Jueves, XIII Semana del T. Ordinario
Lecturas del día: Am 7, 10–17; Sal 19, 8–11; Mt 9, 1–8.
Comentario:
Tanto la primera lectura como el evangelio de este día tienen en común el descarrilamiento de las autoridades religiosas puestas por Dios para representarle ante el pueblo y su agresiva reacción contra los enviados por Dios para sacarles del error, evitarles los peligros, y llevarlos a la conversión.
Primero, es Amasías, el sacerdote de Betel, quien le hace la guerra al profeta Amós y busca quitárselo del medio; y luego, los fariseos y escribas, que se enervan de ira y de furia porque Jesucristo perdona los pecados a un paralítico, al que lo sana de la enfermedad y le hace caminar.
Ante estos antecedentes, no podemos menos que esperar presenciar, en estos tiempos y en cada generación, las adversidades que tendrán que padecer los ministros de Dios para conducir al rebaño a la obediencia al evangelio y la fidelidad a Cristo. Así, la Iglesia, desde sus comienzos, para poder preservar íntegro el depósito de la fe heredada desde los Apóstoles, ha tenido que lidiar y sufrir las heridas internas de los cismas, las calumnias y ataques de las sectas, y las espinas de las persecuciones de gobernantes absolutistas y contrarios a la religión.
Las autoridades religiosas judías se levantaron en rebelión contra su propio Salvador Jesucristo, luego que le perdonó los pecados a un paralítico (cf. Mt 9, 1-8); porque, argumentando que sólo Dios podía hacer tal cosa, en Cristo no veían a Dios sino a un simple hombre, común y corriente, como ellos. Del mismo modo, a los ministros de la Iglesia fundada por Cristo, que cumplen el ministerio mandado por Él, de liberar a los pecados de las personas (cf. Mt 16, 17-19; Jn 20, 22-23), los calumnian y desconocen, porque sufren de la misma enfermedad que aquellos fariseos y escribas: ven en el Papa, los Obispos y Sacerdotes, solo a hombres; porque también, por rebelión, se resisten a aceptar su investidura como ministros y sacerdotes del Dios altísimo, Jesucristo. Lo hacen, no porque se lo dicten su condición carnal, sino porque en ellos domina y les hace hablar el espíritu del acusador, del maligno, que intenta a toda costa impedir la obra de salvación de Dios en los hombres.
Una misma venda cubre los ojos del sanedrín judío que condenó a muerte a Cristo porque perdonaba los pecados, y la todos aquellos que hoy, desde las sectas, empuñan sus condenas a los sacerdotes católicos porque hacen lo que su Maestro: perdonar los pecados (cf. Jn 20, 22-23)
¿Cómo ha de ver un cristiano a sus sacerdotes?
Decía San Ignacio, obispo de Antioquía, antes de su martirio en el año 107 d. Cristo: “de manera semejante, que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, al obispo como si fuera la imagen del Padre, y a los presbíteros como si fueran el senado de Dios y el colegio apostólico.” (1)
Fuente:
1] IGNACIO de Antioquía, Carta a los Tralianos, 1, 1-3, 2; 4, 1-2; 6, 1; 7, 1-8, 1; Oficio de Lectura; 08 oct 2019; EPrex, Liturgia de las Horas (App)
Para compartir:
1.- ¿Por qué hay personas que se resisten a reconocer que los sacerdotes católicos tienen poder de Dios para absolver los pecados de los demás?
2.- ¿Cuál es el origen o la causa de la dureza para reconocer las facultades ministeriales de los sacerdotes?
Elaborado por:
Pbro. Héctor Pernía, mfc
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