Juzgar y condenar son de los hábitos malos en los que fácilmente caemos los hijos de Dios, resultando éstos muy dañinos para la buena convivencia entre los hermanos de la fe y para la paz de la vida interior del que juzga y del juzgado. También permiten que la puerta de la falta de fraternidad siga abierta y no pare la sangría de hermanos a las sectas y dañan la buena fama de Cristo y de su Iglesia.
Por la realidad, las grandes mayorías viven cual pirañas, “mordiéndose” los unos a los otros en la propia familia, los vecinos, los compañeros de trabajo, las redes sociales; cuando alguien se acerca a la Iglesia, anhela encontrar un oasis de amor, donde esperan ser tratados con respeto y misericordia. Pero con frecuencia, suelen encontrarse con más de lo mismo en nuestras comunidades parroquiales; pues este mal hábito de juzgar y condenar también está presente. Damos antitestimonio de no imitar a Jesús, que no vino al mundo a juzgar y a condenar; sino para salvar.
El mandato de no juzgar en la Sagrada Escritura es tajante:
“No juzguen a los demás y no serán juzgados ustedes. Porque de la misma manera que ustedes juzguen, así serán juzgados, y la misma medida que ustedes usen para los demás, será usada para ustedes. ¿Qué pasa? Ves la pelusa en el ojo de tu hermano, ¿y no te das cuenta del tronco que hay en el tuyo? ¿Y dices a tu hermano: ¿Déjame sacarte esa pelusa del ojo, teniendo tú un tronco en el tuyo? Hipócrita, saca primero el tronco que tienes en tu ojo y así verás mejor para sacar la pelusa del ojo de tu hermano”. (Mt 7, 1-5)
Nuestro Señor da a sus discípulos el mandato expreso de no juzgar e indica el por qué “serán juzgados, les tratarán con la misma medida” (Mt 7, 2); deja claro, que, por la forma de tratar a los hermanos, al cielo se le está mandando el mensaje de cómo se quiere ser tratado.
También el Espíritu Santo en la carta de Santiago va dejar claro que sólo Dios tiene la potestad de juzgar, y que todos los hombres son cumplidores de ley divina: “Hermanos, no se critiquen unos a otros. El que habla mal de un hermano o se hace su juez, habla contra la Ley y se hace juez de la Ley. Pero a ti, que juzgas a la Ley, ¿te corresponde juzgar a la Ley o cumplirla? Uno solo es juez: Aquel que hizo la Ley y que puede salvar y condenar. Pero, ¿quién eres tú para juzgar al prójimo?” (St 4, 11-12).
Juzgar a los hermanos no es conveniente: “Felices los misericordiosos porque obtendrán misericordia” (Mt 5, 7).
Sea alabado Jesucristo.
Para compartir:
1.- ¿Por qué Nuestro Señor Jesucristo ordena a sus discípulos, no juzgar?
2.- ¿Qué estrategias concretas pudiéramos crear para erradicar el juicio en nuestras comunidades católicas?
Autor:
Pbro. Domingo Pernía, mfc
