- Liturgia <📖> Apologética
De la Liturgia de la Palabra
Semana XXIX del T.O. (B)
Fecha: jueves, 25 de octubre de 2018Comentario: Una de las cosas que más pueden extrañarnos y extrañar a quienes conocen a los cristianos es la falta de unidad entre nosotros. Sobre todo cuando se lee la Historia de la Iglesia y se van conociendo los motivos que han provocado la división entre los bautizados. Divisiones que aparecen ya presentes en los textos del Nuevo Testamento y que a lo largo de los siglos se han acrecentado de diversas maneras, sostenidas por luchas de poder, por tergiversaciones teológicas, por preponderancia culturales, por causas políticas, por incoherencias morales, etc.
Peor aún sería el hecho de pensar que esta división entre los cristianos ha sido querida por el mismo Jesucristo y que nada se puede hacer al respecto. Sin embargo, las cosas no son así.
En primer lugar, el sentido original del texto evangélico que hoy recibimos no es la división entre los cristianos, sino la diferenciación que se daría entre los judíos que se volvieran cristianos y los que no, así como también entre los paganos que se convirtieran a Jesucristo y los que no. La opción por Cristo implicó muchas veces tener que optar por Él por encima de los mismos lazos familiares y culturales y – en ese sentido – cada mártir es un testigo infinito de esa decisión valiente.
Ahora bien. La división entre los cristianos es, ha sido y seguirá siendo una de las mayores causas de la incredulidad del mundo. Más todavía cuando bautizados han martirizado a otros bautizados como en las persecuciones protestantes hacia católicos y/o viceversa. O cuando naciones cristianas han caído en la apostasía de forma terrible.
Por esto, el fuego del Espíritu Santo que Cristo vino a traer a la tierra para que ardiera, ha de incendiar cada corazón, a fin de que en ninguno exista la frialdad de una vida sin Cristo. Por eso, la unidad en la fe es un don que requiere la conversión de cada bautizado y que – como lo dice Pablo en la carta a los Efesios 3,14-21- sólo puede obtenerse cuando se arrodilla el corazón y la vida ante el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Que más y más seamos incendiados en el Fuego del Espíritu Santo, no para ser llamas solitarias en medio de la noche del mundo, sino para que la Iglesia sea Faro de Cristo, Luz del Mundo.
Preguntas para compartir.
1. ¿Enciendo cada día mi vida con el Fuego del Espíritu Santo?
2. ¿ De qué manera procuro la unidad de los cristianos y lucho contra la división?
Elaborado por:
P. Cristopher Cortés
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