Pbro. Héctor Pernía, mfc
A Cristo le recibimos cuando en la misa le comemos.
(154) Quiere que lo comamos para Él hacer de cada uno de nosotros su morada y amarnos así, desde dentro de nuestro propio cuerpo; y entrando en el cuerpo de todos, hacer de todos un mismo cuerpo con él. De allí se crece y se alimenta su Iglesia. ¡Qué inmensa es su misericordia!
Dios quiere que nos alimentemos de Él mismo. Por eso nos convoca: “el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). Él quiere entrar en nosotros; y a través nuestro, él mismo, en su Espíritu, hacerse presente y perpetuar su Reino en el mundo. Por eso el cristiano acude a la Santa Misa a comulgar y a vivir con Él y según Él. ¿Y por qué mucha gente no se da cuenta de ello? Por tanto pecado que cometemos muchos de los que comulgamos. Actuamos como la luna eclipsando el sol.
¿Por qué es necesario comer a Cristo en una hostia?
(155) Cristo no lo necesitaría porque Él nos ve a todos, y sabría fácilmente cuando entra en nosotros. Pero nosotros sí necesitamos la hostia, porque Él es espíritu y limitados por nuestra corporeidad no le podemos ver; y al ver la blanca hostia tenemos una garantía irrefutable y la plena seguridad de que lo hemos recibido, de que sí lo hemos visto, lo hemos comido; de que entró a poner su morada en nuestro cuerpo.
No tomamos al sacerdote por lo que vemos, vemos en él al ministro de Cristo cumpliendo su misión de entregarnos al Pan vivo bajado del Cielo (cf. Jn 6,58) para que lo comamos diciendo: ‘Cuerpo de Cristo’, y le contestamos: ‘Amén’. Es entonces cuando, estando ya con Él en persona, e íntimamente juntos, al masticarle, le podemos decir: ‘Señor mío, y Dios mío. Realmente sé que eres tú, que estás aquí. Yo te recibo’.
El protestantismo separa y rompe la alianza con Dios. Dios nos une a Él mediante una Alianza, y la alianza se hace mediante la sangre de un cordero (cf. Ex 24,8; 30,10), un encuentro y unión entre la sangre Suya y la nuestra. Por eso Él se encarnó; por eso Cristo selló su alianza con los Apóstoles en la Última Cena dándoles a comer su Cuerpo y Su misma Sangre (cf. Mt 26,28) bajo las apariencias del pan y del vino. Por eso, nos ordenó que hiciéramos también ese pacto en memoria suya y por eso, también, vamos a la Eucaristía a renovar esa alianza uniendo la Sangre y la Carne de Dios con nuestra carne y con nuestra sangre par en adelante ser uno solo. Pero en el protestantismo todo se queda en RELACIÓN. Por eso se alejan. Niegan comer su carne y beber su sangre; si niegan su presencia real en el pan y el vino consagrados se resisten a hacer esa ALIANZA con Dios; se resisten a ser redimidos y salvados por el sacrificio de Cristo. Al ser meramente simbólica la presencia de Dios en la fracción del pan que realizan, al rechazar los Sacramentos, sólo les queda una sola posibilidad…: RELACIÓN. Porque el cuerpo y la sangre de los protestantes queda separada y no se hace una con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Dos personas que se relacionan no son un solo ser. Dos vecinos se relacionan pero cada uno vive aparte en su casa y cada uno en su mundo distinto. Por eso, el protestantismo separa y rompe la alianza de los hombres con Dios.
Hay advertencias de Cristo para quienes le siguen pero se resisten a comerle (Jn 6,51-52.60).
(156) Les dijo que era necesario comer su Cuerpo y beber su Sangre para que pudieran, al igual que Él, vencer la muerte (cf. Jn 6,50) y alcanzar la vida eterna (cf. Jn 6,53). Es allí donde Cristo examina y pone también a prueba la fe de aquellos que en cada época dicen ser sus seguidores; es allí donde se decide y se sabe quién es discípulo suyo y quién no.
Solamente la Iglesia edificada sobre Pedro se queda para comerle (cf. Jn 6,68); otros, en cambio, también dicen ser cristianos, pero se dan la vuelta atrás y se marchan y abandonan la Eucaristía (cf. Jn 6,66) y, si de esa cita bíblica se quitara la coma entre los tres seis, mira lo que queda de allí: el ‘666’. Esperamos que eso no pase de ser mera casualidad.
Nos miramos en el espejo de los discípulos de Emaús.
(157) Todos los seguidores de Cristo estamos representados en los dos discípulos de Emaús; y abrimos bien los ojos para darnos cuenta de este profundo y definitivo detalle: siendo que Cristo caminaba con ellos, no lo reconocieron vivo sino después en la fracción del pan (cf. Lc 24,30-32).
Estamos, algo así, ante un anuncio y una instrucción donde a todos se nos está revelando que, para poder encontrar a Cristo vivo y resucitado, todas las generaciones tendrán que asistir a la Santa Misa, a la Eucaristía, a reconocerle en la fracción del pan y comerle. Allí se nos abrirán los ojos a nosotros también, y diremos: ‘Señor mío, Dios mío. ¡Eres tú! Creo, pero aumenta mi fe.”
Cristo está vivo en la hostia y el vino consagrados en la Eucaristía.
(158) Él mismo está allí, oculto tras las apariencias del pan de la hostia y de la uva del vino, consagrados en la Eucaristía. Esto ocurre justo en el momento cuando el sacerdote extiende sus manos sobre el pan y el vino y pronuncia sobre tales especies las mismas y exactas palabras que usó Jesucristo en la Última Cena para dar a sus apóstoles su Cuerpo y su Sangre tras las apariencias del pan y el vino que él les repartía.
Tomando el pan en sus manos les dijo: “TOMEN Y COMAN ESTO ES MI CUERPO…” Y luego, repartiéndoles el vino les dijo: “TOMEN Y BEBAN ESTA ES MI SANGRE…” (Mt 26,26-28). Para la ciencia y la mente esto es imposible; pero la ciencia no puede ir más allá de lo que él hombre puede alcanzar. Él mismo hombre es su límite. A quienes dudan de su poder Cristo les dice: “para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es posible” (Mt 19,26). Allí está Cristo cumpliendo lo que Él mismo, en Eclo 24, 21, la sabiduría de Dios, anunció: “Los que me comen seguirán con hambre de mí, los que me beben seguirán teniendo sed de mí”. ¿Cómo comerle sin que sea el mismo Cristo lo estoy comiendo; e incluso, aunque sea pan o sea vino lo que esté mirando o lo que a mi paladar le esté pareciendo? Igual lo debo decir al beber su sangre aunque lo que esté mirando y lo que esté probando parezca vino.
¿Acaso dudas que Cristo? El allí pensó en ti y lo dijo también por ti y para ti. Él pensó en toda la humanidad, en cada uno de nosotros, para que todos le pudiéramos comer y llevar dentro de nuestro cuerpo ¿Sorprendente, verdad? Por eso le dio al final esta orden a sus apóstoles: “HAGAN ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA” (Lc 22,19).
Los católicos tenemos otra comida que el mundo no ha conocido.
(159) Los de este mundo buscan sólo comida que llena por un instante y pronto vuelven a sentir hambre. Esa es la comida verdadera para ellos, y de ella buscan llenarse. Pero para quienes no son de este mundo, los ciudadanos del reino de los Cielos, la comida es otra, no es de aquí abajo, nos viene del mismo Dios: el Cuerpo y la Sangre de su amado Hijo Jesucristo.
El Rey de los Cielos, nos envía comida de su Reino, no comida de aquí. ¡He aquí el misterio de la Eucaristía! He aquí de lo que en 1Cor 11,22-32 el apóstol Pablo nos está dando instrucción.
¿Con qué, sino con Él mismo, alimentaría Cristo a los Suyos?
(160) La Iglesia es el Cuerpo de Cristo; y Cristo, ¿con qué lo alimentaría por los siglos de los siglos? Dice en la Biblia: “Nadie aborrece su cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida. Y eso es justamente lo que Cristo hace por la Iglesia, pues nosotros somos miembros de su cuerpo” (Ef 5,29-30).
Él mismo es la comida, el alimento, la bebida para todos los suyos; así nutre y fortalece de modo inseparable la unidad ‘Cristo e Iglesia’; de modo que los que le comen en la Santa Misa podrían decir de Cristo lo que Él dice del Padre: “El permanece en mí y yo en Él”.
Son palabras del mismo Jesucristo: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. El que me coma vivirá por mí” (Jn 6,56-57). Así, mediante este santo misterio, quiso Cristo encarnarse por siempre, él mismo, en el cuerpo de cada uno de los suyos para hacer de todos un mismo cuerpo con Él uniéndonos a hacer siempre su voluntad.
Cortos quedamos para poder conocer hasta dónde puede llegar el misterio y las consecuencias de que la Iglesia sea el cuerpo de Cristo. Y es que, para que ella sea su Cuerpo, es absoluta y lógicamente necesario, que en cada uno de sus miembros – los bautizados – deba de estar de manera real y verdadera el mismísimo Cuerpo y la mismísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo, mediante la manera o forma que el mismo Cristo establecería; que en este caso, es la Eucaristía y el sacramento del Sacerdocio para hacerlo posible.
El apóstol Pablo confesó la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
(161) Cuando participaba de la Eucaristía él sabía bien que la presencia de Cristo en el pan y vino consagrados no era simbólica sino verdadera y real. De eso él nos da este testimonio: “Os hablo como a personas sensatas. Juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque uno solo es el pan, aun siendo muchos, un solo cuerpo somos, pues todos participamos del mismo pan” (1Cor 10,15-17).
Es tan sagrada y verdadera su presencia real, que por eso, más adelante, advierte: “Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condena” (1Cor 11,27-28).
En cada Eucaristía puedo exclamar: “Señor, tus obras son admirables”.
(162) En cada Santa Misa, en el instante de la consagración, o en el justo momento de prepararnos para comulgar, como el siervo Job le decimos a Dios: “Me doy cuenta que todo lo puedes, que eres capaz de cualquier proyecto” (Job 42,2). Mientras tanto Cristo, que se nos ofrece y nos espera, nos responde: “Para Dios nada hay imposible” (Mt 19,26).
Al elevar nuestros ojos y doblar nuestras rodillas para adorar al Cordero en la blanca hostia, Dios nos habla a nuestra inquieta alma diciéndonos: “He aquí que yo soy Dios. Dios de toda carne. ¿Habrá algo que sea difícil para mí? (Jr 32,27). Allí estamos ante Él frente a frente, desbordados por tanta misericordia que viene nuevamente a acampar entre nosotros, de esta manera, así como acampó ante Moisés oculto y verdaderamente vivo en las apariencias de una zarza ardiente (cf. Ex 3,1-6).
Que encuentro tan sublime y arrebatador, estar allí ante el mismo Dios y poder rendirle adoración y gloria, a Él mismo en persona, diciendo como le dijo el profeta Isaías: “verdaderamente tú eres el Dios que te encubres, Dios de Israel que salvas” (Is 45,15). Amén.
La Santa Misa está empapada de Biblia.
(163) Así como lees; desde la primera hasta la última señal de la cruz, desde que la Misa empieza hasta que termina. Puedes conocer muchísimo más al respecto, leyendo el maravilloso y apasionante libro, “La Cena del Cordero”, escrito por el ex pastor calvinista SCOTT HAHN.
En la Iglesia Católica, si una persona asiste a misa sin faltar todos los días durante tres años, escucha la proclamación y la predicación de toda la Biblia completa. Esto es, gracias a que se tienen los LECCIONARIOS, organizados en tres Ciclos Litúrgicos: “A”, “B” y “C”.
En la Iglesia Católica no se le esconde nada de Biblia al pueblo; toda la Sagrada Escritura es proclamada y predicada, cosa que no hacen las denominaciones que se dicen llamar ‘cristianas’ o ‘evangélicas’, donde pueden pasar, incluso años, sin enterarse de lo que dicen muchos pasajes, capítulos o hasta libros enteros de la Biblia, y esto se debe, dice el ex pastor Scott Hahn, a que las personas permanecen atadas o sometidas a los pasajes bíblicos favoritos que sus falsos pastores una y otra vez utilizan. Esas cosas no pasan en la Iglesia Católica en cualquier lugar del
Recorrido Bíblico de toda la Santa Misa.
(164) Les invito a seguir este precioso estudio que el ex pastor Scott Hahn nos ofrece sobre la Santa Misa[1]:
- La Señal de la Cruz: los Apóstoles recibían a los nuevos bautizados trazando este signo en su frente (cf. Ef 1,13; Ap 7,3).
- “En el nombre del Padre, del Hijo y del E. Santo…” (Mt 28,19).
- Saludo: “El Señor esté con ustedes”. R: “¡Y con tu espíritu…!” (2Tim 4,22)
- “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor d Padre…” (2Cor 13,13; Ef 1,2).
- Señor ten piedad… (Sal 51,1; Bar 3,2; Lc 18,13.38-39).
- “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres….” (Lc 2,14).
- El Credo y las Plegarias Eucarísticas están compuestos de palabras y frases bíblicas.
- “Santo, santo, santo es el Señor. Lleno está el cielo y…” (Is 6,3; Ap 4,8).
- “Bendito el que viene en el nombre del Señor… Hosanna en el cielo…” (Mc 11, 9-10).
- “Tomad esto es mi cuerpo… Tomad y bebed, esto es…” (Mc 14,22-24).
- Oramos como Jesús nos enseño: “Padre Nuestro q estás…” (Mt 6, 9-13).
- “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…” (Jn 1,29-36).
- “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero…” (Lc 7,7).
- Nos arrodillamos (cf. Sal 95,6; Hch 21,5).
- Saludo de la Paz (cf. 1Sam 25,6; 1Tes 5,26).
- Cantamos himnos (1Mac 10,7-38; Hch 16,25).
- Juntos alrededor de un altar (cf. Gn 12,7; Ex 24,4; 2Sam 24,25; Ap 16,7).
- Con incienso (cf. Jer 41,5; Ap 8,4).
- Servido por sacerdotes (cf. Ex 28,3-4; Ap 20,6).
- Vestiduras sagradas para los sacerdotes (cf. Ex 28,1-43).
- Ofrecemos una acción de gracias con pan y vino (cf. Gn 14,18; Mt 26,26-28).
- Desde la primera señal de la cruz hasta el último AMÉN (cf. Neh 8,6; 2Cor 11,20).
La Eucaristía, en la Iglesia primitiva, nos lleva a la Iglesia Católica.
(165) Conozcamos algunos testimonios de pastores de la Iglesia de Dios de los primeros tres siglos:
a. Ignacio de antioquía (45-107 d. c): “Que nadie sin el obispo haga nada de lo que atañe a la Iglesia. Sólo aquella Eucaristía ha de ser tenida por válida: la que se hace por el obispo o por quien tiene autorización de él”[2]. Ignacio fue discípulo del Apóstol Juan y Obispo de Antioquía
b. Justino (100-165 d. c.): “A este alimento lo llamamos Eucaristía. A nadie le es lícito participar si no cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no los tomamos como pan o bebida comunes, sino que, así como Jesucristo, Nuestro Salvador, se encarnó por virtud del Verbo de Dios para nuestra salvación, del mismo modo nos han enseñado que esta comida—de la cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre—es la Carne y la Sangre del mismo Jesús encarnado, pues en esos alimentos se ha realizado el prodigio mediante la oración que contiene las palabras del mismo Cristo. Los Apóstoles—en sus comentarios, que se llaman Evangelios—nos transmitieron que así se lo ordenó Jesús cuando tomó el pan y, dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía; esto es mi Cuerpo. Y de la misma manera, tomando el cáliz dio gracias y dijo: ésta es mi Sangre. Y sólo a ellos lo entregó (…)[3].
c. Ireneo de lyon (140-202 d. c.): “Pues él mismo confesó que el cáliz, que es una creatura, es su sangre (Lc 22,20; 1Cor 11,25), con el cual hace crecer nuestra sangre; y el pan, que es también una creatura, declaró que es su propio cuerpo (Lc 22,19; 1Cor 11,24), con el cual hace crecer nuestros cuerpos”.[4]
[1] La Santa Misa es Bíblica, en «Héctor Pernía, sdb», <https://www.youtube.com/watch?v=A5QZH8fWP-0&feature= youtu.be>, (Ingreso: 29-07-2015).
[2] IGNACIO DE ANTIOQUÍA, “Carta a los Esrmirnas”, VIII, en «Biblioteca Católica Digital», <http://www.mercaba.org /FICHAS/Escrituras/carta_san_ignacio_ESMIRNEANOS.htm>, (Ingreso 30-07-2015).
[3] JUSTINO, “Apología 1”, 65-67, José Antonio Laorte, «El tesoro de los Padres». Selección de textos de los Santos Padres para el cristiano del tercer milenio. Ediciones Rialp, S.A., Madrid, pág 63.
[4] IRENEO DE LYON, “Contra las herejías”, V. 2.2., en «Biblioteca Católica Digital», <http://www.mercaba.org/TESORO /IRENEO/08-1.htm>, (Ingreso: 30-07-2015).
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