Sanación de las heridas causadas por el adulterio:
Toma la postura corporal que te ayude a orar, y entrega a Cristo tu carga y tu dolor. Dile a Cristo:
Dame, Oh Señor, ese amor hacia el prójimo que tú tuviste con la adúltera, a quien le dijiste: “yo tampoco te condeno”. Entra a (…) [mi] corazón para romper toda rabia, todo dolor y toda falta de perdón, Señor. En este momento pongo al frente las personas que en mi vida me han hecho daño. Tomo tu mano y les doy mi perdón. Señor, muéstrame a las personas que me han hecho tanto daño, y aquellas que me amenazan. Pongo frente a ti, oh Dios clemente y rico en misericordia, a todos estos hermanos; y, en el nombre, y por el poder de la sangre de Cristo; por su Pasión, Muerte y Resurrección de mi Señor, yo les perdono. Amén.
Viene el momento final de la sanación: encuentro con el pecador.
Analiza bien y comprenderás que lo que más necesitas no es que tu cónyuge deje de ser infiel con otra pareja, sino que sane para siempre las heridas traídas desde su niñez que le hacen ser tan propenso a caer en esa tentación, pues, como dice la palabra de Dios en Gal 6, 2-5:
«Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo. Porque si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Examine cada cual su propia conducta y entonces tendrá en sí sólo motivos de gloriarse, y no en otros, pues cada uno lleva su propia carga».
Ahora necesitas más que nunca la humildad en tu corazón. Mira una cruz y pídesela a Cristo que está allí representado en esa imagen. Mejor, si participas en la Eucaristía y se lo pides directamente, pues Él está allí, en persona, esperándote desde hace mucho tiempo. Y con los sentimientos de Cristo en tu corazón, busca a tu cónyuge y dile:
“«Yo tampoco te condeno». Desde el amor Jesús no le condena. El Señor, que es el único que tiene el derecho de aplicar la ley, porque es puro y tiene la autoridad, no condena [a la mujer que encontraron cometiendo adulterio]…. Yo tampoco te condeno. Vete en paz. En adelante no peques más”.
Sólo desde el amor se le puede entrar al corazón a una persona que se cierra para no tocar el tema de su adulterio. Solo desde el amor, se puede acceder para que dicha persona pierda el miedo de mirar su pecado y aceptarlo, de reconocer que necesita ayuda, y de acudir a Cristo, que no le espera con una piedra en la mano, como los escribas y doctores de la ley hicieron con la mujer que encontraron en adulterio y la llevaron a Jesús para tenderle una trampa. Jesús le acogió con misericordia y no la maltrató por el pecado que traía. Le perdonó, y le ordenó: ¡No peques más!
Con palabras de Octavio Escobar:
«Se sanó esta mujer porque se sintió amada por Jesús. La defiende, le ama, le perdona y le pide que no peque más. No la condena teniendo la autoridad. Nosotros juzgamos sin tener autoridad. Yo tampoco te condeno, porque mi vida la doné para salvarte. El amor ágape en Jesús le libera. Jesús entra en su vida, le reconcilia y le sana. Necesito reconciliarme con Jesús en el sacramento de la confesión para ser sanados. Jesús carga con mis pecados. Los pecados en el confesionario, cambian de dueño. Jesús carga los pecados de ella y pagó por ella. No murió la mujer, pero Jesús murió por ella».
1.- ¿Cuál ha de ser la reacción espiritual ante el adulterio?
2.- ¿Qué peligros trae reaccionar ante el adulterio desde sentimientos y modos de pensar distintos a los de Cristo?
P. Héctor Pernía, mfc
El contenido fue tomado de la ‘Guía de Auxilio Espiritual,’ elaborada por el mismo autor de esta publicación.