Principalmente, perdemos los preciosos dones que sólo Dios puede dar: la gloria eterna de su bondad, belleza y verdad. Por eso, todos necesitamos evitar el pecado para no privarnos de esos extraordinarios e incomparables bienes.
Son tan sublimes e insuperables que, por eso Dios no impidió que el primer hombre pecara. Como lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica, apoyándose de San León Magno, a quien cita diciendo: «La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio (Sermones, 73,4: PL 54, 396)» (n. 412).
El pecado desfigura el estado original como fuimos creados. Según explica el Catecismo: <<Aunque continuamos siendo «a imagen de Dios», el pecado nos «priva de la Gloria de Dios»_ (Rm 3, 23), de su «semejanza»>> (n. 705).
Cristo es nuestro único Salvador porque en Él se cumplen y alcanzamos la Promesa de restauración hecha desde antiguo a Abraham (cf. Gn 17, 1-27), en la que recuperamos su semejanza al ser adoptados como hijos suyos.
”El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con Él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (cf LG 11).” (Catecismo n. 1440)
Como se ha podido comprender de la lectura, todos necesitamos evitar el pecado y buscar la Santidad, para así, conseguir los gloriosos dones que Dios nos promete y que podemos alcanzar gracias a Cristo y por medio de la única Iglesia que Él fundó.
Para compartir:
1-. ¿Qué consecuencias deja el pecado en una persona?
2-. ¿Por qué debemos acudir a Cristo y entregarle nuestra vida?
Autor:
Pbro. Héctor Pernía, mfc