Testimonio n° 4:El siguiente testimonio es de una educadora de muchos años de experiencia en la docencia. Se trata de la profesora Enedina Márquez, de Santa Ana del Táchira. Ella accedió con mucha generosidad y bondad a ofrecer su vivencia como fumadora de cigarro.
Sac: —¿A qué edad comenzó a fumar cigarro?.
Prof: —Como a los veinte años de edad. En la universidad comencé a los dieciséis.
Sac: —¿Qué te llevó a agarrar el cigarrillo?
Prof: —Pues, ¡uno viendo a los demás! Como los demás fumaban, uno también lo hacía, y lo veía algo normal. ¡Y me gustó! Y seguí fumando y fumando, a escondidas de mi papá y de mi mamá… No sé por qué empecé con ese vicio. Como mis amiguitas lo hacían, yo lo hacía también.
Sac: —¿Le gustaba estar en la “onda” con los amigos?
Prof: —¡No! Yo no era de esas personas. Fue por mis amigas y amigos que con ellos aprendí. Yo le doy gracias a Dios porque dejé ese vicio, porque si hubiera seguido, ya no existiera, a lo mejor.
Sac: —¿Cuánto tiempo duró fumando cigarro?
Prof: —Duré diez años. Cuando me fui a trabajar para el llano, y allá había muchísimo zancudo. Me acuerdo que me valí de eso para que mi papá me permitiera estar en la canoa donde él me llevaba a donde iba a trabajar por primera vez. Papá sabía que yo fumaba. Para mí, papá no sabía. Me dijo papá: “Por ahí le traje un cigarrito, para que lo prenda, porque hay muchos zancudos”. ¡Y yo que iba que me fumaba! ¡Ja! ¡Imagínese! Lo prendí y seguí fumando delante de él. Papá y mamá nunca nos dejaban hacer nada de eso. Al fin y al cabo, yo me quedé en Barinas, en Santa Catalina, cerca de San Fernando de Apure, y él se fue para el Táchira (Venezuela). Y allá, pues, todos los profesores fumaban, y me acostumbré.
—Seguí fumando, fumando. Conocí a mi esposo. Fumaba yo, él medio fumaba porque no sabía fumar. Yo le enseñaba a hacerlo, pero él nunca agarró ese vicio y nunca me lo prohibió. Yo sabía que a él no le gustaba. Como para irme al trabajo me iba caminando, yo iba fumando. Al llegar a la escuela, hasta ahí era. Ahí no fumaba más porque, eso sí; respeté mucho que los niños no me vieran fumar. Cuando regresaba sola a la casa, sola por ese camino, fumaba otra vez.
—Yo gastaba mucho dinero en eso. Yo fumaba mucho. Me paraba en la mañanita, y dos cajas me fumaba en el día.
Sac: —Y, ¿fumabas dos cajas diarias?
Prof: —¡Sí!
Sac: —¡Caramba! ¿Catorce cajas a la semana?
Prof: —Mucho. Yo me llevaba un paquete cuando iba a hacer mercado. Yo hubiera montado una bodega, una venta con esa cantidad de puros cigarrillos. Yo no empecé con eso. Pues, antes, era una estudiante y no tenía plata. Fueron como seis años parejo fumando de a dos cajas diarias.
La experiencia de esta mujer que decidió dejar de fumar nos ofrece importantes lecciones sobre la reflexión personal y la responsabilidad financiera. Al reconocer el costo de su hábito, no solo en términos económicos, sino también en su bienestar personal, ella se convierte en un ejemplo de autoconciencia y cambio positivo. Su declaración resalta la hipocresía que puede surgir al quejarse de las dificultades económicas mientras se invierte en un hábito perjudicial y no necesario.
Dejar de fumar no solo representa un ahorro de dinero, sino también un paso hacia una vida más saludable y consciente. Esta historia nos anima a considerar nuestras propias elecciones y a evaluar si estamos invirtiendo en lo que realmente beneficia nuestro bienestar. La transformación de esta señora es un recordatorio de que es posible romper con hábitos perjudiciales y elegir un camino que priorice nuestra salud y nuestras finanzas.
Sac: Padre Héctor Pernía, mfc.
Prof: Profesora Enedina Márquez.
Para compartir:
1-. ¿Cómo influye el entorno para iniciarse en un vicio y luego hacer difícil salir del mismo?
2-. ¿Por qué Enedina llegó a fumar tantos cigarros en un solo día?
Elaborada por:
P. Héctor Pernía, mfc
Fuente:
Todo el contenido de la publicación fue tomado de la ‘Guía de Auxilio Espiritual’ (2024) elaborada por el mismo autor de esta publicación.
