Apologética en la Liturgia de la Palabra
EL ALMA ES INMORTAL
Martes, XXXII Semana del Tiempo Ordinario. Ciclo A
Lecturas del día: Sb 2, 23—3, 9. Sal 33, 2-3. 16-19. Lc 17 ,7-10.
Comentario:
Dios no deja al hombre en el olvido, sino que lo ha destinado a ser feliz por toda la eternidad; hemos sido creados por y para Él, hemos sido creados para vivir en el Amor, porque Dios es Amor
«Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser» (Sb 2, 23).
Nuestro destino está en sus manos y no ocurre nada sin que Él lo permita. Él es quien ordena cada acontecimiento y SABE SACAR UN BIEN DE UN MAL.
Como diría san Agustín :
“Nos creaste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti“.
Muchas sectas, como los Testigos de Jehová, niegan la inmortalidad del alma, asegurando que todo se acaba con la muerte o que las almas duermen; y siembran en el hombre la incertidumbre. Pero, para un cristiano, la vida no acaba con la muerte, sino que es el inicio. Dice en Qo 12, 7: «Vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio».
Dios, que es Amor puro, permanece para siempre, y su imagen que ha sido sembrada en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado, para esperar con anhelo la vida eterna.
La esperanza del cristiano es que un día partirá, después de sus fatigas en este mundo, exclamando: «Hemos hecho lo que debíamos hace» (cf Lc 17, 10); una vida entregada en el Amor , gastada en el servicio incondicional a los demás.
El mismo san Pablo vivía esta esperanza hasta el punto que llega a exclamar: «Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor» (Flp 1, 23).
Sentir que ya estamos listos para cuando el Señor nos llame, sin temer a nada ni a nadie , es saberse amado, llamado y elegido. San Pablo continúa diciendo: «Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor» (2Co 5, 8).
Debemos entender que estamos llamados a conocer, amar y servir a Dios, vivir convencidos de que en Él vivimos nos movemos y existimos (cf (Hch 17, 28), sabiendo que nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?» (Rm 8, 35).
La invitación es a decir como el primer mártir del cristianismo, que mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7, 59).
Vivamos con la mirada en el cielo y los pies en la tierra.
Para compartir:
1.- ¿Estás dispuesto a dar razón de tu esperanza aún a costa de tu propia vida?
2.- ¿Crees en la inmortalidad del Alma?
Elaborado por:
Jorge Luis Herrera