*Lecturas del día:* Hb 4, 12–16; Sal 19, 8, –10, 15; Mc 2, 13–17.
*Comentario:*
*¡Prepárate!, pues has de ir a donde, tal vez, no quieres ir.*
En el camino de estos días sobre el tema del descanso del alma hoy llegamos al manantial de dicho descanso. Y a muchos les va a sorprender si les digo que ese manantial es el SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN. ¡Tanto que hicimos para evadirlo!, ¿verdad? y al final, tener que llegar allí. Cuánto nos cuesta a veces conocer los designios de Dios. ”¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! (Rm 11, 33). Para sorpresas y lecciones inolvidables está hecha la vida de un cristiano. Y ¿por qué es allí a donde debemos acudir?
El mismo pasaje bíblico de hoy, de Hb 4, 16, dice: “Acerquémonos, por tanto, confiadamente al TRONO DE GRACIA, a fin de alcanzar misericordia y hallar la gracia de un auxilio oportuno.” Anda, y descarga allí todo lo que has hecho: tropiezos, caídas, heridas causadas y recibidas, dolores guardados en silencio, tumores de odio, de ira, de fatiga y resignación. Pero, me dirás: ”¿dónde queda eso? ¿A dónde debo ir? ¿Cómo lo encuentro? ¿cómo sé que no eres uno de tantos que en lugar de ayudar más bien andan engañando en la fe?”
*Pista para encontrar el Trono de la Gracia*
Abre la Biblia, lee Jn 20, 22-23 y sigue esa ruta. Sal en búsqueda de todos los lugares donde hablen a nombre de Cristo, y allí donde su pastor practique lo que leíste en ese pasaje bíblico, allí habrás llegado felizmente a donde está el Trono de la Gracia. Dile a ese pastor: ”¿Me puedes absolver y liberar de mis pecados?” Y él te dirá: ”¡Pasa! ¡Siéntate, y comenzamos…! Dime todos tus pecados…” Verás que en lugar de acusarte con un dedo acusador para enviarte al infierno, te dirá de modo misericordioso y solemne: “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo te absuelvo de todos tus pecados. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Anda!, ¡vete en paz! ¡Todos tus pecados te han sido perdonados!” No te extrañes si tus ojos quieren llorar de puro gozo, si sientes que tu cuerpo ya no pesa igual que antes; pues ya tus cargas han desaparecido para siempre. Haz vuelto a nacer.
*¿Y cómo ocurrió?*
Es porque Jesucristo no envió ángeles para liberarte de tus pecados. Él envió a hombres tan pecadores como nosotros para ese Ministerio. Allí podemos rendir ante Cristo mismo todo lo que pesa en nuestra alma. Acudamos a la confesión confiadamente, pues ”tenemos un Sumo Sacerdote que es capaz de compadecerse de nuestras flaquezas” (cf. Hb 4, 15). Lástima, por tantos hermanos (católicos y no católicos) que no quieren gozar de esta gracia tan hermosa que Cristo instituyó y confió a sus Apóstoles para nuestro bien (Jn 20, 22-23). Su ceguera les hace decir que no se confiesan con otro pecador igual que ellos, que ellos se confiesan directamente con Dios, que ya están en Cristo y no tienen pecado porque Él ya pagó por ellos en la cruz. Ojalá recuerden:
”…No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,19).
*Preguntas para compartir:*
¿Cómo te sientes después de una buena Confesión?
¿Qué le pasaría a un protestante si fuese a probar este Sacramento?
*Elaborado por:*
Yaidycar Brown, mfc
Héctor Pernía, mfc
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