XIV Sem. T. Ordinario
Comentario:
A muchos les cuesta ver y encontrar a Dios en la Iglesia que proclama ser fundada por Cristo. Dicen: ¿Cómo va a ser la Iglesia Católica, la que Cristo fundó y la verdadera, si ha cometido y comete tantos pecados?. Ellos han de entender que así lo quiso Dios. Él es el médico que vino por los enfermos y no por los que se creen sanos (Mc 2, 17); no es una Iglesia de los que actúan como el fariseo, quien se creía perfecto y justo ante Dios (cf. Lc 18, 10-14), sino de los que, como el publicano, se saben y se reconocen pecadores. Muchos se salen de la Iglesia Católica por sus defectos y escándalos, creyendo que a la denominación a donde se quieren ir, se van a encontrar con puros angelitos inmaculados y santos. ¡Pobres ciegos! Mejor sería que vieran retratado en un espejo aquello mismo de lo que pretenden huir.
¿Por qué Dios elige como siervos y ministros de su Iglesia a pecadores?
Porque no pone sus tesoros en cajas fuertes y vasijas de oro, sino que elige lo más despreciado por los hombres. Así lo dice en la primera lectura de hoy: «Llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados» (2Cor 4, 7-8).
El ministro de Dios se mira en el espejo del Salmista que dice: ”¡Líbrame de mis enemigos, oh Dios mío, de mis agresores protégeme!” y cuando dice enemigos, tiene presente que son los propios aguijones del pecado que interiormente le agreden y atentan, que le hacen tropezar y lastimar. Como a San Pablo, Dios les consuela y fortalece diciéndoles una y otra vez: “Te basta mi gracia, mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad” (2Cor 12, 9), y saben que Dios permite que lleven tales fragilidades por esto que dijo San Pablo: “precisamente para que no me pusiera orgulloso después de tan extraordinarias revelaciones, me fue clavado en la carne un aguijón, verdadero delegado de Satanás, cuyas bofetadas me guardan de todo orgullo.” (2Cor 12, 7)
Quienes no perdonan el más mínimo error o tropiezo de algún Papa, Obispo, sacerdote, o consagrado, tal vez suponen que la Iglesia de Dios debe estar compuesta por gente “perfecta” e “intachable” como se creen ellos; pero pasan por alto la misericordia, la bondad y la paciencia de Dios para con sus elegidos, al escogerlos, no de entre los ángeles, sino como dice en Hb 5,1. 3: ”Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y los representa en las cosas de Dios, por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus propios pecados al igual que por los del pueblo.”
Esto guarda relación con las palabras de Jesús a sus discípulos que leemos hoy, precisamente, en el Santo Evangelio: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24) Esa cruz que todo comprometido con el Evangelio sabe que debe cargar; la cruz de lidiar y vencer sus propias fragilidades, de reponerse de sus caídas y volver a tender la mano a la de Dios para que le levante y le ayude a continuar su ministerio.
Para compartir:
1.- ¿Por qué Dios elige a personas pecadoras para su servicio dentro de la Iglesia?
2.- ¿Cuál es la actitud correcta que debemos tener para con los pecados y errores de los ministros y agentes pastorales que dirigen la Iglesia?
Elaborada por:
Pbro. Héctor Pernía, mfc
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