Acuda al Tribunal de la Liberación, Misericordia y Redención
Entre las recomendaciones dadas por el psicólogo Octavio Escobar para la sanación interior de quien lleva dentro heridas emocionales, hay una de mucha importancia: «La persona que va a hacer un proceso de sanación, lo primero que debe hacer es entregarle los pecados al Señor».
Es vital incluir el paso por el Sacramento de la Confesión en el camino del acompañamiento terapéutico para que las heridas del aborto sanen. Allí, el alma atrapada en la muerte eterna y apartada del amor de Dios por el pecado del aborto encuentra felizmente su liberación, el final de su amarga tristeza; porque, a partir de entregar su pecado a Dios mediante el sacerdote y de recibir por parte de éste la santa absolución en nombre de Cristo, ya el pecado y la culpa cambian de dueño, comenta Octavio Escobar al hablar de este tema.
Y es que, la carga ha pasado de los hombros del pecador que cometió el pecado de aborto, a los hombros de Cristo que se lo ha cargado a sus hombros en la cruz que asumió para salvarnos, y los cancela para siempre en la cruz, en la muerte que Él paga para ocupar el lugar de quien cometió el pecado; porque, alguien tenía que pagar con sangre el derramamiento de sangre ocasionado por la mujer que abortó (Cf. Hb 9, 22).
La lógica humana diría que la misma mujer que abortó (que asesinó) un bebé derramando su sangre inocente, tendría que pagar con el derramamiento de sangre inocente, por su delito. Pero, en el Sacramento de la Confesión, Dios se interpone, por el amor tan infinito y tan grande que le tiene a esa mujer, para que no muera por su pecado, sino que cambie de conducta y viva.
El Señor por medio del profeta Ezequiel, dijo:
«Tan cierto como que soy vivo, palabra de Yahvé, que no deseo la muerte del malvado, sino que renuncie a su mala conducta y viva. Dejen, dejen el camino que han tomado: ¿para qué morir, casa de Israel?» (Ez 33, 11).
Por eso Él decidió humillarse a sí mismo, hacerse carne y pagar, con su muerte en la cruz, el peso y la culpa del delito hecho por la mujer que abortó, para que ella quede para siempre libre de acusaciones, y, al fin, sienta en su pecho el abrazo de amor infinito de su Padre Creador que le anuncia, como Jesús a la mujer que encontraron en adulterio: «Yo tampoco te condeno. Vete en paz, y no vuelvas a pecar».
Así es como en el Sacramento de la Confesión, la persona que está implicada en el asesinato – aborto – de un niño o una niña, experimenta la liberación de esa pesada cadena que tanto tortura el alma. ¡Lloran; pero por lágrimas de paz y descanso!
Las terapias de nueva era no sanan ni liberan a nadie de las consecuencias del aborto; solo hacen que la persona finja o eluda su responsabilidad y su conciencia con ficticias medicinas (repetición de mantras, signos del zodíaco, aromas, colores, sonidos, piedras, energías, y pare de contar); muchas de ellas provenientes de religiones orientales que inducen a la indiferencia de las personas para que ignoren su responsabilidad en los actos que realizan, o la realidad de las situaciones que padecen; y que falsamente solucionan las crisis creadas por un aborto, porque no logran desconectar, realmente, la mente y los sentimientos entre madre que aborta e hijo abortado.
¿Cómo se sabe que el Sacramento de la Confesión es, también, Tribunal de Misericordia y Redención?
Porque alrededor y sobre todo en la misma mente donde el demonio no cesa de atormentar con sus acusaciones, se multiplica el dedo acusador que recrimina en la pobre mujer, ya adolorida por el acto del aborto, el látigo de la culpabilidad, de la condena, el señalamiento de su error. Pero, al acercarse al Tribunal establecido por Cristo para juzgar al pecador *(cf. Jn 20, 21-23),* no aparece ningún dedo acusando; nadie con una piedra en la mano para lapidarle; y, ni siquiera, tiene que pagar dinero o sacrificar machos cabríos como los antiguos israelitas para ser liberada de su delito; sino que, por confesar sus pecados y su arrepentimiento, y por entregarse definitivamente a Dios, recibe a cambio un caudal de clemencia y misericordia, de consuelo y comprensión, de justicia y bondad. Por eso lloran cuando viven esta Gracia del cielo en la tierra.
La amarga historia iniciada por el aborto concluye con el más solemne y hermoso gesto divino de salvación; cuando, mediante su Ministro, Cristo le absuelve para siempre de ese y de todos los pecados que haya confesado con pleno arrepentimiento de corazón.
Para compartir:
1.- ¿Qué ayuda espiritual se le puede brindar con el contenido de esta publicación a quien cometió el pecado y delito del aborto?
2.- ¿Hay algún pecado que Dios no pueda perdonar?
Elaborada por:
P. Héctor Pernía, mfc
Fuente:
Nota: El contenido es tomado de la Guía de Auxilio Espiritual, elaborada por el mismo autor de esta publicación.