Martes, VII Semana T. Ordinario
*Lecturas del día:* St 4, 1–10; Sal 55, 7–11. 23; Mc 9, 30–37.
*Comentario:*
El llamado que nos hace hoy el Señor de someternos a Él, reconociendo el pecado para gozar de su misericordia (cf. St 4,7-8), encuentra acogida en los humildes, y resistencia en los soberbios. Soberbia que anida en el corazón de muchos católicos, cuando nos damos sin freno a los vicios del mundo; y, también, de muchos protestantes que, además de hundidos en ese mismo fango, hacen público alarde de «ser salvos» y de no tener pecado alguno.
La Iglesia Católica, como madre, advierte:
«Dios, “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9).» [1]
*¿Por qué caemos en esa ceguera espiritual?*
Los placeres y tendencias de la sociedad son fuertemente tentadores; y más, si la gran mayoría se acostumbra a ellos y los aceptan como normales: modas de vestir, tatuajes, pircing, perversiones sexuales, culto al propio cuerpo, adulterios, avaricia, brujería, ocultismo, borracheras, robos, corrupción, homicidios…
La presión social, o miedo de no ser discriminados, condiciona a muchos a buscar la manera de competir y estar a la moda con todos; y entonces, para sentirse importantes, más de uno se entrega a los pecados colectivos, erosionando y dejando en profundo descuido la vida espiritual.
Un síntoma de esta enfermedad espiritual es el acomodar con mucha facilidad, a conveniencia propia, todo lo que tenga que ver con Dios, y nos volvemos muy condescendientes a los pedidos del mundo.
Es inevitable que esto afecte en la oración:
«Si ustedes no tienen es porque no piden, o si piden algo, no lo consiguen porque piden mal; y no lo consiguen porque lo derrocharían para divertirse. ¡Adúlteros! ¿No saben que la amistad con este mundo es enemistad con Dios? Quien desee ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios» (Stgo, 4,2-4; cf. Rm 8,5-9; 12,1-2).
Si los apóstoles cayeron en dejarse llevar por criterios mundanos (Mc 9, 30–37), cuánto más nosotros cuidarnos de que los aires del mundo invadan nuestra vida espiritual y la llenen de humo.
*Fuente:*
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1847.
*Para compartir:*
1) ¿Por qué es tan necesario proteger la fe ante la mundanidad?
2) ¿Qué se necesita para poder gozar de la Misericordia de Dios?
*Elaborado por:*
Pbro. Héctor Pernía, mfc