Apologética en la Liturgia de la Palabra
¿CÓMO SE DEBE VIVIR EL BAUTISMO?
Domingo XIII del Tiempo Ordinario, solemnidad.
Lecturas del día: 2R 4, 8–11. 14–16; Sal 88, 2–3. 16–19; Rm 6, 3-4. 8-11; Mt 10, 37–42
Comentario:
El bautismo es abiertamente desconocido para la mayoría de los católicos y de los grupos protestantes. Los primeros, porque lo entienden sólo como un ingreso a la Iglesia Católica, y como una tradición o costumbre para tener padrinos. A duras penas dicen – algunos – “para ser hijos de Dios”, “para que Dios los proteja”, o “para recibir la bendición de Dios”, “para liberar a los niños de perturbaciones o enfermedades”. Estamos de acuerdo que el bautismo puede ayudar en esas situaciones; pero, lo más importante se lo pasan por alto. Muestra de ello es que, desde niños hasta ancianos, al bautismo lo entienden como un museo: algo del pasado.
Las sectas protestantes, por su parte, lo tienen como un acto o ceremonia de proselitismo, para hacer que el católico rompa todo tipo de vínculo con su pasado católico y se adhiera a sus miembros, so pretexto de que ahora es que van a comenzar su entrega y seguimiento a Cristo.
En general, de un lado y de otro, la mayoría vive dándole la espalda al bautismo y echándole tierra; ya que muchos hacen de la vida cristiana lo que, a cada uno, le place y le parece según se lo dicten sus propias conveniencias; actuando al margen y en desobediencia a los mandamientos de Dios y de la Iglesia, y actuando agresivamente contra quienes les recuerdan y denuncian su infidelidad.
El apóstol Pablo, en la segunda lectura nos enseña que bautizarse es morir con Jesucristo, sumergiendo la propia existencia en su crucifixión, dándole muerte a todo pecado y, sobre todo, a la propia voluntad; para que, en adelante, sea la voluntad de Cristo la que gobierne y dirija la vida en todos sus asuntos.
Por eso es que amamos, utilizamos y exponemos la cruz de manera visible en muchos lugares; para recordarnos a cada instante que debemos como Él, y con Él, aceptar la cruz, abrazarla, usarla para predicar, y – lo más importante – para renovar, en cada instante, la renuncia a la propia voluntad y la obediencia alegre a la voluntad de Dios.
El bautismo también nos une a la Familia de Dios, y eso nos convierte en hermanos de cada bautizado, a quien debemos acoger y ayudar, muy especialmente, a aquellos que, de parte de Cristo, tienen la misión de dirigir y pastorear la Iglesia. Tenemos el ejemplo que leemos en la primera lectura: una mujer de Sunem, brindó al profeta Eliseo un servicio de hospedaje al reconocer que él era un hombre de Dios (cf. 2R 4, 8-11).
En el evangelio, Jesús nos encargó la responsabilidad de cuidar, obedecer y acoger a las autoridades que Él puso al frente de la Iglesia para hablarnos de Él y administrar los medios para nuestra Salvación. Él dijo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa» (Mt 10, 40-42).
Para compartir:
1.- ¿Qué deben hacer para vivir como bautizados en Cristo, las personas que viven complaciendo, en todo, la propia voluntad?
2.- ¿Qué relación tiene el bautismo cristiano con la cruz?
Elaborado por:
Pbro. Héctor Pernía, mfc