Apologética en la Liturgia de la Palabra
Sábado, V Semana de Cuaresma. Ciclo A
Lecturas del día: Ez 37, 21–28; Sal Jr 31, 10. 11–12ab. 13; Jn 11, 45–56.
Comentario:
Muchas personas para creer se fijan y se quedan en las apariencias; en lo que hacen o dejan de hacer los sacerdotes, o en lo que los medios de comunicación digan sobre ellos. Por unos pocos que tropiezan, señalan a todos en general y a la Iglesia Católica entera.
El Evangelio de hoy trae un episodio muy elocuente – concordante con otros pasajes de la Biblia – que nos ayuda a entender que, a pesar del mismo hombre, aún con sus fragilidades, sus flaquezas y sus errores, Dios lo llama y lo toma para hacerlo su Ministro e instrumento para realizar sus obras y actos de salvación.
¡¿Cómo es posible que un fariseo, justo cuando está confabulando con otros para orquestar y decidir la muerte de Cristo, esté siendo instrumento para profetizar la universalidad del sacrificio salvífico de Cristo? –Uno sólo debe morir para salvar a todos– porque era el sumo sacerdote de aquel año! Es, porque así son los misterios de salvación de Dios (cf. 1Co 1, 19-20. 25). Veamos el ejemplo que nos ofrece el evangelio de este día:
Lo que dijo el fariseo:
“Entonces habló uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, y dijo: “Ustedes no entienden nada. No se dan cuenta de que es mejor que muera un solo hombre por el pueblo y no que perezca toda la nación» (Jn 11, 49-50).
Lo que hizo el Señor a través del fariseo:
“Estas palabras de Caifás no venían de sí mismo, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó en aquel momento; Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11, 51-52).
¿Qué nos está diciendo el Señor?
Lo que tantas veces hemos oído y no lo practicamos o atendemos: que Dios no piensa ni actúa como los hombres; que para hacer sus obras no elige a perfectos e intachables, sino a hombres comunes y corrientes, pecadores (cf. Hb 5, 1). Mientras nosotros, creyéndonos muy rectos, vivimos exigiendo que tienen que ser intachables los sacerdotes que confiesan y celebran la Eucaristía, Dios, sin embargo elige y envía a quienes Él quiere.
Debemos seguir el ejemplo de San Pablo. Respecto a los apóstoles, que eran hombres burdos, tal vez llenos de defectos humanos, él en medio de su condición social, los aceptó y obedeció como lo que son: sus autoridades. De ellos dijo: “Y de parte de los que eran tenidos por notables – ¡no importa lo que fuesen: Dios no mira la condición de los hombres” (Ga 2, 6).
¡Danos, oh Señor, el don de la fe y el entendimiento, para conocer tus caminos!
Para compartir:
1.- ¿Qué lección de vida cristiana te ha dejado esta publicación?
2.- ¿Has cometido errores haciendo juicios despreciativos o descalificando a ministros de Cristo, sin tener presente la acción de la Gracia que Dios te ofrece mediante ellos?
Elaborado por:
P. Héctor Pernía, mfc