Santos Inocentes Mártires.
Lecturas del día: 1Jn 5, 10—2, 2; Sal 124, 2–5, 7–8; Mt 2, 13–18
*Comentario:*
Los cristianos hacemos memoria hoy de los niños a los que Herodes mandó a matar para eliminar al niño Jesús. Ese acto abominable nos invita a plantear el tema apologético de la defensa de la vida humana y la denuncia al delito del aborto. Tomaré, de modo íntegro, un fragmento de San Juan Pablo II, en una de sus visitas a Polonia:(1)
«Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto» *(Mt2,13).
José oyó estas palabras en sueños. El ángel le había dicho que huyera con el Niño, porque se cernía sobre él un peligro mortal. El pasaje evangélico que acabamos de leer nos informa de que atentaban contra la vida del Niño. En primer lugar, Herodes, pero también todos sus seguidores. De este modo, la liturgia de la palabra guía nuestro pensamiento hacia el problema de la vida y de su defensa. José de Nazaret, que salvó a Jesús de la crueldad de Herodes, se nos presenta en este momento como un gran promotor de la causa de la defensa de la vida humana, desde el primer instante de la concepción hasta su muerte natural. Por eso, queremos, en este lugar, encomendar a la divina Providencia y a san José la vida humana, especialmente la de los niños por nacer, en nuestra patria y en el mundo entero. La vida tiene un valor inviolable y una dignidad irrepetible, especialmente porque, como leemos en la liturgia de hoy, todo hombre está llamado a participar en la vida de Dios. San Juan escribe: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1).
(…) La Iglesia, cuando defiende el derecho a la vida, apela a un nivel más amplio, a un nivel universal que obliga a todos los hombres. El derecho a la vida no es una cuestión de ideología; no es sólo un derecho religioso; se trata de un derecho del hombre. ¡El derecho más fundamental del hombre! Dios dice: «¡No matarás!» (Ex 20, 13). Este mandamiento es, a la vez, un principio fundamental y una norma del código moral, inscrito en la conciencia de todo hombre.
La medida de la civilización, una medida universal, perenne, que abarca todas las culturas, es su relación con la vida. Una civilización que rechace a los indefensos merecería el nombre de civilización bárbara, aunque lograra grandes éxitos en los campos de la economía, la técnica, el arte y la ciencia. La Iglesia, fiel a la misión que recibió de Cristo, a pesar de las debilidades y las infidelidades de muchos de sus hijos e hijas, ha anunciado con coherencia en la historia de la humanidad la gran verdad sobre el amor al prójimo, ha aliviado las divisiones sociales, ha superado las diferencias étnicas y raciales, se ha inclinado sobre los enfermos y los huérfanos, sobre los ancianos, sobre los minusválidos y sobre los que carecen de hogar. Ha enseñado con palabras y obras que nadie puede ser excluido de la gran familia humana, que nadie puede ser abandonado al margen de la sociedad. Si la Iglesia defiende la vida por nacer, es porque contempla también con amor y solicitud a toda mujer que debe dar a luz.
Fuente:
(1) S. Juan Pablo II, Viaje Apostólico a Polonia. Misa en el Santuario de San José Kalisz, miércoles 4 de junio de 1997.
Para compartir:
1) ¿Qué enseñanza en favor de la vida humana te ha dejado esta homilía de San Juan Pablo II?
2) ¿Cómo educar a las nuevas generaciones en el respeto a la vida del niño por nacer?
Elaborado por:
Pbro. Héctor Pernía, mfc