(Diálogo inspirado en el encuentro
entre el Etíope y Felipe en Hch 8, 26-40)
FELIPE: Cuando vemos un cuadro, no le damos el reconocimiento al pincel por el trabajo hecho, se lo damos al pintor; en una carrera no se le da el reconocimiento al vehículo que llegó de primero a la meta, es al piloto a quien le entregan el premio. No obstante, si se alaba al pincel usado para el cuadro, el pintor se sentirá halagado y honrado porque él fue quien escogió usar dicho pincel y no el pincel, ni la pintura, ni el lienzo los que lo escogieron a él. Si los honores se le dan al vehículo de carrera, también su piloto se verá honrado y exaltado porque no fue el vehículo el que escogió al piloto, sino el piloto quien escogió ese vehículo para correr.
No hay razón para sentir temor de dedicar honra y gloria a quienes, en todo, han sido iniciativa de Dios. Bíblicamente hablando, la palabra honrar quiere decir glorificar. Si le das honra a alguien a la vez le estás glorificando. Los cristianos hemos aprendido a ver, a encontrar y a dar gloria a Dios a través de sus criaturas, en las que sus obras y su presencia quedan de manifiesto.
ETÍOPE: Y ¿Cuál es la razón bíblica?
FELIPE: Hay muchísimas, me ayuda en especial ésta: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20); si le doy honra y gloria a Pablo ¿realmente a quién le estoy dando el honor y la gloria? ¿A Pablo o a Jesucristo? Es lógico decir que se la damos a Jesucristo a través de sus obras hechas en Pablo.
Vale lo mismo decir, si le damos gloria a Jesucristo a través de sus obras hechas en San Agustín, San Juan Bosco, San Juan María Vianney, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Asís… y de miles de Santos más. Rendirle honor y gloria a estos Santos es una exaltación de las obras admirables que nuestro Señor Jesucristo hace en las personas.
En lugar de tener fuera de control la lengua criticando y hablando mal de los Santos, deberíamos sentir vergüenza y más bien admiración por ellos. A diferencia de la vida de ellos, la nuestra permanece cargada de pecados pues siempre le huimos y le sacamos el cuerpo a arrepentirnos de nuestros propios pecados en el Sacramento de la Reconciliación.
No olvidemos lo que dijo San Pablo…
«Sed imitadores míos
como yo lo soy de Cristo» (1Cor 11, 1).
Eso significa que la vida de Pablo era de imitar para los que le conocieron, e imitando la vida de Pablo imitaban la de Jesucristo. Y no vamos nosotros a pensar que Pablo sería tan arrogante para decir que sólo a él y a nadie más fueran a imitar.
Muchísimos son los héroes de Jesucristo que podemos y debemos imitar. Esos héroes reconocidos por la humanidad misma son LOS SANTOS.
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