Apologética en la Liturgia de la Palabra
Sábado, II Semana de Cuaresma. Ciclo A
Lecturas del día: Mi 7, 14–15. 18–20; Sal 102, 1–4. 9–12; Lc 15, 1–3. 11–32
Comentario:
La parábola del hijo pródigo que nos trae hoy el Evangelio es útil para orientar a quienes creyeron el error protestante que predica que solo arrepentirse, es suficiente para ser perdonados de los pecados.
El hijo pródigo cumplió perfectamente el requisito del arrepentimiento; pero, sin embargo, no tenía paz. Se sentía muy mal, muy dolido por sus pecados. ¿Ves que no estaba liberado? Por el contrario, se dijo: «Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti» (Lc 15, 18).
No es Dios quien necesita que le confesemos nuestros pecados mediante un sacerdote; somos nosotros los necesitados del sacerdote para confesarle a Dios nuestros pecados. Si pretendiéramos hacerlo directamente, sin mediación de hombre alguno, moriríamos en el acto (cf. Ex 33, 20-23; Dt 5, 22-29).
El mismo pecador necesita confesar sus pecados, lo leemos en el Salmo 32, y mientras no lo hace, siente como que le queman sus huesos; y necesita hacerlo para prosperar y para recibir el perdón (cf. Pr 28, 13) «No te avergüences de confesar tus pecados…” (Si 4, 26).
Una cosa es el arrepentimiento del pecado, y otra muy diferente, la absolución o liberación. Si fuera suficiente el arrepentimiento para otorgar la absolución, debería haber no una, sino varias fuentes bíblicas y de la Tradición y el Magisterio que lo dijeran de modo abierto y directo.
Al contrario de lo que hacen las Sectas, la Iglesia Católica se mantiene fiel a la voluntad y el mandato de Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica declara: «en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf. Jn 20, 21-23) para que lo ejerzan en su nombre» (n. 1441).
La acogida misericordiosa del padre cuando su hijo llega ante él a confesar su pecado, la experimenta el penitente cuando, luego de confesar sus culpas y su arrepentimiento con el acto de contrición, recibe del sacerdote, ministro de Cristo, la sentencia de liberación: «Yo te absuelvo de todos tus pecados, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén».
Ante la objeción protestante de eludir la necesidad de este Sacramento con el argumento de siempre: que no es bíblico, sino que fue inventado por los católicos en el Concilio de Letrán, porque desconocen la autoridad divina de la Iglesia, recomiendo conocer la narración de la trayectoria histórica de este Sacramento desde la Iglesia Primitiva, leyendo los numerales 1441 al 1449 del Catecismo de la Iglesia Católica.
Para compartir:
1.- ¿Por qué no es suficiente el solo arrepentimiento para quedar liberados de los pecados?
2.- ¿Qué bases bíblicas sostiene la necesidad de ser absueltos de los pecados por un Ministro de Cristo?
Elaborado por:
P. Héctor Pernía, mfc