Hospitalitos de la Fe

¿Cómo protegernos de derrumbes en la fe ante escándalos dentro de la Iglesia?

Pbro. Héctor Pernía, mfc

Utiliza dos espejos:  

(547) … uno, es el de la propia vida. Y otro, el espejo de la mirada de Dios ante los errores de sus elegidos.

Primer espejo: La propia vida.

(548) Es lo primero por hacer. Mirarnos nosotros mismos en un espejo y hacernos preguntas como estas:

¿A cuántas personas he alejado de la Iglesia con algún pecado grave que cometí?

¿He hecho algo por ir a reparar los daños que ocasioné en la fe de otros?

Ante mis propios escándalos y errores cometidos, qué pido: ¿Qué me señalen, que me lapiden a piedra, o que tengan misericordia y perdón por mis pecados?

Si hubiese estado presente ante la mujer pecadora que le llevaron a Jesucristo para lapidarla. ¿Hubiese sido el único quedándose allí para matar a aquella mujer pecadora? ¿Sería allí la única persona sin pecado?

La medicina a tomar: Pedimos, para los pecados ajenos, la misma misericordia que pedimos a Dios y a los demás por nuestros propios pecados.

Segundo espejo: la mirada de Dios.

(549) Antes de cualquier otro paso, debemos dar éste: tomar la Palabra de Dios y asegurarnos de mirar los errores humanos desde Aquél que conoce bien los corazones y juzga con rectitud y justicia; y no desde la mirada de los hombres, que viven siempre de tropiezo en tropiezo.

Leer 2Cor 4,7-10, y contemplar a Dios haciendo llegar sus torrentes de misericordia (comer el cuerpo y la sangre de su Hijo en la Eucaristía; lavarnos y limpiarlos de nuestros pecados a través de la absolución en el sacramento de la Confesión) a través de vasijas de barro, a veces con grietas, frágiles; pero al fin, y al cabo, recipientes donde puedo beber las fuentes inagotables de la gracia de Dios. Y pensamos: «Si Dios es capaz de hacerle llegar la plenitud de su misericordia a los pecadores a través, y a pesar, del inmundo pecado de algún sacerdote o de algún obispo que no pudieron impedir el avance de sus obras admirables, ¿Cuánta misericordia y cuanto amor no va a tener conmigo si voy y le entrego mis propios pecados o si le recibo en la Hostia consagrada por aquel sacerdote u obispo pecador?»

Sigamos, en los numerales siguientes, contemplando cómo se pueden mirar los errores de los ministros de Cristo desde la limpia mirada de los ojos de Dios.

¿Cómo podemos ver mejor el brillo de las estrellas?, ¿de día o de noche? 

(550) Brilla más admirablemente la luz de la misericordia y la grandeza de Dios llegando hasta mí, atravesando y amando el difícil y grueso muro de los muchos pecados de un sacerdote infiel; que la luz que me pudiera llegar sin haber tenido que atravesar y vencer intento alguno del maligno de impedir ser alcanzado por sus  rayos de gracia divina. La mirada humana me impediría ver las cosas de Dios; y ver desde Dios las cosas humanas, me hace descubrir ante mis ojos todo un universo de gracias que jamás habría podido imaginar con mi corta y torpe manera de razonar que a veces tengo. Porque así son las cosas de Dios: “locura para los sabios y entendidos; y fuerza y poder para los que creen en el mensaje de la cruz de Cristo” (cf. 1Cor 1, 17-25).

Dios se hizo humano para valerse de lo humano y mostrarse ante nuestros ojos:

(551) Para nosotros, que vemos, olemos, masticamos, oímos y tocamos, porque somos humanos; ¿cómo nos podría haber hecho llegar Dios sus misericordias?, ¿si no es también mediante siervos suyos, pecadores como nosotros, elegidos por él para entenderse «tú a tú con nosotros»?

Él se vale de hombres para hacernos mostrar los bienes del cielo; y así lo ha demostrado y revelado a lo largo de las Sagradas Escrituras. Esos siervos suyos, por humanos que son, semejantes a nosotros, pueden ver, oler, masticar, oír y tocarnos. Porque para encontrarse con nosotros así, «frente a frente»; no es a través de quien nosotros elegimos, sino a través de quien Dios escoge. Y los errores y sombras de ese instrumento elegido, son justamente una prueba para examinar mi fe, y un examen que debo superar y aprobar. Ellos en la Misa nos dan la hostia consagrada y decimos: «pude ver a Cristo, pude masticarlo, pude oír a un ministro suyo anunciármelo y ofreciéndolo ante mi boca, diciendo: «cuerpo de Cristo», y exclamar mi gozo respondiendo: «Amén». Y le pude comer, masticar, y sentir dentro de mí. Él vino a mí, por su misericordia, más no por mis méritos». Y ellos me dan la absolución de mis culpas con sus manos, tal vez manchadas y heridas por sus propios pecados; y decimos: «Soy testigo de que Dios me perdonó, porque vi que un ministro suyo, en nombre suyo y no propio, me dijo [y yo lo pude oír]: “Yo te absuelvo de tus pecados… en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

Oh gran bondad la de nuestro Dios.

(552) Jamás hubiesen podido llegar a nosotros estos medios de salvación si Él no hubiese elegido también a pecadores para administrarnos estos tesoros. Por eso dice en Hb 5,1-3, refiriéndose a cada sacerdote, lo siguiente: “…es tomado de entre los hombres, y los representa en las cosas de Dios… Y es capaz de comprender a los ignorantes y a los extraviados, pues también lleva el peso de su propia debilidad; por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus propios pecados al igual que por los del pueblo”.

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