Apologética en la Liturgia de la Palabra
VI Domingo de Pascua, Solemnidad.
Lecturas del día: Hch 8, 5-8. 14-17; Sal 65, 1-7. 16. 20; 1P 3, 15-18; Jn 14, 15-21.
[Como se celebra la Ascensión, puede leerse 2ª lectura (1P 4, 13-16) y evangelio del Domingo VII (Jn 17, 1-11ª)].
Comentario:
Iniciamos la sexta semana de Pascua con la oración de Jesús por el pueblo santo, del capítulo diecisiete del evangelio de Juan, en la que Él mismo, al hablar íntimamente con su Padre, revela indicadores que hablan de su divinidad y que son de gran ayuda para que el pueblo católico pueda evangelizar a Testigos de Jehová y otras sectas que niegan que Jesucristo es Dios. También nos trae, la lectura del apóstol Pedro (4, 13-16), la roca segura en la que nos podemos apoyar para no sucumbir en la fe ante los padecimientos y pruebas que se sufren por ser fieles dando la cara por la justicia y por la Iglesia Católica.
En la oración, Jesús dice unas palabras que salen al paso justamente de un argumento bíblico que usan los Testigos de Jehová para negar que Cristo es Dios. Ellos muestran Flp 2, 6-7 diciendo que Cristo no se aferró a ser Dios. Si analizamos bien el contexto de ese pasaje, veremos que lo primero que allí se dice de Cristo es que Él es de condición divina, y que en esos versos que ellos señalan, de lo que está hablando no es de la negación de su divinidad, sino de su humildad de no avasallar al hombre poniendo por delante su superioridad divina, sino de ocupar su lugar de hombre para liberarle del pecado sin dejar de ser Dios. Eso se deja ver con claridad en el evangelio de hoy cuando Jesús dijo: “Yo te he glorificado en la tierra y he terminado la obra que me habías encomendado. Ahora, Padre, dame junto a ti la misma Gloria que tenía a tu lado antes que comenzara el mundo” (Jn 17, 4-5). Allí Jesús habla de su dignidad y naturaleza divina, de su eternidad; está dando ejemplo, con más fuerza aún, de la humildad de Dios plasmada en el texto de Filipenses. Una vez cumplida la Obra de su Encarnación (nuestra Redención), Jesús pide al Padre el poder estar donde siempre había estado antes de hacerse uno de nosotros, en la majestad de su misma Gloria y Divinidad.
Hay otras notas que nos da el propio Jesucristo en el evangelio, que de manera hermosa confirman su condición divina:
- “Pues todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17, 10). ¡Qué mejor confesión! Cristo es la verdad (cf. Jn 14, 6). ¡Él no miente! Declaró que todo lo que es del Padre es suyo: su Divinidad. En otras palabras, ¡Cristo es Dios!
- “Guárdalos en ese Nombre tuyo que a mí me diste, para que sean uno como nosotros” (Jn 17, 11). En línea con la declaración “Todo lo tuyo es mío”, del párrafo anterior, Jesús pide al Padre que guarde a los discípulos en el Nombre de Dios que Él le dio. ¿A qué alude? Al nombre ´Jesús,´ que en hebreo significa “Dios Salva”; nombre que Dios le ordenó a José, le pusiera al niño de María apenas naciera (cf. Lc 1, 31).
Para compartir:
1.- ¿Cuáles son las evidencias que nos da el evangelio de hoy sobre la divinidad de Jesucristo?
2.- ¿Es lo mismo la fe cristiana si Jesucristo no fuese Dios?
Elaborado por:
Pbro. Héctor Pernía, mfc