Pbro. Héctor Pernía, mfc
¿Has visto actos de culto donde se retuercen en el piso o de pie y dicen que es el Espíritu Santo?
(350) Hay lugares de culto no católicos donde la gente se retuerce, se sacuden en el piso, agitan miembros de su cuerpo a velocidades no normales, lanzan carcajadas, gritan; y dicen que eso es avivamiento y que son manifestaciones del Espíritu Santo. Todo esto es sumamente grave.
En toda la Sagrada Escritura los casos donde las personas actúan de manera semejante es sólo cuando están poseídas por un demonio. Se puede confirmar esto leyendo Mc 1,25-26; 9,17-29 y Hch 8,6-7; allí están Jesucristo o sus discípulos expulsando a Satanás en este tipo de situaciones. Con toda responsabilidad hay que decir que quienes dirigen esos espectáculos son demonios disfrazados de ángeles deformando el evangelio de Cristo y metiendo, por obras de Dios, funciones dirigidas por el mismo diablo. En toda la Biblia no existe un solo caso donde el Espíritu Santo ponga a las personas a actuar así.
Al revisar la lista de los frutos del Espíritu Santo no veremos nada que se parezca a esta clase de actos a los que llaman avivamiento. Elías escuchó la voz del Señor en la brisa suave y en el silencio (cf. 1Re 19,12-13) y el gozo de María lo vivió guardando todas sus vivencias de Dios meditándolas en su corazón (cf. Lc 2,18-19). Tampoco en el día de Pentecostés (cf. Hch 2,1-13) ni los Apóstoles ni la virgen María que estaba allí presente, actuaron de esa forma. Es con esta lista que podrás identificar a una persona con AVIVAMIENTO: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad, dominio propio” (cf. Ga 5,19-23).
Quien desee conocer de personas con avivamiento verdadero que conozca la vida y obra de los SANTOS; como la Virgen María, por ejemplo, que acude, estando embarazada, a recorrer largos kilómetros para ayudar a su prima Isabel que estaba esperando un hijo (cf. Lc 1,39).
El cristiano cuida su fe. No la expone a pastores de dudosa y desconocida legitimidad; no va a sitios de culto que no tengan aprobación de la legítima sucesión apostólica; es lo más seguro para cuidar la fe y no poner a riesgo la propia salvación.
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