Apologética en la Liturgia de la Palabra
APOLOGÉTICA Y SANTIDAD
Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, solemnidad.
Lecturas del día: Ml 1, 14b-2, 2b. 8-10; Sal 130, 1-3; 1Ts 2, 7-9. 13; Mt 23, 1-12.
Comentario:
Es muy duro lo que dice el Señor hoy en la primera lectura a los sacerdotes. Si bien, el texto va dirigido a los del Antiguo Testamento, el mensaje de Dios no caduca ni se limita a aquellos a quienes en su momento les habló. Es la palabra de Dios y, como tal, está dirigida a todos los tiempos.
El Señor reprende y denuncia a los sacerdotes por no haber guardado sus caminos y haber preferido quedar bien con los hombres antes que agradar a Dios. Les dice algo tan fuerte que podría muy bien explicar por qué en muchos ambientes los sacerdotes católicos sufren rechazo y desprecio social: ”Yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque os fiais en las personas al aplicar la ley” (cf. Ml 2, 9).
Pero, ¿por qué? ¿Por qué será que los sacerdotes de hoy han traído este repudio en su entorno? Los tropiezos de unos que manchan a todos, pues la tendencia de la mayoría es la de generalizar. Si un sacerdote tropieza, a todos los sacerdotes los señalan por igual. La gente no mira el nombre de quien tropezó, sino que dicen enseguida: “los curas son…”.
Pero, de nuevo la pregunta, ¿por qué? La respuesta está un poco antes, en los versículos 7 y 8:
“Los labios del sacerdote guardarán el saber, y la Ley se busca en su boca, pues es el mensajero de Yahvé Sebaot. Pero vosotros os habéis extraviado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley, habéis corrompido la alianza…”
¿Cómo sucede? Como se lee en Os 4, 8: “Se alimentan del pecado de mi pueblo” ¿Quiénes? Los sacerdotes del Dios altísimo. Y, ¿acaso sucede hoy? Sí, y duele tener que admitirlo. Acontece en el sacerdote que, en lugar de entregarse con pasión a su Ministerio para llevar a Cristo al pueblo de Dios, se abraza a las tendencias e inclinaciones del mundo: amor al dinero, al placer, al poder. Es el sacerdote que se vuelve condescendiente y complaciente con las sectas, la nueva era, las ideologías de turno y el lobby gay. Es el sacerdote que, en lugar de guiar al pueblo de Dios a nutrirse de las escuelas de espiritualidad de sus propios próceres, como San Francisco, San Agustín, Santo Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola, San Juan de la Cruz, y tantos otros, los conducen a beber de las modas e idolatrías del momento.
¿Dónde está lo apologético de esta publicación? Del alejamiento del sacerdote de su misión, deriva el extravío espiritual de quien le ve actuar. Es muy difícil, para quien se alejó y se separó de la Iglesia Católica, encontrar en ella, la Iglesia que Cristo fundó.
En resumen, la primera y mejor labor apologética es la conversión real y definitiva a Cristo de nosotros los sacerdotes católicos, y de todo aquel que se ocupe de defender la fe.
Elaborado por:
Pbro. Héctor Pernía, mfc