(Diálogo inspirado en el encuentro
entre el Etíope y Felipe en Hch 8, 26
ETÍOPE: Felipe, ¿CÓMO ES ESO QUE JESUCRISTO ESTÁ VIVO EN LA HOSTIA CONSAGRADA? AHH, Y OTRA PREGUNTA… ¿QUIÉN INVENTÓ LA MISA?
FELIPE: La Misa fue instituida por Cristo y su presencia en ella es real, no simbólica, como dicen en algunos sitios de culto no católicos. Esto lo encontramos en Mt 26,26-28; Lc 22,19 y Mc 14,22-24; y lo creemos firmemente porque Jesucristo dice la verdad y tiene todo el poder para hacer que lo que aparenta ser pan no sea pan sino su Cuerpo y lo que aparenta ser vino no sea vino sino su Sangre. Por ello, el valor y la importancia tan grande que le da la Iglesia (1Cor 11,25-29). Después de la Resurrección los discípulos reconocen a Jesucristo en la fracción del pan (Lc 24, 13-35); esto es definitivo y fundamental para nuestra fe cristiana pues allí constatamos y somos testigos de que Jesús ha resucitado. San Ignacio de Antioquía (50-107 d. C., Eph 20,2) la llama Pan de los Ángeles, Pan del cielo, Medicina de Inmortalidad.
ETÍOPE: ¿Por qué en esos lugares de culto no católicos niegan que Jesucristo está allí presente?
FELIPE: Amigo Etíope, eso no es nuevo. En la misma Biblia podemos mostrar como el anuncio de la Eucaristía, al igual que el anuncio de la cruz escandalizó a muchos que eran discípulos de Jesucristo y por no aceptar comer su cuerpo y tomar su sangre dejaron de seguirle. Jesucristo se hizo piedra de tropiezo que causaría división y hoy mismo vuelve a ocurrir; unos creen que Él está vivo en la hostia consagrada y lo comen y otros lo niegan y lo adversan. Así vemos que en Jn 6,48-71, luego del anuncio de la Eucaristía, unos dan la vuelta atrás y otros se quedan con Jesucristo.
LA MISA DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS[1]:
ETÍOPE: Sería interesante conocer qué hacían y creían los primeros cristianos. ¿Sabes algo de eso?
FELIPE: <<Canibalismo>> y <<sacrificios humanos>> eran acusaciones que se rumoreaban a menudo contra las primeras comunidades cristianas. Los primeros apologistas cristianos las recogieron con el fin de rechazarlas como chismes. Pero a través de las lentes distorsionadas de las habladurías paganas, podemos ver cuál era el elemento más identificable de la vida y del culto cristiano.
Era la Eucaristía la re-presentación del sacrificio de Jesucristo. La comida sacramental en la que los cristianos consumían el Cuerpo y la Sangre de Jesús. La distorsión de estos hechos de fe era la que guiaba las calumnias paganas contra la Iglesia: aunque es fácil de ver por qué los paganos malinterpretaban esos hechos. En la primitiva Iglesia se permitía asistir a los sacramentos únicamente a los bautizados, y a los cristianos se les disuadía hasta de hablar de estos misterios centrales con los no cristianos. Por eso, la imaginación pagana se disparó, alimentada por pequeñas briznas de realidad: <<esto es mi Cuerpo…éste es el cáliz de mi Sangre… Si no comen la Carne del Hijo del hombre y no beben su Sangre…>> Los paganos sabían que ser cristiano era participar en unos ritos extraños y secretos.
ETÍOPE: ¿Eso quiere decir que ellos predicaban y reconocían a Jesucristo al comer el pan durante la misa?
FELIPE: Así mismo, Etíope. Ser cristiano era ir a Misa. Esto era verdad desde el primer día de la Nueva Alianza. Apenas unas horas después de que Jesús resucitara de entre los muertos, se encaminó a compartir la mesa con dos discípulos. <<Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Y sus ojos se abrieron […] le conocieron al partir el pan>> (Lc 24,30-31.35).
San Pablo subraya la importancia de la doctrina de la presencia real y ve terribles consecuencias en no creer: <<todo el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio juicio>> (1Co 11,29).
La Didajé utiliza cuatro veces la palabra <<sacrificio>> para describir la Eucaristía y en una de ellas declara abiertamente que <<éste es el sacrificio del que habló el Señor>>[2]
ETÍOPE: Yo creo que debemos reconocer también que saben más de Jesucristo aquellos que fueron sus apóstoles y los primeros cristianos que nosotros después de dos mil años.
FELIPE: Es verdad. Por eso es tan importante conocer las raíces de nuestra fe cristiana para ser fieles a lo que creían y hacían los primeros cristianos y no estar dejándonos llevar por lo que alguien opine por ahí. Tengo otros datos históricos para mostrarte, Etíope. Presta atención:
Nuestro próximo testimonio de la doctrina eucarística de la recién nacida Iglesia viene también de Antioquía de Siria. Hacia el año 107 d. C., San Ignacio de Antioquía, obispo de Antioquía, escribió frecuentemente de la Eucaristía mientras viajaba hacia Occidente camino de su martirio. Habla de la Iglesia como <<el lugar del sacrificio>>[3]. Y a los de Filadelfia escribía: <<tened cuidado, entonces, de tener sólo una Eucaristía. Pues sólo hay una Carne de nuestro Señor Jesucristo, y un cáliz para mostrar en adelante la unidad de su Sangre; un único altar, como hay un solo obispo junto con los sacerdotes y diáconos, mis consiervos>>[4].
En su carta a la Iglesia de Esmirna, Ignacio arremete contra los herejes que, ya en aquella temprana fecha, estaban negando la doctrina verdadera: <<se mantienen alejados de la Eucaristía y de la plegaria, porque no confiesan que la Eucaristía es la Carne de nuestro Salvador Jesucristo>>[5]. Instruye a los lectores acerca de las notas de una verdadera liturgia: <<que sea considerada una Eucaristía apropiada la que es administrada por el obispo o por uno al que se lo haya confiado>>[6].
ORACIÓN: Amigo, te invito a que me acompañes haciendo esta oración:
“Señor, yo elijo ser del grupo de discípulos
que aparecen en Jn 6,68,
quienes se quedan contigo
y aceptan comer tu cuerpo y tu sangre;
y no del grupo de Jn 6,66.
Mi buen Jesús, yo no quiero marcharme de tu lado
y estar tan próximo a esos tres números (666)
que curiosamente señalan
al enemigo de todos los hijos de Dios.
Señor, sufro por quienes hoy, como ayer,
niegan tu presencia real y verdadera en la Eucaristía;
y en sus cenas de culto comen el pan,
afirmando que tu presencia allí
no es real, sino simbólica,
cambiando en sus biblias las palabras
“ESTO ES MI CUERPO; ESTO ES MI SANGRE”,
por la expresión
“esto es COMO mi cuerpo…; esto es COMO mi sangre”.
Señor, te pido perdón por quienes pecan
contra el Espíritu Santo al calificar como engaño
tu presencia real en la Eucaristía y también
por quienes comemos tu cuerpo y tu sangre indignamente;
no nos tomes en cuenta, Señor Jesús, este pecado.
El hecho que narra Jn 6,66
no es un hecho del pasado
y no se quedó solamente en la Biblia;
hoy se repite una y otra vez
en quienes abandonaron la Eucaristía y ahora
la enfrentan diciendo a otros que es mentira
que Tú estás allí, vivo y verdadero.
Aun son muchos los que dan la vuelta atrás
y renuncian a ser tus discípulos.
Yo, Señor, me quedo con Pedro y los doce Apóstoles,
quienes creen firmemente
que sólo Tú tienes palabras de vida eterna
y aceptan comerte de manera viva y verdadera
en la Santa Misa (Jn 6,67-69),
en ese pan celestial en el cual
Tú te nos das como Cordero Inmaculado.
Señor, Tú que aclaraste la mente
a los discípulos de Emaús,
por medio de la fracción del pan (Lc 24,30),
ven y aclara la mente de aquellos
que hoy dudan de tu presencia
viva y verdadera en la Eucaristía.
Jesús, al verte crucificado dando tu vida por nosotros,
comprendo que en la Eucaristía,
memorial de tu Última Cena, estás entregándote.
Antes de hacerlo en la cruz,
lo haces en un trozo de pan y un poco de vino.
Allí quiero estar, Señor, para comerte en ese pan y vino, y permanecer en unión íntima contigo”.
Señor Jesucristo, creo que tu palabra tiene poder
y dices siempre la verdad;
por eso cuando tú dices en la Última Cena:
TOMEN, ESTO ES MI CUERPO…
ESTA ES MI SANGRE…,
no necesito estar viendo
un trozo de carne o un poco de sangre real para creerte.
Como a Tomás el Apóstol,
ven también a pronunciar sobre nosotros hoy
aquella hermosa bienaventuranza de la fe:
“DICHOSOS LQS QUE CREAN SIN HABER VISTO”
(Jn 20,29).
Si tú dices que ese pan es tu cuerpo
y que ese vino es tu sangre
(Mt 26, 26-27; Mc 14, 22-24; Lc 22,19-20);
yo declaro que lo acepto diciendo AMÉN.
Tus pedidos son mandatos para mi,
y digo amén a que siempre hagamos en memoria tuya
el sacrificio de comer y beber
tu cuerpo y tu sangre (Lc 22,19)
justo para la remisión de nuestros pecados
y entrar en comunión íntima contigo.
Señor, tus sentencias son admirables y me estremecen: “El que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57);
“Les aseguro, si no comen la carne del Hijo del Hombre
y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”
(Jn 6,53), Amén.
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