Hospitalitos de la Fe

La cruz en las Sagradas Escrituras.

Pbro. Héctor Pernía, mfc

¿Conocías el origen de la palabra «CRUZ»?  

(283) Su origen es el signo “TAU”. Este signo, poco conocido por muchos en la actualidad, es de origen bíblico:

En Ez 9,3-6 Dios le dice al hombre vestido de lino que tenía la cartera de escriba en la cintura que marque, con una ‘TAW’, la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las prácticas abominables que se cometen en Jerusalén.

En hebreo antiguo la TAW tenía forma de cruz, a manera de nuestra “T” mayúscula. Era la última letra del alfabeto hebreo; y, quienes no sabían escribir, la usaban como firma. En este símbolo se prefigura y profetiza a Cristo cargando la cruz como su diadema, como su corona, acercándose como príncipe en su trono ante quienes le crucificaron: “El libelo (firma) que haya escrito mi adversario, ¡juro que sobre el hombro lo llevaré, ceñido como una diadema! Le daría cuenta de mis pasos, me acercaría a él como un príncipe” (Job 31,35-37; cf. Sal 132,18)).

Una hermosa profecía de Isaías nos anuncia que la cruz sería signo de la humildad del señorío, del trono y del principado de Cristo: “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz»”(Is 9,5).

De ella dijo el Señor: “¡Bendito sea el madero que fue instrumento de tu salvación!” (Sb 14,7-8)

También era una señal protectora, como <<la señal de Caín>> (Gn 4,15) y la sangre con que los israelitas untaron las jambas de sus puertas la noche de la liberación de Egipto (cf. Ex 12,7).

Hay gente que niega que Cristo murió en una cruz.

(284) Los actuales Testigos de Jehová están mal; ya que contradicen a sus propios fundadores y a sus primeros seguidores, quienes por muchísimos años creyeron y predicaron la muerte de Cristo en una cruz. Esto se puede ver en su libro ‘Plan Divino de las Naciones’; estudio 12. Fue en el año 1925 que cambiaron de opinión.

En la Biblia que ellos mismos se mandaron a hacer para sus miembros, llamada Nuevo Mundo, borraron deliberadamente la palabra cruz en algunos pasajes (cf. Mc 8,34; Ga 5,11 y Ef 2,16) y la sustituyeron por la de madero, para hacerles creer que Cristo murió en un palo vertical con las manos clavadas encima de su cabeza, y no en una cruz como realmente sucedió.

En las mismas sagradas Escrituras sobran las evidencias que de manera muy firme demuestran que la muerte de Cristo fue en una cruz. Una de ellas es la tabla donde escribieron: “Este es Jesús, el rey de los Judíos” (Mt 27,37-38); la que clavaron sobre la cabeza de Cristo en la crucifixión. Es imposible que se la hayan puesto a Cristo encima de su cabeza teniendo justo encima de ella sus dos brazos clavados. Tomemos en cuenta que no era una tablita diminuta la que clavaron encima, ya que la inscripción estaba escrita en tres idiomas: hebreo, latín y griego (cf. Jn 19,20). Esto obliga a deducir y confirmar que los brazos los tenía clavados en el madero horizontal.

De haber muerto con sus brazos encima de su cabeza no hubiese sido dos clavos sino uno solo el que le hubiesen puesto en sus manos, y probablemente hubiese sido no en sus manos sino en su muñeca. Sin embargo, en Jn 20,14-15, el apóstol Tomás confirma que, en efecto, los brazos de Cristo fueron clavados por separado. Dijo el apóstol Tomás: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi dedo en su costado no creeré”.

Si Cristo no hubiese muerto en una cruz, los judíos que le mataron no le hubiesen gritado jamás: “¡crucifíquenlo!; ¡crucifíquenlo!” (cf. Mt 21-26), sino tan solamente, “¡enmadérenlo!; ¡enmadérenlo!”.

Otros pasajes bíblicos…: Hch 2,23.36; Flp 2,7-8; Col 1,19-20; 2,14; Hb 12,2.

¡Muchísimos que hoy atacan la cruz… mañana llorarán…! 

(285) Pero Dios, que es compasivo, les dirá algo así: ‘Ten paz. No sabías lo que hacías. ¡Yo te perdono!’.

“Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo; se lo he dicho a menudo y ahora se lo repito llorando. La perdición los espera; su Dios es el vientre, y se glorían de lo que deberían sentir vergüenza” (Flp 3,18).

“En cuanto a mí, no quiero sentirme orgulloso más que de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Ga 6,14).

«Los que ponen la mano en el arado y miran hacia atrás no son dignos del Señor” (Lc 9,62).

“Destruyó el odio en la cruz y, habiendo hecho de los dos un solo pueblo, los reconcilió con Dios por medio de la misma cruz” (Ef 2,16).

“No se puede desvirtuar ni borrar la cruz de Cristo. …Para los que están en el camino de la salvación, la cruz es fortaleza y poder de Dios. Y para los que están en el camino de la perdición, la cruz es una locura, un escándalo. (….)”predicamos un Jesucristo crucificado” (v.23) (1Cor 1,17-25).

“El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, y el que sacrifique su vida (por mí) y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,34-35).

Qué triste, que mientras Cristo utilizó la cruz como instrumento para cancelar las deudas de nuestros pecados, para liberarnos del infierno, para salvarnos (cf. Col 2,14); algunos viven ciegamente mirándola como instrumento de maldición. Están así porque sólo escuchan a los soldados y al sanedrín judío que lo crucificó. ¿Será que son de aquella misma gente?

La cruz es la señal de los que están inscritos en el libro de la vida.

(286) Sigamos, paso a paso, el recorrido bíblico de la señal que identifica a aquellos que están con Dios, los que en Ap 21,27 son señalados como los justos que están escritos en el libro de la vida:

a. “Tomaréis luego la sangre y untaréis las dos jambas y el dintel de las casas donde la comáis. La sangre os servirá de señal en las casas donde estéis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo; y no os afectará la plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto” (Ex 12, 7.13).

b. “Y Dios le dijo al ángel: «Recorre la Ciudad, Jerusalén, y marca UNA CRUZ en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en ella.» Y a los otros oí que les dijo: «Recorred la ciudad detrás de él y herid. No tengáis piedad, ni perdonéis; matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres hasta que no quede uno. Pero no toquéis a quien lleve la cruz en la frente. Empezad por mi santuario.» Empezaron, pues, por los ancianos que estaban delante del templo” (Ez 9,4-6). Observemos la hermosa correlación y concordancia existente entre esta señal, la cruz, la sangre del cordero en las dos jambas de la puertas de los israelitas, y la señal en estos dos siguientes pasajes bíblicos:

c. “Luego vi a otro ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro ángeles a quienes se había encomendado causar daño a la tierra y al mar: «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el SELLO la frente de los siervos de nuestro Dios.»  Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel” (Ap 7,2-4).

d. Dios envía langostas que destruyen todo lo que está en pecado, y sólo los que llevan el sello en la frente se salvan (cf. Ap 9,1-5). Cuando buscamos en la Biblia, cuál es ese sello en la frente, llegamos al libro de Ezequiel, al sello de la cruz.

e. La señal de la sangre del cordero que protegió de la muerte a los israelitas era figura de la sangre de Cristo, y las jambas las puertas de sus casas, era figura de los dos maderos de la cruz, la cual fue cubierta y bañada por el mismo Cordero con su Sangre para rescatarnos de la muerte.

f. Recuerda esto y transmítelo a todos…: La cruz, para siempre, fue bañada personalmente por la sangre del Cordero (Jesucristo). Por eso, quienes la lleven con sentido cristiano, se verán protegidos de la muerte. Al comulgar en la Santa Misa, nuestros labios son las dos nuevas jambas de las puertas en nuestros cuerpos que son marcadas cada vez que comulgamos en la Eucaristía con la sangre del Cordero. Decía San Juan Crisóstomo: “Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos”[1].


[1] S JUAN CRISÓSTOMO, “Catequesis 3. 13-19”, en «Liturgia de la Horas», Lectura del Viernes Santo. CF Coeditares Litúrgicos, Barcelona, 1980


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