Pbro. Héctor Pernía, mfc
Con un lenguaje contaminado, ¿cómo lograr que todos seamos uno? ( Jn 17,21)
(74) Tanto fuera como dentro de la Iglesia Católica hemos sido obstáculo y causa de hacer cada vez más difícil el camino hacia la unidad en los cristianos.
De ambos lados abunda una fuerte contaminación del lenguaje, cada vez que al hablar de quienes se fueron de la Iglesia, desvirtuamos la identificación de palabras como: ‘evangélicos’, ‘cristianos’, ‘imagen’, ‘veneración’, ‘intercesión’, ‘católicos’, ‘rezar’, ‘tradición’, ‘religión’, entre otras. Es una costumbre enferma que debe sanarse, y todos debemos reconocer y comenzar a reparar los propios errores. ¿Cuántas veces no hemos dicho: ’tal persona era católica y ahora se volvió cristiana…’ o también: ’fulano era católico y ahora se metió a evangélico’; o esta otra: ’los evangélicos hablan mal de la virgen María, de las imágenes y del Papa’? Yo le pregunto a estos hermanos católicos:
¿Desde cuándo ustedes se apartaron del evangelio o se salieron de cristianos
¿Acaso el diablo y sus siervos no iban a introducir cizaña en el lenguaje cristiano para, dividiendo el sentido de las palabras, dividirnos a los hijos de Dios, apartarnos del evangelio, y llevarnos a un escandaloso anti testimonio de discordias, disputas y desentendimientos?
¿Cómo alcanzar la unidad entre los cristianos y cómo encontrarnos en la verdad, si no comenzamos por purificar y sanar el lenguaje rectificando lo que decimos?
Aprendamos de los periodistas y abogados la suma prudencia que tienen en cada palabra que pronuncian al emitir una opinión para protegerse de alguna demanda en su contra.
Las imprudencias en el lenguaje ocasionan accidentes y heridos en la fe:
(75) No ha de extrañarse el católico por qué los hermanos esperados le abordan siempre diciendo: ‘reciba a cristo’ o ‘cristo te ama’. ¡Y es que es obvio! Al decirle iglesias cristianas, cristianos o evangélicos a los que no son católicos, se sobreentiende que los católicos le estamos diciendo a todos que nuestra Iglesia y nosotros no somos nada de lo que ellos son. ¡Qué tropiezo y qué imprudencia! ¿No es acaso ese anti testimonio una reedición de las negaciones de Pedro? Y más grave que él, quien sólo cometió el error tres veces.
Cuando un católico está negando ser evangélico, o dando a entender que su Iglesia no es cristiana, está negando a Cristo y al Evangelio, y ya no tiene a Dios (1Jn 2,22-23) sino al diablo. Por negar a Cristo, Él nos negará ante el Padre; así dijo el Señor: “Al que se ponga de mi parte ante los hombres, yo me pondré de su parte ante mi Padre de los Cielos. Y al que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los Cielos” (Mt 10, 32-33; Lc 12,8-9). Y no digamos ahora que no lo hemos negado, porque más de una vez le hemos señalado como cristianos y evangélicos a los que se salen de la Iglesia Católica, diciendo así que nosotros con Cristo no andamos.
¿En qué perjudica que digamos que evangélicos y cristianos son los protestantes?
(76) Porque con eso se construye y se genera una matriz de opinión que confunde y desorienta las bases del pueblo de Dios (católicos y no católicos), desintegrando en el cuerpo de Cristo la comunión y la unidad; y más grave aún, porque nos llenamos de tinieblas y cerramos la puerta de la luz a los hermanos que, desinformados de su situación de apostasía, podrían hasta decir: ‘hasta los mismos católicos confirman actualmente, en todas partes, que los evangélicos y los cristianos somos nosotros y no ellos’.
Porque hace pensar así a muchos católicos: ‘si los evangélicos y los cristianos son ellos, entonces es allá donde está Cristo y el evangelio; y no aquí en la Iglesia Católica’. Tendrían razón en decir: ‘Para poder estar con Cristo y con el Evangelio, tenemos que dejar esta Iglesia y cambiarnos para allá’. He oído a católicos decir: ‘me voy a meter a cristiano’ ¿sorprendente verdad? Esas son las consecuencias de toda esta ambigüedad.
Porque le hacen pensar a los hermanos esperados: ‘si los evangélicos y cristianos somos nosotros, y así lo confirman muchos de sus propios obispos y sacerdotes cuando hablan de nosotros, entonces es porque los que estamos con Cristo y con el evangelio somos nosotros. Por eso estamos aquí y no tenemos nada que ir a buscar con los católicos’.
Me sorprende y me consterna, que la Iglesia responsable de custodiar íntegramente el Evangelio; la que es columna y fundamento de la verdad, identifique como evangélicos a personas y grupos que predican otros evangelios diferentes al que Cristo nos reveló. ¿A quién le hacemos el favor?, ¿A Dios o al diablo? ¿Acaso el Evangelio es dividido? Y eso que muy claramente Dios nos lo advierte en las Sagradas Escrituras: “Me sorprende que ustedes abandonen tan pronto a Aquel que según la gracia de Cristo los llamó y se pasen a otro evangelio. Pero no hay otro; solamente hay personas que tratan de tergiversar al Evangelio de Cristo y siembran confusión entre ustedes. Pero aunque nosotros mismos o un ángel del cielo viniese a evangelizarlos en forma diversa a como lo hemos hecho nosotros, yo les digo: ¡Fuera con él! Se lo dijimos antes y de nuevo se lo repito: si alguno viene con un evangelio que no es el que ustedes recibieron, ¡maldito sea! ¡Anatema! ¿Con quién tratamos de conciliarnos?: ¿con los hombres o con Dios? ¿Acaso tenemos que agradar a los hombres? Si tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo.” (Ga 1,6-10).
¡Católicos; nosotros somos evangélicos!
(77) Y no como título o identidad prestada o tomada de otros. Somos evangélicos de vientre y cuna. ¡Y son tantas las razones!:
Somos de la Iglesia que recibió directamente de Cristo el Evangelio. O sea, nuestra Iglesia Católica es evangélica desde su nacimiento.
Somos evangélicos porque entre el siglo I y comienzos del siglo II los primeros miembros de nuestra Iglesia, los apóstoles y sus primeros sucesores, fueron los que escribieron todo el Nuevo Testamento.
Somos evangélicos porque los miembros de la Iglesia Católica de los siglos cuatro, cinco, y el quince, en cinco Concilios (Ver: GB, N° 86), fueron los que establecieron que los evangelios inspirados por Dios eran cuatro: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y no cinco o seis o más. En estos Concilios nació todo el canon bíblico.
Somos evangélicos porque cada vez que vamos a la Santa Misa se proclama el Evangelio y se predica el Evangelio; porque lo intentamos vivir todos los días.
Somos evangélicos porque la doctrina que nos enseña la Iglesia Católica es justa y coherente a lo que encontramos en los Evangelios y en el resto de las Sagradas Escrituras.
Llamemos las cosas como son. Y no vamos a caer en cuenta de esta preciosa verdad hasta el día que cuidemos con prudencia cada palabra que decimos. Los católicos tenemos el deber y el llamado de Dios a anunciar y predicar la fe en la que fuimos bautizados; y no ha de preocuparnos, en absoluto, lo que otros puedan pensar. Nadie debe enojarse, sino más bien alegrarse, de que los católicos descubramos y recuperemos nuestra propia identidad. No hablamos ni vivimos para agradar a hombres sino a Dios (cf. Ga 1,10).
¡Católicos; nosotros somos cristianos!
(78) Porque estamos correctamente bautizados y así llamaron a los primeros seguidores de Cristo.
Porque el origen y el fundador de nuestra Iglesia es Jesucristo (cf. Mt 16,17-19); y, si la raíz es Cristo, ¿cómo corresponde que se llaman el tronco y las ramas, los miembros de la Iglesia que él fundó? ¿Cristianos, verdad? ¡Entonces, católico, recoge tu identidad! ¡Tú eres cristiano! Y, en adelante, ¡no niegues lo que eres!
¡Vigilemos la boca! No digamos nunca más: ‘la joven o la señora tal era católica y ahora es cristiana’, no sea que nos traguemos los insectos de las malas costumbres que circulan alrededor y nos sigan haciendo daño. Y no justifiquemos luego nuestra imprudencia para salir del paso excusándonos y diciendo: ‘Es que así es que les dicen’. Los mismos que decimos que siempre debemos ser evangelizadores, somos a veces los primeros en llenar de tinieblas nuestra manera de expresarnos.
Grave crisis de identidad y de pertenencia a la Iglesia Católica.
(79) Gran parte de los católicos actuamos con indiferencia, relativismo, ambigüedad y con un escasísimo sentido de pertenencia por la propia Iglesia a la que pertenecemos. Vienen otros, se llevan para sus improvisados lugares de culto lo que es de nuestra identidad, el ser ‘cristianos’ y ‘evangélicos’, y hasta la propia biblia, y luego, para rematar, se oye decir en muchos católicos: ‘¡Qué me importa; No me hacían falta! ¿Y cuál es el problema? ¡A mí me da igual!’ ¿Por qué no decimos igual si nos despojan nuestro propio número de cédula de identidad y nuestros demás documentos personales?
Parece que nos importan más nuestras pertenencias materiales y los bienes de este mundo, por los que armamos todo un lío si alguien nos los trata de quitar, que por los asaltos que le hacen a nuestra fe. Está claro que la Biblia, por ejemplo, no es sólo para los católicos, y que su mensaje de salvación es para todas las naciones y no debemos sentir celos sino más bien alegría de que otros la usen; sabemos que Dios es su autor, pero debemos ser firmes en reconocer y anunciar que su vientre, su cuna y su mayor difusor es la Iglesia Católica (Ver: GB, N° 86).
Hablo ahora por mí. Soy sacerdote católico, evangélico y cristiano; soy evangelista y soy pastor. Esa es mi identidad y mi oficio cotidiano. Y ahora, tú, hermano católico, hermana católica, ¿cuál es tu identidad? No tengas miedo de anunciar quién eres.
¿Cómo decirle evangélico a quien predica en oposición a lo que está en el Evangelio?
(80) Y no se trata de levantar muros de distanciamiento o de fundamentalismos, ni tampoco son actitudes anti ecuménicas. Estamos hablando de la fidelidad al Evangelio.
¿Cómo llamar evangélico o cristiano a quien predica que Jesucristo no fundó ninguna Iglesia y que es mentira que nombró a Pedro como su Vicario?
¿Cómo decirle evangélico a quien en nombre del mismo Jesucristo predica que es anti bíblico el sacramento de la Confesión, que es mentira que Él esté vivo en la Hostia Consagrada, que su madre no es ninguna Madre de Dios y que no es virgen? ¿Cómo llamarle evangélico?
Sin propósitos de ofender y con el único anhelo de ayudar a todos mis hermanos cristianos, el término que les corresponde en justicia es ‘anti evangélicos’. Les podemos y debemos decir ‘evangélicos’ y “cristianos”, cuando estén diciendo lo que está en el Evangelio sin desvirtuarlo o contrariarlo. Es lo justo y necesario, en aras de abrir caminos hacia la luz, la reconciliación y la verdad.
¿Cómo podemos llamar a quienes dicen que no son católicos?
(81) Lo primero, es la urgente necesidad de usar otros términos que no sean ni ‘evangélicos’ ni ‘cristianos’. Nada nos cuesta buscar otro modo de identificarlos.
Les podemos decir ‘hermanos esperados’; mucho mejor que ‘hermanos separados’. ¡Eso no los va a ofender! Al contrario; es un modo muy fraterno de hacerles sentir como lo que realmente son: hermanos de una misma familia de la cual un día decidieron irse; pero que con los ojos misericordiosos de Cristo, los miramos no con resentimientos, enojos o rechazo; sino diciendo: ‘Perdónales, Padre; no saben lo que hacen’ (Lc 23,34).
Los asumimos con la esperanza puesta en Dios, de que algún día, en esta vida o en la otra, encontrarán en la Iglesia que dejaron a un lado, lo que tanto anhelaron: la plenitud de la verdad, la plenitud de Cristo.
No le digamos ‘iglesia’, ‘cristiano’ o ‘evangélico’ a cualquier lugar de culto.
(82) ¿Cómo puede alguien creer tan rápidamente que un lugar de culto es ‘cristiano’ o ‘evangélico’, o incluso, ‘católico’, tan sólo por escuchar que les dicen así o que se hacen llamar así? De todos es sabido que hay miles de falsas iglesias y que si salimos a buscar una sola de ellas, no aparecen por ninguna parte. Cada una dice: ¡Ésta no es! ¡Nosotros no somos ninguna falsa iglesia! ¡Las falsas iglesias son las demás! ¡Jumm! ¡Hasta el más ciego se da cuenta de las cosas!
Cuidado con las apariencias…; las flores artificiales, por muy hermosas que se vean y muy costosas que sean, no logran dar semillas para dar vida a nuevas flores. Tampoco lugares de culto falsos van a proporcionar el camino verdadero y seguro para la salvación de las almas. Podrán tener parte de la Verdad, pero no porque de allí esa verdad nació, sino porque fue tomada y substraída de la Iglesia madre de la cual derivan y dicen haberse separado
¿Qué podemos hacer? Guiarnos por la Palabra de Dios que dice: “Todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. El que permanece en la doctrina, ése posee al Padre y al Hijo” (2Jn 1,9).
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