(Diálogo inspirado en el encuentro
entre el Etíope y Felipe en Hch 8, 26-40)
FELIPE: Evitemos caer en actitudes de orgullo y soberbia como la del fariseo que ante el publicano se creía justo y ya seguro de estar salvado (Lc 18,9-14) y tratar como pecadores o demonios a los que no son como ellos. Hoy puede fácilmente repetirse la historia diciendo, “yo ya estoy salvo porque ya recibí a Cristo; tú no porque eres un mundano y un pagano”. La sola fe no basta; ya el mismo San Pablo nos recuerda que por encima de la fe está la caridad: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad” (1Co 13,13).
ETÍOPE: Deberíamos, pienso yo, vivir intensificando el testimonio de la caridad[1] y no considerarnos ya seguros repitiendo: “yo ya soy salvo”.
FELIPE: Las mismas Escrituras serán quienes nos han de juzgar, pues en ellas está escrito: “La fe sin las obras es una fe muerta… Y sería fácil decirle a cualquiera que presuma de estar ya salvado: “Tú tienes fe, pero yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe a través de las obras” (Stgo 2,14-18). No basta con decir… “yo ya creo”, “ya tengo fe y ya estoy salvado”; es necesario perseverar hasta el fin (Mt 24,13), pues “no todo el que dice Señor, Señor” se salvará” (Mt 7,21-23). El día del juicio se nos dará a cada uno según lo merezcan nuestras obras, nuestra conducta (Mt 16,27); se nos examinará en el amor (Mt 25,31-36).
ETÍOPE: ¿Qué consecuencias en la vida de las personas produce esta doctrina protestante de “sólo la fe basta”?
FELIPE: Las consecuencias pueden ser lamentables. Esta frase tiene apariencia de ser buena e inofensiva, pero en la práctica puede generar terribles daños. Con la excusa de “YA SOY SALVO” y de que las obras no son necesarias para salvarse, muchos se hacen los desentendidos ocultándose de su presente o su pasado oscuro y ante la responsabilidad sobre muchos daños ocasionados en la vida propia y la vida de otras personas. Piensan que con sólo decir “YA SOY SALVO” se liberan de la responsabilidad ante las cosas que hacen y de la exigencia que el Sacramento de la Confesión les pide de una auténtica conversión. Esa frase… SÓLO LA FE SALVA tiene más bien cara de TENTACIÓN, un artificio doctrinal sembrado por el enemigo para alejar de aquellos medios de la gracia divina que les permite poderse reconciliar con Dios y liberarse de sus pecados cometidos. Para explicarlo puedo presentar como ejemplo dos casos concretos que en mi ministerio sacerdotal encontré en barrios de ciudades donde he trabajado:
Estaba una noche visitando una casa de una familia evangélica donde unos 8 jóvenes estaban reunidos en la sala de entrada cada uno con un revolver en sus manos. La abuela y dueña de aquella casa asiste prácticamente todos los días a un lugar de culto pentecostal. Estuve allí por casi una hora exhortándoles a cambiar de vida y buscar a Dios, a que se dieran cuenta que tenían oportunidad a una vida distinta y mejor que no les condujera a la muerte. Ya muchos de sus compañeros habían muerto a raíz de transitar por ese mismo mundo de la violencia. Uno de los nietos de la dueña de la casa me dijo así: <<mi abuela nos enseñó que uno al final de la vida siempre tiene un chance para arrepentirse y pedirle perdón a Dios>>.
Algo muy parecido me respondió otro joven que también andaba inmerso en el mundo de la delincuencia. Yo intentaba hacerle reflexionar que buscara a Dios, que hiciera su catequesis y recibiera los sacramentos, pero esto fue lo que él me contestó: <<yo soy evangélico…, ahh, ¿y para qué hace falta todo eso, de todos modos, al final de la vida siempre hay un momento donde uno se puede arrepentir>>. Sin comentarios…, ¡Quien tenga capacidad para reflexionar, que reflexione.!
(Cfr., para profundizar el tema: CIC, 1987-1995)
[1] Benedicto XVI, Carta Apostólica “PORTA FIDEI”, Núm 14.
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