(Diálogo inspirado en el encuentro
entre el Etíope y Felipe en Hch 8, 26-40)
FELIPE: Las veces que Jesucristo anuncia su bautismo nunca lo hace refiriéndose al que recibió de Juan sino más bien al que iba a recibir en su pasión, muerte y resurrección; y éste le causaba agonía, angustia (Mc 10,35-40; Lc 12,50). Es un sacramento que se vive siendo fiel al Padre en las horas de desierto, de prueba, permaneciendo firme en su promesa de la Resurrección y siendo responsables en nuestros compromisos ya asumidos con Dios.
Así lo describía San Ambrosio (340?–390 d.C.): “Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció por ti. En Él eres rescatado, en Él eres salvado”[1].
ETÍOPE: Qué tristeza me da escucharte eso, Felipe; porque la mayoría de los Católicos nada más pensamos en el bautismo para buscar padrinos, hacer fiestas y tomar aguardiente. Es impresionante como hemos olvidado lo que significa el bautismo.
FELIPE: Tienes razón. Pero me alegro por ti, Etíope, que has tomado conciencia de ello. Todos los bautizados debemos estar conscientes que al igual que Jesucristo, en la vida siempre tendremos muchos momentos donde el bautismo nos espera. Quiero decir, que no es un hecho del pasado; el bautismo lo vivimos en cada situación de agonía, de pasión; cuando nos llegan las pruebas, las dificultades. Allí tenemos que permanecer con Jesucristo, tomar la cruz, ser fieles; no rendirnos, superar todas las tentaciones. Mientras somos fieles a Él las tormentas se van calmando.
[1] Cf. CIC, 1225.
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