Lunes, VII Semana del T. Ordinario.
Comentario:
Hoy el apóstol Santiago, en la primera lectura (St 3,13-18) nos enseña que al sabio que viene de Dios no se le mide porque sea erudito en Biblia, o porque tenga gran habilidad en convencer gente y arrastrar seguidores.
Los católicos suelen ser señalados por el protestantismo como personas que sólo dicen y creen en doctrinas terrenales, que predican enseñanzas de hombres. Tales hermanos dan por hecho que todo lo que ellos enseñan viene directamente de Dios y, para hacerlo sentir así, acuñan a sus discursos cualquier cantidad de citas y textos bíblicos para impresionar a la gente y arrastrarlos tras de sí.
Eso no pasa sólo entre protestantes. Es frecuente también entre muchos católicos dar por hecho como revelación divina todo cuanto les sale por la boca.
¿Qué signos acompañan a los que traen una sabiduría que viene de Dios?
Estas son las señales que el apóstol Santiago menciona:
«Queridos hermanos: ¿Hay alguno entre vosotros sabio y entendido? Que lo demuestre con una buena conducta y con la amabilidad propia de la sabiduría. Pero, si tenéis el corazón amargado por la envidia y las rivalidades, no andéis gloriándoos, porque sería pura falsedad. Esa sabiduría no viene del cielo, sino que es terrena, animal, diabólica. Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es PURA [sin engaño ni mentira] y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia.»
Las enseñanzas bíblicas no pasan a ser puras por el sólo hecho de que sean del agrado de los hombres. Puras son las enseñanzas gratas ante Dios porque en ellas no se consiga engaño alguno y en ellas se den los frutos del Espíritu Santo (cf. Gal 5, 22). Como dice en el Sal 19, 15: «¡Sean gratas las palabras de mi boca, y el susurro de mi corazón, sin tregua ante ti, Señor, roca mía, mi redentor.»
Pongamos este ejemplo: hay grupos que enseñan que una manifestación del Espíritu Santo es hacer que los cuerpos de las personas se muevan a velocidades superiores a las de su propia voluntad, se retuercen en el piso con carcajadas o gritos. Lo llaman avivamiento y se lo atribuyen como obras del Espíritu Santo. Quien se ponga a buscar algún respaldo bíblico o en la Tradición de la Iglesia descubre que todo ha sido inventado. Más bien, lo único que en la Biblia se puede conseguir parecido a estos eventos, es el modo como actúan las personas que se encuentran poseídas por demonios. Eso lo podemos ver en el Evangelio de hoy:
«Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él. Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto.» (Mc 9, 20. 25-26)
Al parecer, el diablo tiene sus propias formas de hacer avivamiento, y cuenta para ello con sus propios siervos.
Preguntas para compartir:
1. ¿Qué frutos distinguen al emisario y la enseñanza verdadera venida de Dios?
2. ¿Cómo se descubre una doctrina no venida de Dios?
Elaborada por:
Pbro. Héctor Pernía, mfc
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