La misericordia es la medicina de Dios que sana para siempre la herida que el pecado deja en nosotros. Dios la da con amor y no con imposición. No forcejea al hombre para que la reciba, ni tampoco la camufla o esconde para que la reciba sin darse cuenta. Dios nos ama, justamente, no violenta nuestra facultad de acudir y acoger su Misericordia o de cerrarnos a ella. ¡Ama la libertad que Él nos dio!
La gozosa experiencia del perdón acontece en un encuentro recíproco de amor. La Misericordia Divina, que ama hasta el extremo al pecador, sale a su encuentro para abrazarlo, curarlo, hacer fiesta y vestirlo con el traje de la Gracia (cf. Lc 15, 20-24). El pecador, por su parte, que abre las puertas de su corazón a la Misericordia, le confiesa su pecado, y ella le absuelve para siempre. Primero le limpia y luego le viste de gracia, tal como la madre que primero limpia con ternura a su bebé hecho pupú, y luego le perfuma y le viste con ropa perfumada e impecable.
La Iglesia, fiel por más de 20 siglos, administrando con sabiduría y asistencia del Espíritu Santo, el ministerio de la Misericordia confiado por Cristo a sus Apóstoles (cf. Jn 20, 21-23; 2Co 5, 18-20), explica al pecador por qué el perdón no es un asunto sólo de Dios, donde el hombre no tiene que hacer nada de su parte:
”Dios, «que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9)”. (1)
Para compartir:
1.- ¿Por qué es necesaria nuestra participación para que se realice en nosotros la eficacia de la Reconciliación?
2.- ¿Qué relación existe entre Misericordia de Dios y libertad?
Autor:
Pbro. Héctor Pernía, mfc
Fuente:
(1) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1847