Apologética de la Liturgia de la Palabra
XVI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. Año impar.
Lecturas del día: Jer 23, 1–6; Sal 22, 1–4, 6; Ef 2, 13–18; Mc 6, 30–34
Comentario:
Con las lecturas bíblicas de hoy podremos avanzar en el conocimiento auténtico del sentido de la cruz.
Escribió san Pablo a los Efesios:
“Porque él [Cristo] es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo las paces, y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad.” (Ef 2, 14-16)
Con la cruz, Cristo reconcilió no solamente al hombre con Dios, mediante la remisión de los pecados que lo habían separado de la divinidad; sino también, con la cruz reconcilió a judíos y gentiles, derribó el muro que separaba, del mundo entero, a los que presumían por ser el pueblo elegido por Dios: los judíos. ¡El muro era más grande de lo que pensamos! Muchos judíos que no fueron deportados a Babilonia se creían más que los que vivían lejos en la cautividad; se ufanaban de habitar en Jerusalén, del Templo y de la Ley.
Al pueblo de Israel, por su radical nacionalismo, le costaba apreciar y acoger la mirada universal de Dios hacia todos los pueblos, y reconocer que Dios había elegido a Israel, no para reducirse a Israel, sino para hacerse presente y salvar mediante su muerte en la cruz, la totalidad de todos los pueblos. Por esta razón, la Iglesia de Cristo nació, es, y será siempre católica; porque vence la barrera separatista que ocasionaba la fría letra de la Ley de la antigua Alianza, la cual no sabía resolver sino con la muerte el precio del pecado (cf. 2Cor 3, 3-8), y acoge en su seno, por el espíritu del Resucitado, a todos los renacidos por el bautismo (cf. Col 2, 11-12).
Por la cruz, con su sangre, Dios encarnado abrazó la humanidad y la unió a Sí mismo en filiación mediante su Espíritu. La Ley, a la Gracia, es, en cierto modo, lo que Juan el Bautista a Jesucristo. Ella tenía por fin preparar a Israel para recibir del Mesías la salvación, ya no mediante sacrificios de machos cabríos o el cumplimiento legalista de unos preceptos, sino mediante su Gracia y su Sacrificio.
Con la cruz, Cristo, “anuló en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos» (Ef 2, 15). ¿Y por qué lo hizo? Porque la Ley no iba a poder, con la frialdad de la pura letra, unir a judíos con paganos y hacer de ambos una misma nación para Dios. Al vernos liberados por Cristo de las cadenas de la Ley, y al estar protegidos con Su Gracia mediante los Sacramentos que no matan, sino que dan vida eterna, no podemos menos que inclinarnos con reverencia ante la cruz y honrarla con gratitud, y decir con san Pablo: “No puedo sino sentirme glorioso de la cruz de Cristo.” (Gal 6, 14)
Para compartir:
1.- ¿Por qué la cruz tiene tanta importancia en la fe cristiana?
2.- ¿Qué pasó con la Ley antigua y con todos sus preceptos, luego del sacrificio de Cristo en la cruz?
Elaborado por:*
Pbro. Héctor Pernía, mfc