Pbro. Héctor Pernía, mfc
¿Dice algo la Palabra de Dios sobre los tatuajes?
(446) Sobre los tatuajes y la fe cristiana, no se encuentra al respecto mucha información y orientación. Encontramos en Lev 19,28 que Dios los condena como pecado: “No haréis incisiones en vuestra carne por un muerto; no os haréis tatuajes”. A continuación, algunas aproximaciones al tema que pueden ayudar:
Prudencia y caridad para quienes sin tener orientación se hicieron tatuajes.
(447) Debe tenerse mucha prudencia y caridad pastoral con las personas que ya se hicieron tatuajes sin saber que eran prohibidos por Dios y que se exponían a muchos riesgos.
Cuidado con provocar injustas culpas. La gente cambia, y llega un día a ver la vida de una manera diferente; sobre todo cuando se encuentran con la Palabra de Dios y estrenan un nuevo nacimiento, una nueva manera de vivir, cuando conocen a Cristo que tiene el poder de hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5). En el encuentro con el hijo pródigo, al llegar a casa, el padre no le reprochó a su hijo su vida pasada; más bien, acogió su arrepentimiento con su corazón misericordioso y le recibió con alegría a una nueva relación de amor y comunión (cf. Lc 15,20-24).
Muchísimas de estas personas que se mandan a tatuar el cuerpo lo hicieron sin conocer aún la Palabra de Dios, y son muchos los que con el correr del tiempo cambian su modo de pensar y se sienten arrepentidos aun cuando no se los puedan ya quitar. A ellos les debe también alcanzar la misericordia de Dios, aquello que dijo nuestro Señor: “Lo que sale del corazón, eso es lo que contamina al hombre” (Mc 7,20).
El cristiano no debe opacar la santidad del tatuaje de su alma.
(448) El tatuaje del cristiano es el Santo Crisma y el Óleo de los Catecúmenos. No hay en el mundo un tatuaje más precioso y seguro que éste. Ese es el sello que nunca se borra y que revela a los demás que ya tenemos un Dueño y se llama Jesucristo.
Uno de los peligros de los tatuajes es que inicia o acentúa en la persona el riesgo de caer en el narcicismo, que es una forma de idolatría; esto es: “excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras”[1]; y, tratándose de un cristiano, le puede llevar a enorgulleciéndose a sí mismo y ante los demás, no tanto por la unción del Espíritu Santo que lleva en su cuerpo, sino por los tatuajes con el que ha marcado su piel.
Es también una conducta o un hecho que nos hace olvidar lo que Cristo nos dijo: “Lo que nace de la carne es carne y no sirve para nada y lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,6) y es lo que permanece y lo que realmente vale como importante ante los ojos de Dios. Por ello, en un tatuaje se puede sospechar la presencia de estar actuando por una vanidad más que por una real necesidad.
El cristiano con el bautismo muere a sí mismo (cf. Ef 4,22; Col 2,11; Rm 6,3-7), a los placeres y a los criterios de este mundo, y ahora su vida está adquirida por Cristo para ser, en adelante, ciudadano del Reino de los Cielos. Lleva en su ser un tatuaje que, aunque no se ve a los ojos de la carne, es real, es verdadero, y no ha de ser opacado o desplazado por otro al que luego le dé más importancia.
¿Por qué el cristiano no debe tatuarse el cuerpo?
(449) Dios adorna a Israel, su pueblo elegido por Esposa suya, con muchas prendas (cf. Ez 16,12) y el centro o el fin no son los adornos sino la relación de comunión y fidelidad entre ambos. Más, sin embargo, el uso y el contexto en que hoy se usa el tatuaje son muy diversos y opuestos a ese objetivo.
Hoy impera el culto al cuerpo humano, el narcisismo, el endiosamiento de sí mismo, la idolatría de vivir de cosas vanas. Cada vez hay más cristianos volviéndose indiferentes hacia Dios, llevados por la corriente del relativismo, viviendo superficialmente y creyendo equivocadamente que su personalidad depende de su apariencia física. Son cristianos dejando erosionar su propia fe y olvidando o desconociendo que su cuerpo ya no les pertenece, que fueron adquiridos por Cristo a precio de su sacrificio en la cruz (cf. 1Cor 6,20), que ya no están para sí mismos sino para la misión que Dios les encomiende. Hoy se presenta una fuerte desviación del concepto y del sentido del cuerpo; necesitamos urgentemente volver a Dios y rectificar nuestros errores: “El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1Cor 6,13). Lo que dice de la fornicación, de algún modo, equivale también para los tatuajes.
Quien piense hacerse tatuajes y quiera a la vez seguir a Cristo debe tener presente que “todo nos es permitido, más no todo nos conviene” (1Cor 10,23), y que el cuerpo de un bautizado es sagrado, es templo de Cristo (cf. 1Cor 6,15).
A un buen cristiano no le parece bien rayar o pintar una casa ajena o las paredes de un templo. Así ha de ser con el cuerpo; ya no le pertenece a una persona que ya se ha bautizado; su cuerpo le pertenece a Cristo (cf. 1Cor 6,17-19) y por amor y reverencia a Él ha de evitar rayarlo o estamparlo con tatuajes.
El afán por tener un tatuaje puede ser manifestación que habla por sí sola de personas más pendientes de congraciar con los modos de pensar de este mundo (mundo de apariencias) que con el modo de pensar de un cristiano (para servir a Cristo en los demás). Y bien nos dice San Pablo: “No se acomoden a los criterios de este mundo; al contrario, transfórmense, renueven su interior, para que puedan descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que agrada, lo perfecto” (Rm 12,2).
Riesgos y peligros de los tatuajes.
(450) Es de recomendar a las personas no tatuarse. Casos han habido de personas muertas porque las únicas que les podían donar sangre tenían su sangre contaminada por la tinta inyectada con los tatuajes. Se sabe del altísimo riesgo de transmisión de enfermedades por la aguja usada para la inyección de una tinta que va a la sangre. No hay seguridad de que estas agujas usadas hayan sido esterilizadas o que las personas que hayan acudido al mismo sitio hayan sido portadoras de alguna enfermedad que fácilmente puede pasar a otro en un nuevo tatuaje.
[1] DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA. “Narcisismo”, en «e-Sword». Op cit.
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