical: “El que no renuncia a todo lo que tiene, no podrá ser discípulo mío” (Lc 14,33).
Diezmos como cuotas para adquirir derechos de bendiciones.
(339) Le dice Pedro a Simón, el mago: “Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero” (Hch 8,20).
Y cuantos hoy en día dan donaciones (diezmos y ofrendas) no por caridad sino por interés, para que les vaya bien en la vida (sanar, conseguir trabajo, salvación de un familiar, solucionar un problema familiar o hasta amoroso) están equivocados. Si esto es cierto, entonces estamos viendo restauradas las famosas indulgencias de la edad media que dieron inicio a la reforma liderada por Martín Lutero[2].
En el Nuevo Testamento la Iglesia se financia con ofrendas, no con el diezmo.
(340) Así fue revelado en el Nuevo Testamento: “Cada domingo, cada uno de ustedes ponga aparte lo que pueda, y no esperen a que yo llegue para recoger las limosnas” (1Cor 16,2).
“Cada uno dé según lo que decidió personalmente, y no de mala gana o a la fuerza, pues Dios ama al que da con corazón alegre” (2Co 9,7). El pasaje dice claramente que cada uno da según lo que decida personalmente. El diezmo es voluntario y no obligatorio, o a la fuerza.
“Además, cuando Cristo envió a los doce y luego a los setenta, no les enseñó a cobrar diezmos sino a quedarse en los hogares de los justos y a comer lo que les pusieran delante, nunca solicitaron hoteles de cinco estrellas ni limusina (cf. Mt 10,5-15; Lc 10,1-12). (…) En resumen: (…) 1 – El diezmo era de la Ley (Mt 23,23), según la ley (cf. Hb 7,5). 2 – En la Gracia debemos ofrendar libremente, como cada uno propuso en su corazón, sin que tu mano izquierda sepa lo que ha dado tu derecha. No se debe hacer en sobre con nombre, la ofrenda debe ser anónima”[3].
Falsas justificaciones y argumentos del diezmo obligado.
(341) Jesús María Yépez, referido en este tema del diezmo explica algo de decisiva importancia: Algunos se escudan diciendo que en el Nuevo Testamento, en Hb 7,8, hombres mortales recibían en nombre de Dios los diezmos que se le daban a Dios. Aclaremos y corrijamos porque eso que dicen es falso. Quienes allí aparecen recibiendo diezmos no eran los apóstoles, sino los sacerdotes levitas que aún oficiaban en el templo, el cual para esa fecha todavía no había sido destruido. Ellos mantenían vigente el régimen del diezmo del Antiguo Testamento para aquellos judíos que lo seguían, entre los cuales no estaban los cristianos.
También dicen que Jesucristo sí enseñó a pedir el diezmo a los cristianos. Y dicen que eso está en Mt 23,23-24: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello! ¿Qué decimos al respecto? Jesucristo en este pasaje no está estableciendo para sus discípulos el diezmo. Él está denunciando a los fariseos por su hipocresía, dejando en claro que era más importante la justicia y la misericordia que el diezmo. Un detalle muy importante:
“Noten bien lo que él les dijo: “esto “era” necesario hacer”… No dijo “esto es” sino “ERA” (porque él sabía que esto y otros preceptos, como después lo describe en el libro de Hebreos, serían ABOLIDOS; pero la justicia, la misericordia y la fe permanecerían para siempre).
Amigo pastor, o usted que enseña a dar el diezmo a los cristianos como si estuviesen (mandados como obligatorios) en la ley, la próxima vez no use la biblia para robar, utilice directamente un arma…no se camufle detrás de las sagradas escrituras para robar al pueblo de Dios”[4].
Lo común, cuando las personas están siendo estafadas, es que durante el tiempo en que están entregando su dinero se sienten muy dispuestas, motivadas y seguras, porque creen que están logrando algo muy importante en sus vidas. Pero es luego, después de pasado un tiempo, cuando la mayoría de ellas llegan a enterarse de lo que les está pasando. Qué difícil es hacerle comprender a quienes pagan el diezmo obligado, de que lo que tienen delante no es un pastor sino un ladrón que los está robando.
¿Es bueno o es malo dar el diezmo?
(342) Ciertamente, es bíblico; y es, incluso, un bien espiritual darlo. Lo que es pecado, y propio de lobos rapaces que trasquilan a sus ovejas, es imponerlo obligatorio tal cual como se obliga el pago de impuestos. Se sabe de muchísimos que hasta le llevan un control a las personas, de quiénes han dado y quiénes no; de cuánto ganan y cuánto tienen que entregar. Ante estos embaucadores y estafadores, cántales esta canción, con la melodía aquella de ‘payasito saltador’: “Pastorcito inventador, ¿de dónde salistes tú? Embustero, embaucador; ¡el diezmo es lo que quieres tú!”.
Cuando Jesucristo ante los fariseos, aludiendo al diezmo, usa las palabras “sin descuidar aquello” (Mt 23,23-24), está dando por entendido que el darlo no es ningún pecado y que no estaba en contra del mismo. Por otra parte, el numeral 2449 del Catecismo de la Iglesia Católica, reconoce su valor, en razón de la obligación cristiana de ayudar a remediar la necesidad del pobre y del indigente.
Si alguien lo desea dar en dinero, no debería representar ningún inconveniente, dado que muy pocos tienen hoy la posibilidad de ofrendar cosechas o especies; pero siempre a modo voluntario (cf. 2Cor 9,7), mejor en anonimato, y nunca bajo la forma de impuesto obligatorio. Jesús dijo: “Tú, cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la derecha: tu limosna quedará en secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará” (Mt 6,3).
Para la ideología del capitalismo, los bienes son de quien los produce; y para el socialismo, los bienes son del Estado. Pero para todo hijo de Dios ésta es la verdad: los bienes son de Dios: “todo fue creado por medio de él y para él” (Col 1,16). EL diezmo, en este sentido, nutre en el cristiano la confianza en Dios providente, y educa a crecer en la preocupación y la responsabilidad de cada uno en hacer que avance la su obra: el conocimiento de Dios y la justicia.
Muchos son los que sin saberlo se confunden y llegan con el tiempo a considerarse dueños y señores de las cosas que adquieren. El diezmo ayuda a recordar, reconocer y dar testimonio de que Dios es el Señor de todo lo creado y que cada uno es administrador, por un tiempo determinado, de dichos bienes.
[1] JESÚS MARÍA YÉPEZ, “Uso y abuso del diezmo”, en <http://protestantedigital.com/tublog/26652/Uso_y_abuso del_diezmo>, (Ingreso: 29-07-2015).
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] JESÚS MARÍA YÉPEZ, Op. Cit.
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