(Instrumento de formación para crear Hospitalitos de la Fe)
Pbro. Héctor Pernía, mfc
*Objetivo*
Despertar en la persona la necesidad de un fortalecimiento integral, instruyéndonos en la sana doctrina y, con hechos, uniéndonos a la familia espiritual que Dios nos da: la Iglesia. No podemos vernos o ver a los demás como meros receptores de datos bíblicos, pensando que con eso ya tenemos para proteger la fe; necesitamos herramientas que nos eduquen a abrirnos: el conocimiento de las bases de nuestra fe, y el aprender a convivir.
*La Iglesia, necesaria para vivir*
“En los Evangelios, la asamblea de Jesús tiene la forma de una familia y de una familia hospitalaria, no de una secta exclusiva, cerrada… Cuando [Cristo] inició su vida pública, quiso formar a su alrededor una comunidad, una “Asamblea”, una con-vocación de personas: quiso la Iglesia. No la quiso como una secta para privilegiados, sino como una familia hospitalaria, una casa donde todos, sin exclusión, fueran acogidos y amados”.[1]
Cristo nos dio la Iglesia como Familia, un gran escudo protector para cuando nos vamos quedando sin la familia en la carne y, por sí solos, no logremos valernos y sostenernos en medio de una adversidad, de una necesidad. Pero, las personas, a menudo cometemos la equivocación de hacernos daño con lo que hacemos; y muchos, por la indiferencia, el relativismo y la rebeldía espiritual, deciden vivir su fe independientemente, aislados, y creen, equivocadamente, que lo mejor para evitarse problemas es declararse independiente de la Iglesia de nuestros antepasados, en autonomía moral total. Por pensar y actuar así, cuando llegan los momentos críticos de la vida, nos encontramos olvidados en el anonimato, solos, y presas fáciles de las Sectas que se aprovechan de esas horas débiles para envolvernos y llevarnos tras ellos.
Hay quienes descargan en los pastores de la Iglesia Católica toda la culpa de que no haya nadie de la Iglesia allí donde un católico padece postrado en un hospital o en su casa. Seamos humildes en reconocer que la mayor parte de la responsabilidad es nuestra, por nuestra obstinación y rebeldía de no querer ir a la Eucaristía, de no recibir los Sacramentos que nos faltan, de no querer orar con la Iglesia a la que pertenezco. Por esta puerta hemos perdido muchísimos católicos, porque en esas horas llegan por todas partes las sectas y, sin mucho esfuerzo, mediante sus dádivas seductoras, los arrastran fácilmente a la apostasía con el cuento de decirles: “¿Quieres recibir a Cristo para ser salvo?” Ellos saben que a esa hora es muy fácil llevarse a los católicos, porque saben muy bien que están solos y necesitan de todo. ¿El detonante o la causa?: el individualismo y la fragmentación de los miembros de la Iglesia Católica.
El papa Francisco, en este particular, nos orienta con su enseñanza: “alguien dice: «Cristo sí, Iglesia no». Aquellos que dicen: “Yo creo en Dios, pero no en los sacerdotes”, ¡eh! Se dice así: «Cristo sí, Iglesia no». Pero es precisamente la Iglesia la que nos lleva a Cristo y nos dirige a Dios: la Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios. Por supuesto, también tiene aspectos humanos; en los que forman parte de ella, Pastores y fieles, hay defectos, imperfecciones, pecados: hasta el Papa los tiene, ¡eh! y ¡tiene tantos! Pero lo hermoso es que cuando nos damos cuenta de que somos pecadores… lo hermoso es esto: cuando nos damos cuenta de que somos pecadores, nos encontramos con la misericordia de Dios: Dios siempre perdona. No olvidemos esto: ¡Dios siempre perdona! Y Él nos recibe en su amor de perdón y de misericordia. Algunas personas dicen: «Es hermoso, esto: que el pecado es una ofensa a Dios, pero también una oportunidad; la humillación para darse cuenta de que hay otra cosa más hermosa, que es la misericordia de Dios». Pensemos en ello.[2]
*La Iglesia doméstica*
Veamos este mensaje que el Papa San Juan Pablo II le dirigió a una comunidad de Roma mientras estuvo de visita:[3]
“¿A quiénes va de modo particular mi pensamiento y a quiénes me dirijo? Me dirijo a todas las familias que viven en esta comunidad parroquial y que constituyen una parte de la Iglesia de Roma. Para visitar las parroquias, como parte de la Iglesia-diócesis, es necesario reunir a todas las “iglesias domésticas”, esto es, a todas las familias: de hecho, así llamaban a las familias los Padres de la Iglesia. “Haced de vuestra casa una iglesia”, recomendaba a sus fieles en un sermón San Juan Crisóstomo. Y al día siguiente repetía: “Cuando ayer os dije: haced de vuestra casa una iglesia, prorrumpisteis en aclamaciones de júbilo y manifestasteis de manera elocuente cuánta alegría inundó vuestra alma al escuchar estas palabras” (In Genesim Ser. VI, 2; VII, 1; PG 54, 607 ss.; cfr. también Lumen gentium, 11; Apostolicam actuositatem, 11). Por eso, al encontrarme hoy entre vosotros, delante de este altar, como Obispo de Roma, me traslado en espíritu a todas las familias. Ciertamente, muchas están aquí presentes: les dirijo mi saludo cordial; pero busco a todas con el pensamiento y con el corazón.”
“Digo a todos los esposos y padres, jóvenes y mayores: Daos las manos como hicisteis el día de vuestra boda, al recibir gozosamente el sacramento del matrimonio. Imaginaos que vuestro Obispo os pide hoy otra vez el consentimiento, y que vosotros pronunciáis, como entonces, las palabras de la promesa matrimonial, el juramento de vuestro matrimonio.”
“¿Sabéis por qué os lo recuerdo? Porque de la observancia de estos compromisos depende la “iglesia doméstica”, la calidad y santidad de la familia, la educación de vuestros hijos. Todo esto Cristo os lo ha confiado, queridos esposos, el día en que, mediante el ministerio del sacerdote, unió para siempre vuestras vidas, en el momento en que pronunciasteis las palabras que no debéis olvidar jamás: “hasta la muerte”. Si las recordáis, si las observáis, mis queridos hermanos y hermanas, también sois apóstoles de Cristo y contribuís a la obra de la salvación” (Cfr. Lumen gentium, 35, 41; Gaudium et spes, 52).
*Los que se sienten muy solos en su familia carnal*
Del modo como una buena alimentación y el ejercicio constante ayudan a un atleta a resistir y a salir victorioso en las pruebas más difíciles del deporte que practica, así también, toda persona, que dedique tiempo de la semana a sembrar su granito en la cosecha del Reino de Dios, que coloque un ladrillo en el edificio de la Iglesia, para formarse bíblicamente, conocer y defender la fe verdadera, construir fraternidad, tendrá muchos más recursos y más capacidad para superar los tramos más pesados y dolorosos de la vida, y para no dejarse enredar en las medias verdades que toda secta trae en su maletín. De ahí, la importancia que este tema tiene para todo apologeta, y para cada cristiano.
En el capítulo tres del evangelio de Marcos podemos encontrar, en la misma vida de Cristo, las dos clases de familia, o de relación filial que todos como hijos de Dios, tenemos: la carnal y la espiritual. En el verso veintiuno podemos ver la primera filiación: la carnal. Los parientes le tenían por loco, y fueron a buscarlo para hacerse cargo de él. Al llegar donde estaba le dijeron: “afuera están tu madre y tus hermanos”. Y, a continuación, Cristo nos revela y da conocer la otra relación filial: la familia espiritual. “Él les contestó: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío y hermana y madre.”_ *(Mc 3, 33-35)*
Muchos comprometidos en la Iglesia padecen lo que primero Cristo sufrió en su familia carnal, en sus propios parientes. Encontró rechazo, burla, desprecio, soledad. Y, en la espiritual, la que nace de la escucha de la Palabra, en la que destaca en primer lugar, su propia madre, encontró lo contrario, la acogida, el amor fraterno. Eso le ocurre también a quienes invierten en la fe, a quienes sacrifican tiempo para servir a Dios en la Iglesia contra toda prueba y toda dificultad. No pocos dicen: “saben más de mi vida mis hermanos en la fe que los de mi propia casa. Siento más confianza en contarle mis cosas a mis hermanos de apostolado que mis hermanos de carne.” En muchas ocasiones, son ellos los que están cercanos, enjugando las lágrimas de nuestros ojos, socorriéndonos en la enfermedad, en la escasez, en el dolor por la pérdida de un ser querido.
Con el ejemplo de su propia vida, Cristo nos convoca a pasar de una mera filiación carnal a la filiación espiritual. Le hizo ver a sus propios parientes que, más importante que el mero vínculo carnal, es el espiritual. Los hijos en la carne, fácilmente se condenan, y los hijos en el espíritu, más fácilmente se salvan. Los hijos en la carne, en muchos casos, se devoran unos a otros, pues todo lo piensan y lo toman terrenalmente, y hace presa de ellos, las envidias, los egoísmos, la avaricia, los rencores, las intrigas. Los padres de familia deben convertir su hogar, de la carne, al espíritu, para que se manifieste el amor. Bien lo dice las Escrituras: “El espíritu es el que da vida, la *carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.” *(Jn 6, 63)*; “Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; porque las cosas visibles duran un momento, pero las invisibles son para siempre.” *(2Cor 4, 18)*
*De la familia en la carne a la familia en el espíritu*
Por todo lo leído, es que es tan importante y tan urgente que cada uno se convierta y renuncie a su nocivo y auto destructivo encierro, egoísmo, e indiferencia con la Iglesia; y comenzar, desde ahora, a verla como aquella familia que no va a aparecer por sí sola, como por arte de magia, para ponerle la medicina en la boca cuando esté enfermo; sino que la debe construir, por ella se ha de sacrificar, esforzarse, y dar lo mejor de sí. Ella no se da sola, por sí misma.
La mayoría, porque sólo piensan en lo terrenal, se preocupan y se ocupan solamente de edificar su casa terrenal, y mucho se sacrifican por ella. ¿Y la espiritual, qué? Vale leer y meditar lo que nos dice el Señor a través del profeta Ageo *(1, 1-11)*
Dios, dador de nuestra vida, sabe lo mucho que sufrimos cuando quedamos solos, huérfanos, cuando perdemos o nos quedamos sin nuestra familia en la carne; que, en esas circunstancias, somos más vulnerables a las insidias del maligno de destruirnos y llevarnos a cometer equivocaciones. Por eso, en su infinita bondad, su Hijo fundó la Iglesia, y en el bautismo, nos dio el don de una familia universal, una familia en la fe. Pero, esa familia es como la agricultura. El terreno, por sí solo, no nos va a dar arroz, maíz, caña de azúcar, frutales, papa, fríjoles, tomates. Dará tales alimentos solamente si los sembramos, si nos esmeramos en cuidar lo sembrado, entonces sí obtendremos cosecha. Si sembramos poco, cosecharemos poco. Así es la familia de la fe, la Iglesia. Si en ella no hemos sembrado, no hemos invertido tiempo, difícilmente vamos a poder ver en nuestras vidas sus frutos.
Esta familia es todo un misterio espiritual, cargado de un caudal de abundantes bendiciones, muy útiles para la defensa de la fe. Pero esto no se logra comprender racionalmente, es una experiencia, se le conoce viviéndola. En esta familia, mientras más invertimos en perseverancia, firmeza, conocimiento de la fe, tolerancia, servicio a los demás, vivencia de los Sacramentos, muchos más hermanos, padres, madres, familiares tenemos. ¿Por qué muchos católicos abandonaron la Iglesia? Porque la familia espiritual que les atendió no fue la Iglesia Católica, sino alguna secta que se aprovechó de los descuidos y de la torpeza de los católicos estar empeñados en ir cada uno por su lado creyendo en Dios, o en los activistas de la apologética, sólo ocupados en dar Biblia, Biblia, y más Biblia, y poco o nada de hermanos. Los coordinadores de toda comunidad cristiana deben ser testimonio y enseñar a las personas a convivir, a encontrarse, a tolerarse, aceptarse, ir juntos y no por separado.
El que se ocupa de la apologista debe abrir los ojos, instruir y anunciar la buena nueva que Dios tiene para todos: que además de la familia en la carne, Dios tiene y ofrece el don maravilloso de una familia mayor, universal, que hace que ninguno ande solo y huérfano en el mundo: la IGLESIA.
[1] P. FRANCISCO, La Iglesia es una familia espiritual y la familia es una pequeña Iglesia,
[2] Papa Francisco, “La Iglesia como familia de Dios” | Fuente: es.radiovaticana.va, 29 de mayo de 2013; https://es.catholic.net/op/articulos/19506/cat/626/la-iglesia-como-familia-de-dios.html
[3] JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, IGLESIA DOMÉSTICA De la Homilía durante la Misa en la Iglesia de San Francisco Javier en la Garbatela, Roma (Italia), 3 diciembre 1978. https://enchiridionfamiliae.com/z_componer.php?codigo=0784
Los comentarios están cerrados.